Sobre negro, el fragor de una multitud da inicio a una frenética secuencia de montaje. Para cuando aparece el título, las bases de la película están tan claras como lo estaba el resultado del juicio de los Chicago Seven antes siquiera de que empezara.
Con un juez para nada imparcial, un acusado sin abogado y un trasfondo claramente político, el proceso judicial de 1969 con el que se pretendía dar una lección a la Nueva Izquierda pasó a la historia por su descarada injusticia. Era, pues, un episodio casi hecho a medida para la pluma de Aaron Sorkin, que ya ha demostrado en otras de sus obras su debilidad por indagar en el cuestionable funcionamiento de las instituciones judiciales y políticas estadounidenses. Y por fin, tras catorce años de reescrituras, el guionista decidió hacerse cargo él mismo de la dirección de El juicio de los 7 de Chicago (2020), quizá en el momento exacto. Cuidado, que vienen spoilers.
Gran parte de la película se desarrolla tras las puertas del tribunal, en el que se acusa a ocho —después siete— manifestantes de conspirar para iniciar los graves disturbios en los que derivaron las protestas contra la Guerra de Vietnam celebradas durante la Convención Demócrata del 68. Pero antes de entrar en la sala, Sorkin nos sitúa histórica y emocionalmente, resumiendo en escasos siete minutos los acontecimientos que motivaron estas manifestaciones: el reclutamiento masivo de soldados, el genocidio de civiles vietnamitas, los asesinatos de Luther King y Kennedy, etc. No obstante, la información que esta primera secuencia nos da sobre el largometraje va mucho más allá del contexto histórico.
Fotograma de la secuencia inicial (Netflix)
Humor en tiempos de caos
El ritmo apresurado –casi turbulento– de la secuencia de montaje anticipa la narración rápida que marcará el resto de la película, plagada de fluidos saltos temporales, diálogos ágiles y abundantes y frases que se completan de unas escenas a otras, fiel al estilo de Sorkin: una narración sin pausa para un tiempo de caos y convulsiones sociales y políticas.
De hecho, la estructura no lineal y la multiplicidad de perspectivas que presenta este primer fragmento son las herramientas de las que se valdrá Sorkin para reconstruir poco a poco lo que sucedió realmente durante las protestas. Así, cada nueva pieza del pasado enriquece y modifica el significado de lo que está ocurriendo durante el juicio.
Rubin y Hoffman bromean frente a su público en la secuencia de apertura (Netflix)
Pero además, la forma en la que se yuxtaponen los distintos elementos de la secuencia de montaje revela muy pronto el tono de la película: música animada para acontecimientos trágicos, chistes entre tropas armadas y asesinatos. Humor. El juicio de los 7 de Chicago es un drama judicial, no una comedia, pero persigue la risa tanto como su personaje Abbie Hoffman: es decir, bastante más de lo que cabría esperar con un tema tan serio como este. Y funciona. Porque, si nos paramos a pensarlo, puede que no haya mejor forma de enfocarlo: el juicio fue una farsa, un espectáculo que contaba con la complicidad de los grandes organismos del Estado, ¿qué podemos hacer salvo reírnos?
Sorkin echa mano de material de archivo, de imágenes reales, para que no olvidemos que estamos viendo un trozo de Historia, pero a la vez recurre a la comedia para alejar al espectador de los hechos y permitirle ver lo tremendamente absurdo de la situación.
Los 7: personajes y conflictos
De los siete personajes que presenta la secuencia inicial con gran economía narrativa, solo los cinco primeros son parte de los Chicago Seven: Tom Hayden y Rennie Davis, líderes de Estudiantes para una Sociedad Democrática, serios y disciplinados; los yippies Abbie Hoffman y Jerry Rubin, bromistas y políticamente incorrectos, pero con el mismo tesón; y David Dellinger, hombre de familia abanderado de la no violencia. El sexto es Bobby Seale, presidente de los Panteras Negras, que será el octavo acusado a pesar de no haber participado en los disturbios.
Hayden y Davis en la secuencia inicial (Netflix)
Y con sus presentaciones, se adelantan también sus conflictos. Los protagonistas tienen ideas muy distintas sobre cómo alcanzar un objetivo común, y la mayor prueba son las tensiones entre Tom Hayden y Abbie Hoffman. El primero, mucho más correcto, cree que la búsqueda de atención y las payasadas del yippie perjudican al movimiento, algo en lo que incide la secuencia de apertura:
«—Que le diga a Abbie que vamos a Chicago a parar la guerra, no a hacer el capullo. (…)
—Dile que estudié en Brandeis y puedo hacer las dos cosas».
La aguda respuesta anticipa, además, la resolución del conflicto y la evolución de Hoffman (no cambia él, sino nuestra percepción sobre él), el único personaje que sabe desde el principio que se enfrentan a un juicio político. La sentencia ya está clara, pero la repercusión mediática convierte el proceso judicial en una ventana para llegar a los ojos y oídos de la gente, y no la desaprovecha. Sí, Hoffman puede hacer el capullo e intentar parar la guerra al mismo tiempo. Y Hayden acabará reconociendo que tras sus espectáculos y provocaciones hay inteligencia, valentía y compromiso.
Bobby Seale en la secuencia de apertura (Netflix)
A su lado, la guerra de Bobby Seale les hace sombra. A él nos lo presentan brusco y malhablado, lleno de una rabia más que justificada y harto de ver morir asesinados a otros negros. Tiene su propia cruzada contra la policía y el racismo institucional, y eso es justo a lo que se enfrentará a lo largo de la película. A Seale lo sientan en el banquillo porque es negro, simple y llanamente, y antes de que su juicio –sin abogado– se declare nulo, será amordazado y encadenado por orden del juez por denunciar a viva voz el asesinato de su compañero de partido, Fred Hampton.
Por fin, el séptimo personaje en ser presentado es el gran antagonista de los primeros seis: ni el juez, ni el fiscal, sino el sistema en sí, retratado en la secuencia a partir de una amalgama de imágenes de las fuerzas de seguridad, el gobierno y los medios de comunicación. Y con él se introduce el conflicto principal, a pesar de no haber visto aún nada del juicio. Las declaraciones en televisión, el informe del FBI o las tropas enviadas a Chicago se encargan de construir un relato de violencia y conspiración, independientemente de lo que vaya a suceder después; una manipulación que seguirán ejerciendo a lo largo del juicio fuerzas contra las que los protagonistas tienen poco que hacer.
Informe del FBI en El juicio de los 7 de Chicago (Netflix)
"El mundo nos mira": realidad y ficción
Como sucede habitualmente con las adaptaciones, hay quienes han criticado la película por su falta de fidelidad con los hechos reales (entre ellos el fiscal de Chicago, Richard Schultz). Pero la intención del director nunca fue hacer una reconstrucción fidedigna del caso, y así lo ha recalcado en varias entrevistas: su propuesta es una pintura, no una fotografía. Y ya lo anuncia alternando imágenes de archivo con trozos de ficción en su secuencia inicial.
Él toma –y estudia– la historia real, la pasa por su filtro, la dramatiza, la hace entretenida y obtiene, y esto es lo mejor, una verdad mayor que la de partida. Porque a nadie se le ha escapado que El juicio de los 7 de Chicago tiene mucho de realidad: de la de 1969 y de la de hoy. Su tema resuena en estos meses de violencia policial, manifestaciones masivas, abusos de poder y movimientos como el Black Lives Matter.
Sorkin nos habla de la actualidad y decide hacerlo sin sutilezas, como queda también claro en la secuencia de apertura. No esconde su posicionamiento ni intenta desdibujar la línea entre buenos y malos. Y eso no tiene por qué estar mal. Su película es su alegato, una llamada a la responsabilidad social y a la protesta como arma del pueblo, un recordatorio de lo heroico y lo patriótico de no quedarse callado aun cuando todo parece perdido.
El juicio de los 7 de Chicago (Netflix)
Puedes ver El juicio de los 7 de Chicago en Netflix.