El término sororidad en su dimensión política y reivindicativa ni siquiera existía en el año 92, pero todo nace antes de que pueda ser nombrado. Y Las niñas (2020), ganadora del Goya a Mejor Película, nos lleva a comprobarlo.
Pilar Palomero, de la mano de un equipo mayoritariamente femenino (¿no es eso otra forma de sororidad?), nos narra con naturalidad y detallismo el paso de Celia de la niñez a la adolescencia: una etapa en la que empieza a descubrir qué es ser mujer en un entorno marcadamente machista y conservador.
El relato discurre en torno a dos grandes ejes. Por un lado, la exploración de la vida adulta y el crecimiento psicológico y emocional de Celia, proceso en el que se revela fundamental la tierna relación que construye con la chica nueva de clase, Brisa. Por otro, muy relacionado, la vergüenza y los prejuicios derivados de una represión heredada de la dictadura y perpetrada en el colegio de monjas, pero también en las calles de Zaragoza, de la que son víctimas tanto Celia como su madre.
Celia sufre gran parte de la represión en el aula (Las niñas)
Las preguntas adecuadas
Como cualquier niña de 11 años, Celia tantea el universo de los adultos de una forma más superficial a través de la televisión, las revistas y, especialmente, de otras chicas mayores: se deja maquillar, prueba el alcohol... Pero es Brisa quien le ayuda a madurar como tal, a dejar atrás la niñez en un sentido más profundo.
"¿En serio te preguntas esas cosas?"
Es la primera frase que nos deja ver quién es Brisa, y también la primera gran influencia que tiene en Celia, que poco después llega a casa y le pregunta a su madre: “¿Cómo se sabe si existe Dios?”. En unas horas, su nueva amiga ha conseguido que Celia se cuestione algo con lo que siempre ha convivido y que ha aceptado sin pensárselo mucho, simplemente —como responde su madre— “porque sí”, porque se lo han inculcado desde muy pequeña.
Brisa viene de otro mundo: de una ciudad más grande, de una familia más honesta, de una realidad, a simple vista, más libre. Es una intrusa en el universo de Celia y, como tal, produce un cambio. Desde enseñarle canciones a una niña que no canta porque así se lo exigen las monjas, hasta animarla a probar cosas nuevas, a preguntarse y a pensar por sí misma: Brisa pone a Celia en movimiento, y eso implica que la lleva de la mano hacia el conflicto, ya sea con las monjas y las reglas, con su madre o consigo misma.
Dos formas de crecer (Las niñas)
Y es que Dios no es lo único en lo que Celia ha creído a ciegas solo porque alguien con más autoridad se lo ha dicho. La fe en su padre y en esa muerte ficticia que le han contado no difiere mucho de su relación con la religión o con los códigos de buena conducta que promueve su entorno. Se lo cree, porque no se le ha dado la opción de dudar. No, al menos, hasta que Brisa se decide a contarle los rumores que corren por el colegio, sabiendo que entre los prejuicios se esconde una realidad que debe conocer (y aceptar). Y aunque Celia al principio se aferra a la mentira, no tarda en encarar a su madre y activar el gran conflicto de la película, que, a su vez, precipita el fin de su niñez.
Pero además de ser la chispa que inicia el fuego, Brisa también le da a Celia la clave para extinguirlo. Lo hace cuando cuestiona a Clara por llamar «puta» a su madre, cuando reconforta a Celia cada vez que es avergonzada en el colegio, cuando accede a tirarle una piedra (esto no es muy inteligente, ¡pero tienen 11 años!), o cuando le confía la verdad pero está dispuesta a apoyarla en su mentira. Quizá sin saberlo, Brisa le está transmitiendo valores más importantes que los que aprenden en clase: empatía, respeto y compañerismo.
Y esto es por lo que el personaje no se reduce a “la chica guay que lo sabe todo” que Clara cree que es. Brisa le aporta muchas cosas a Celia, pero lo hace desde su lado, a su ritmo y sin hacer demasiado ruido, dejando que encuentre sus propias respuestas. No actúa como una guía, sino como un apoyo. Es una aliada, una compañera, una hermana. Sabe que es una secundaria en la vida de su amiga y, como tal, se hace a un lado en el último tercio de la película, cuando Celia debe caminar sola hacia su madre.
Brisa no es una guía, es una compañera (Las niñas)
Tomar el relevo
Como el resto del universo de Celia, su casa también está llena de tabúes. Los problemas de comunicación entre ella y su madre alimentan un conflicto que se agrava según Celia se va rebelando contra su statu quo, hasta explotar con el descubrimiento de que tanto el matrimonio como la muerte de su padre son una mentira.
Y aunque su primera reacción —el enfado— es tan comprensible como egoísta, Celia ha aprendido a escuchar, a ponerse en el lugar de la otra y a cuestionar la moral que le han impuesto. ¿No ha sido ella también víctima del conservadurismo y la misoginia? Así, cuando por fin su madre saca valor para tenderle la mano y permitirle entrar en su pasado, Celia está preparada para ser el apoyo que necesita, de la misma forma que Brisa ha sido el suyo. Por eso reza con ella en el cementerio, y no por un Dios en el que está dejando de creer. Y por eso, aunque su madre se vaya de su cuarto sin ser capaz de contarle su historia, Celia termina de madurar cuando acepta ese silencio y, en mitad de la noche, se cuela en su cama para abrazarla y ayudarle a luchar contra sus demonios.
Celia crece cuando comprende la realidad de su madre (Las niñas)
¿Por qué es esta una historia de sororidad?
La película no señala el machismo de forma explícita, pero, en un retrato tan cuidado de la época, el patriarcado es parte de la construcción misma del universo. Simplemente está ahí —como sigue estando hoy—, ya sea en el seno de una religión que promueve la culpabilidad y la sumisión femenina, en la imagen de la mujer que difunde la televisión, o en forma de rumores, descalificativos y rechazo en la calle —y en la propia familia—. En última instancia, casi todos los conflictos de los personajes tienen una profunda misoginia como origen. Y aunque sus objetivos no sean políticos ni persigan activamente impulsar cambios sociales, la forma en la que «las niñas» se unen y se apoyan para luchar contra ellos me parece un claro ejercicio de sororidad. Aunque aún no tenga nombre, aunque sean demasiado jóvenes para saber lo que es.
La sororidad llama a la sororidad. De la misma forma que Brisa ayuda a Celia a liberarse del lastre de una moral caduca, Celia lo hace también por su madre. Reconocer cómo, durante toda su vida, su madre ha estado oprimida por la vergüenza y el silencio hace que Celia termine de madurar. Por eso, al final, puede cantar. Y su voz es, de alguna forma, una promesa de rebeldía, de intentar que las cosas vayan a mejor. Canta por ella y por su madre, para que ninguna de las dos vuelva a ser silenciada.
Puedes ver Las niñas en Movistar+.
La recomiendo mucho mucho. Me recuerda a mis años en las escuela y lo refleja perfectamente.
Buen análisis.
Gracias por acercarnos al cine.