¿Una crítica ácida al capitalismo o una sátira cínica y facilona? La nueva película de Ruben Östlund ha polarizado las opiniones del público y la crítica tras ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Östlund utiliza a un grupo de millonarios que viaja en un yate de lujo para lanzar una crítica al sistema de clases. Hoy nos preguntamos cuáles son los puntos fuertes y débiles de El triángulo de la tristeza.
¡Ojo, spoilers!
Lo mejor
Dentro del manido eat the rich que tanto ha triunfado en los últimos años (The White Lotus, Parásitos, Glass Onion, El menú…), Ruben Östlund ha conseguido salvarse de caer en lugares comunes. La mayor virtud de El triángulo de la tristeza es saber medir cuánto se puede estirar una situación para generar comedia sin resultar repetitivo. La película, a pesar de durar más de dos horas, crea pocas secuencias muy largas, que se van retorciendo para provocar la carcajada. Y cuando mejor funciona es cuando más satírica es, cuando la comedia parece un globo que se va hinchando hasta que explota en forma de vómitos, de discusiones sobre marxismo por megafonía o de tiernos abuelos comerciantes de armas.
Más allá de reírse de los ricos, la película también pone sobre la mesa algunas cuestiones concretas interesantes: el absurdo mundo del modelaje (Balenciaga versus H&M), el postureo o la cultura woke. Sin embargo, todos esos temas están de fondo, porque en realidad El triángulo de la tristeza es una comedia bastante ligera. A la gente común, que estamos hartos de personajes como Elon Musk y Jeff Bezos, nos pone en bandeja canalizar ese odio a través de la risa. Por eso es una alegría encontrar una comedia de autor, ganadora de uno de los premios más importantes del cine internacional, pensada para que el público se ría durante un rato de las miserias del presente, de la bajeza moral de los de arriba.
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Lo peor
Foto promocional de El triángulo de la tristeza. Fredrik Wenzel ©
Aunque las situaciones que generan comedia en El triángulo de la tristeza funcionan, es en la trama y en los personajes donde está el gran vacío de la película. El error, si se quiere tener un buen recuerdo de la película, es salir de verla buscando en ella un mensaje.
En el último tramo de El triángulo de la tristeza, la nueva estructura social elimina las clases, coloca a todos los personajes en igualdad de condiciones. Ya no importan las fotos de Instagram, el servicio de habitaciones; el dinero ya no significa nada. Ahora quien manda es quien sabe pescar peces y encender un fuego. Pero parece que a Ruben Östlund se le olvida que se estaba riendo de los ricos y se coloca en un lugar extraño, como queriendo decirnos: «tú también lo harías si pudieras». Es una interpretación, que también podría verse como una oportunidad de venganza de la clase baja, pero que se diluye cuando lo que mueve al nuevo líder no es la redención, sino el poder. ¿El poder nos corrompe a todos? ¿Si fuéramos ricos seríamos tan idiotas como los ricos a los que odiamos?
Quizá Östlund solo quiere que pensemos en ello durante un rato y lleguemos a nuestras propias conclusiones. O quizá quiera señalarnos a todos, que perdamos la fe en la humanidad. En cualquier caso, su película es un ejemplo de humor negro que funciona, que genera carcajadas y es capaz de mantenerlas, y que canaliza la rabia en lugar de generarla. Y salir enfadados o liberados de ver la película, quedarnos con lo mejor o con lo peor, es cosa de cada uno.
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