El pasado 31 de marzo se estrenó Tin y Tina, la primera incursión del cineasta extremeño Rubin Stein en el largometraje. La cinta, protagonizada por Milena Smit y Jaime Lorente junto a los jóvenes Carlos González Morollón y Anastasia Russo, explora una nueva visión del terror religioso en un oscuro thriller sobre la inocencia y el fervor cristiano.
Después de que Lola y Adolfo pierdan al bebé que esperaban, deciden ir a un orfanato cercano para formar una familia. Lola, que se crió en uno de estos lugares, conecta especialmente con dos jóvenes de aspecto angelical y los acoge en su nueva casa. Tin y Tina, criados en la palabra de Dios y amantes del relato bíblico, se vuelven cada vez más siniestros y peligrosos en su particular interpretación de la doctrina católica. ¿Son dos inocentes inadaptados y adoctrinados que no entienden bien la religión, o están utilizando la Biblia como excusa para desatar su maldad?
Infancia, horror y penitencia
Fotograma de Tin y Tina
La ópera prima de Rubin Stein viene precedida por un prolífico recorrido en el mundo del cortometraje. Tin y Tina supone la ampliación del cortometraje homónimo realizado en 2014, primera parte de la trilogía conceptual Luz y Oscuridad al que siguen Nerón en 2017 y Bailaora en 2019, destacando la nominación a los Goya de este último. La filmografía de Rubin Stein se mueve en el terreno del suspense, caracterizada por una puesta en escena muy potente y una narrativa visual enigmática y ominosa.
La infancia que retrata Tin y Tina es aquella del desarraigo, la de dos niños que han encontrado en Cristo su primer hogar. La ternura y la inocencia de los primeros años de vida siempre van acompañadas de brutalidad: el desconocimiento de la empatía, de las consecuencias de tus actos y de conceptos como la muerte o el sufrimiento pueden convertir a un querubín en un peligro. Los gemelos albinos se toman esto muy al pie de la letra, desplegando la ira de Dios en un viacrucis de inocencia impostada que, como Lola y Adolfo, tienes que pasar por alto para entregarte al delirio juguetón y enfermizo que proponen.
Un primer paso dubitativo y una huella marcada
Fotograma de Tin y Tina
La propuesta tonal y estética se mueve en un mar de referencias claramente identificables y escogidas con inteligencia. Tin y Tina navega por la inquietante atmósfera de títulos como La semilla del diablo (Roman Polansky, 1968), El pueblo de los malditos (Wolf Rilla, 1960) o Quién puede matar a un niño (Narciso Ibañez Serrador, 1976), engarzados en una nostalgia setentera que remite a la transición española, el lento abandono del ultracatolicismo, la cultura de masas y las noches en torno al televisor.
Rubin Stein toma su cortometraje, que puede verse referenciado en una escena de la película, y lo utiliza para ampliar su universo en un juego estilístico que brilla mucho más en su forma que en su contenido, pero que consigue convencer y dejarte pegado al asiento en un festival de horror y pillerías. Con el primer largometraje de una filmografía que promete, el cineasta deja clara una capacidad pasmosa para construir el terror diurno, una huella personal muy identificable y un virtuosismo técnico y visual que se vuelve sobresaliente en no pocas ocasiones.
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