Hace dos años se estrenaba Vaca, de Andrea Arnold, un documental con una vaca como protagonista. Nos cuenta el ciclo de vida de una vaca lechera en una macrogranja, pero la película contiene mucho más: buenos personajes, tensión, sorpresa, drama y comedia. Estas son 4 razones para darle una nueva oportunidad a este documental.
Por su forma
Vaca nos presenta a Luma, una vaca lechera que acaba de parir una ternera. Vemos cómo, en sus primeras horas de vida, la cuida, la lame, la alimenta y, finalmente, vemos cómo los ganaderos las separan. Y seguimos el día a día de madre e hija, cada una en una nave. Asistimos al complejo funcionamiento de la granja: qué cuidados reciben los animales, con qué los alimentan, qué música les ponen...
La cámara aquí funciona casi como un intruso, siempre pegada al cuerpo de Luma, la protagonista. Arnold baja la cámara para ponerla a su nivel y se acerca incluso más de lo que debería —y le cuesta algún golpe en la lente—. El fino hilo conductor de la historia es la no-relación de una madre con su hija. No podemos apartar la mirada porque estamos deseando que esa separación termine, estamos preguntándonos cuándo se van a reencontrar, si es que eso ocurre algún día.
Luma, la prota de Vaca
Por su fondo
Decía Coetzee, Nobel de literatura, que si se construyera un matadero de cristal en medio de las ciudades, la gente cambiaría de idea y dejarían de consumir carne. Vaca es una mirada dura hacia ese mundo de las macrogranjas y la explotación animal. Andrea Arnold construye su propio matadero de cristal rodando una de las cosas más crueles que se le puede hacer a un ser vivo: separarlo de su hijo recién nacido para que los humanos podamos consumir el alimento que, por naturaleza, le pertenece.
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Por su protagonista
Pero si todo esto nos parece cruel no es, necesariamente, porque estemos de base comprometidos con la lucha animalista. Lo mejor es que ni siquiera es necesario estar de acuerdo. Porque Andrea Arnold humaniza a Luma hasta tal punto que no empatizar con ella es imposible. La humaniza porque Luma escucha música, Luma cuida a su bebé recién nacido, Luma mira las estrellas y se aparea con un toro mientras de fondo hay fuegos artificiales.
Lo que hace a Luma protagonista no es más que la propia cámara, que la elige a ella para convertirla en personaje, como podría haber hecho con cualquier otra vaca de la granja. Por eso el documental se vuelve tan revelador: las vacas en conjunto, sin ningún tipo de personalidad, no nos generan empatía. Pero basta con seguir a una de ellas y ponerle nombre para convertirla en una heroína.
Luma, la prota de Vaca
Para dudar
Vaca es una película provocadora. Que puede servir a los ya comprometidos para reafirmarse en su pensamiento, pero que también funciona como drama de personaje y como retrato etnográfico. Porque el mensaje de la película —si es que lo tiene— está en nuestra interpretación, en nuestra mirada. La empatía con la que Arnold mueve la cámara y monta un plano tras otro se traslada a nosotros para hacernos dudar, pero no para aleccionarnos.
Nos hace dudar sobre la industria ganadera, pero también sobre la propia forma de hacer cine. Si la directora estuvo cuatro años rodando el documental, ¿hasta qué punto está manipulada la historia? ¿Hasta qué punto el montaje nos ha ido tejiendo un relato que se ajusta a la realidad de las vacas?
Lo que es innegable es que Andrea Arnold nos da la oportunidad única de ver el mundo a través de los ojos de una vaca. Y, por nuestra parte, darle una oportunidad a Vaca es disfrutar de buen cine, de imágenes potentes y privilegiadas y querer entender toda la vida que hay detrás de un brick de leche.
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