Este fin de semana se ha estrenado en cines Los reyes del mundo, el largometraje de la colombiana Laura Mora que ganó la Concha de Oro del Festival de San Sebastián del año pasado. Yo tuve la gran fortuna de poder verla en el festival: entré en la sala sin saber nada de la historia y salí de ella con la boca abierta y el corazón encogido.
Los reyes del mundo es un retrato de la adolescencia y la violencia, una especie de coming-of-age que nadie debería vivir contada a través de una road movie que sabes cuándo empieza pero no cuando acaba (si es que alguna vez acaba). Es la historia de Rá, Culebro, Sere, Winny y Nano, cinco amigos hechos hermanos por la vida, que viven en las calles de Medellín y que, a través de una carta, se hacen propietarios de un sueño. ¿Pero lo conseguirán?
Hoy vamos a hablar de la película, de los mecanismos que usa para contarnos una realidad que a veces nos queda muy lejos, y sobre cómo, al final, la historia es una búsqueda por pertenecer. ¡Sin spoilers!
La realidad se enfrenta a lo onírico
Fotograma de Los reyes del mundo
¿Cómo afrontamos una realidad que se nos antoja injusta, violenta y cruel? Quizá la forma más sencilla para seguir viviendo es inventarnos una nueva. Esto hacen nuestros protagonistas: cuando reciben la noticia de que Rá ha heredado unas tierras (o que, más bien, se las han devuelto), parece que nada se interponga en su camino para lograr llegar a ellas. Pero no es un camino sencillo. Se encuentran con gente dispuesta a ayudarles y a otra mucha que busca quitarles lo poco que tienen. Al final, cuando no tienes nada, el mundo quiere que te quedes así, en el suelo. Parece que no esté dispuesto a que las cosas cambien. Y aún así estos chicos pelean, una y otra vez, contra su destino y realidad para llegar a su tierra prometida, aunque parezca que solo sea un sueño.
En el mundo perfecto mío, el que no quiera, no existe
Rá
El hombre se enfrenta a la naturaleza
Fotograma de Los reyes del mundo
Un día todos los hombres se quedaron dormidos y los cercos de la Tierra ardieron
Rá
Así empieza la película, y es un mensaje que nos deja claro que si en esta historia existe algún culpable, es el ser humano. A nuestros protagonistas los han excluido de la sociedad por motivos ajenos a su control: por no tener familia, dinero, educación. En definitiva, por no tener privilegios.
Esta exclusión los empuja a lanzarse a un viaje por unas tierras peligrosas a la vez que hermosas, llenas de vegetación, potencial y cambios meteorológicos. Unas tierras en las que por la mañana pueden caer lluvias torrenciales, y a la noche envolverse en llamaradas. Montañas, acantilados, ríos y selvas en los que brilla el sol tanto que quema, o sobre las que baja una niebla que impide ver cuál es el siguiente paso. Esta naturaleza que los abraza al mismo tiempo que los rechaza representa a la raza humana, esa que los repudia por ser desfavorecidos pero que les impide por todos los medios posibles llegar a mejorar.
Fotograma de Los reyes del mundo
Esa misma raza humana que puso cercos a la Tierra, que decidió que siempre existirán personas que tengan más que otras —y la esperanza de que algún día caerán dormidos—. Esto es lo que mueve a nuestros protagonistas, lo que hace que sigan avanzando para intentar lograr su sueño, que no es otro que el de, por fin, llegar a pertenecer.
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