Carlos Montero ha vuelto a Netflix con una serie nueva. Y aunque también trata sobre un grupo de amigos, Todas las veces que nos enamoramos dista mucho de lo que vimos en Élite (2018—) o Física o Química (2008-2011). En Todas las veces que nos enamoramos seguimos la tortuosa historia de amor de dos estudiantes que viven en Madrid a principios de los 2000: Irene y Julio. Y gracias a esta relación llena de encuentros y encontronazos que se desarrolla durante décadas, también conocemos a su variopinto grupo de amigos que les acompaña a todas partes.
La serie nos ha encandilado a todos, encargándose de rellenar un vacío en la ficción española que ni siquiera sabíamos que necesitábamos: nos trae incontables recuerdos.
Así que, ¿qué trata de hacernos recordar Todas las veces que nos enamoramos? Avisamos que se avecinan spoilers.
Las tragedias unen
Fotograma de Todas las veces que nos enamoramos (Netflix)
No hay nada más trágico que estudiar Comunicación Audiovisual, y si no que se lo digan a Irene, Da y Jimena. Pero en este caso hablamos de otro tipo de tragedia. Aunque estudiar Comunicación Audiovisual también puede resultar traumático, en este caso, lo que une para siempre a Julio, Irene y a Da es un hecho bastante más famoso y terrible. Sin verlo venir y sintiéndonos cómodos viendo una serie aparentemente inocente, acabamos el primer episodio viviendo junto a los protagonistas el atentado del 11-M. ¿Qué? ¿Cómo? Exacto, eso pensamos todos. Pero no os preocupéis: este no es el eje de la trama de la serie.
El atentado sirve como punto de partida y conexión para estos personajes: ya nunca volverán a ser como antes, y su relación jamás será normal. Pero siempre tendrán ese terrible hecho en común y eso no significa algo malo; al contrario, a partir de ese momento estarán más unidos que nunca, aunque eso a veces signifique hacerse daño mutuamente.
Nos gusta el amor
Fotograma de Todas las veces que nos enamoramos (Netflix)
Con Irene y Julio nos remontamos a las historias de amor de las de antes, esas en las que los protagonistas se enamoran a primera vista y casi sin quererlo. Comparten una química especial, lo que tienen entre ellos es único, su amor podrá con todo… Y cómo no, las emociones están siempre a flor de piel. Tanto para lo bueno como para lo malo: se pueden pasar semanas sin salir de la cama y molestando a sus compañeros de piso, o estando tan incómodos en un rodaje que hasta la directora se da cuenta. Como muy bien le dice Jimena a Irene en un guiño al espectador, su historia parece pasar de la comedia romántica al drama en un solo segundo.
Y no pasa nada, porque a todos, realmente, nos gusta el amor. Estemos enamorados o no, hayamos vivido algo parecido o seamos solteros por elección, el amor es esperanza siempre. Nos gusta ver cómo Julio e Irene se dejan y vuelven y se dejan y vuelven mil veces, porque queremos creer que el amor acabará triunfando. Igual que acaba triunfando el amor de Jimena por su hijo, o el de Da por su novio facha. All we need is love, como decían los Beatles.
El poder de nuestra nostalgia
Fotograma de Todas las veces que nos enamoramos (Netflix)
La nostalgia está siendo un elemento muy utilizado en la ficción en los últimos años. Parece que desde Stranger Things (Los hermanos Duffer, 2016—) sea ineludible, pero lo que hace que Todas las veces que nos enamoramos destaque es que su nostalgia es nuestra nostalgia. Vaqueros de talle bajo, sudaderas ajustadas, móviles Nokia, pósteres de Chenoa en la pared, Tesis (Alejandro Amenábar, 1996) en la tele... No sé qué más necesitas para darte cuenta de que estamos en 2004.
Aunque no hayas vivido justamente esos años de juventud y no hayas ido a la universidad en esa época, la serie retrata dolorosamente bien lo que supone vivir estas experiencias en España (sobre todo si, como los protagonistas, te quieres dedicar al mundo del cine). Pero más allá de todo esto, es la inocencia con la que los personajes empiezan a vivir sus vidas de forma tentativa; la forma en la que se van convirtiendo poco a poco en jóvenes adultos y cómo deciden enfrentarse a los obstáculos que se van poniendo en sus caminos lo que hace que nos sintamos tan unidos a ellos. Todos hemos estado ahí alguna vez, ya sea en 1994, 2004 o 2014. Ese es el poder que tiene nuestra propia nostalgia colectiva y que nos hace darnos cuenta de que no hay una experiencia única en este mundo. Y bueno, es que también está muy guay vernos representados en HD y en Netflix.
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Los secundarios valen oro
Fotograma de Todas las veces que nos enamoramos (Netflix)
No hay mejor recordatorio de que los secundarios valen oro que Todas las veces que nos enamoramos. Desde Da, al que interpreta Carlos González (que ya nos conquistó en Maricón Perdido), pasando por la increíble Jimena interpretada por Blanca Mártinez (una gran revelación), hasta Fer, al que le da vida Albert Salazar (que vimos en El Internado: Las Cumbres), no hay ninguna trama que no nos interese. Es más, parece que los propios personajes sean conscientes de su lugar en la narrativa: el propio Da le echa en cara a Irene que no es la única protagonista de esta historia. Sus tramas son ajenas a las de Irene y Julio, pero se unen, entrelazan y complementan para crear una única historia que nos acaba enamorando a todos.
En definitiva, Todas las veces que nos enamoramos rebosa cariño, amor e ilusión por los cuatro costados, como lo hacen sus protagonistas al inicio de sus vidas y carreras profesionales. Y eso es lo que nos llevamos cuando terminamos de verla: unas ganas viscerales de comernos la vida, pase lo que pase.
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