Seré totalmente sincero: me encantan las historias de amor. Una buena comedia romántica es capaz de levantarte una tarde, reconciliarte con el mundo y hacerte creer de nuevo en que puede haber alguien ahí para ti. Pero esas no son las únicas: hay historias de amor cáustico, doloroso e inane, de gente que se lanza a los brazos de otras personas por pura inercia o necesidad vital, más que por amor propiamente dicho. Son esas las que me atrapan desde el principio.
Love Life (Kōji Fukada), estrenada en España el pasado viernes, no empieza así. La vida de Taeko se nos muestra sencilla y apacible: mientras hace los preparativos para una fiesta en honor de su hijo Keita (campeón del Othello con tan solo 6 años), charla con compañeros de trabajo y ultima algunos detalles con Jiro, su actual marido. Las vidas de todos los miembros de esa familia cambian para siempre durante la fiesta, dejándolos perdidos y rotos. A partir de aquí, la película se centra en la relación, no solo entre Taeko y Jiro, sino también la de estos con sus respectivos pasados.
La necesidad de volver atrás
A todos nos ha pasado: sufrimos un cambio radical en nuestra vida y echamos la vista atrás, buscando algo que nos conecte con lo conocido, que nos haga sentir seguros de nuevo. Ese es exactamente el camino que toman Taeko y Jiro en Love Life.
Pero aunque los dos recurran al mismo mecanismo de defensa, no significa que lo hagan de la misma manera ni por los mismo motivos. Mientras que Taeko se reencuentra con Park (el padre biológico de su hijo, que ahora vive en la calle) y decide cuidar de él, Jiro vuelca su frustración en reparar el daño que le hizo a su ex. Ambos, que no saben cómo estar juntos, recurren al amor que sintieron en otras ocasiones, quizás para buscar estabilidad, respuestas o simplemente algo de evasión. Lo que encuentra cada uno es mejor que lo descubráis en el cine, claro.
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La clave de cómo nos seduce Love Life a través de su búsqueda del sentido de las cosas está en la delicadeza con la que lo hace. Con un enorme respeto a los personajes que en ella habitan, Love Life nos muestra el proceso de cada uno de ellos, sin juzgar y dando espacio a que el espectador comprenda las cosas por sí mismo. Incluso cuando Taeko y Jiro toman decisiones que en otras circunstancias serían difíciles de creer, tanto el guion de Fukada como las miradas e interpretaciones de su elenco nos lo ponen fácil para embarcarnos en este doloroso viaje en busca de una parte de la relación de Taeko y Jiro que se ha perdido para siempre.
«Ayudé a la mujer a la que quiero a encontrar al hombre que quiere».
Jiro en Love Life
Heridas que escuecen
Fotograma de Love Life
Comentaba antes que tengo debilidad por el amor con un toquecito de oscuridad en la ficción. Love Life está impregnada de esa sensación de que todo va cuesta abajo. Vemos a personas dinamitando poco a poco sus relaciones, haciendo lo que está claro que es necesario para ellas, pero que siguen resultando en dolor para el resto.
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Pero las cosas no se reducen a un amor tóxico. Igual que el tono de la película hace que todo lo que ocurre (por terrible que sea) resulte más digerible, Love Life está repleta de pequeñas muestras de amor, de cuidados y de un intento constante de entendimiento entre sus partes. Cada cual puede extraer si la nota final de la película es positiva o no, pero la sensación que permea la pantalla es, sin lugar a dudas, que tanto Taeko como Jiro han pasado por un doloroso proceso de sanación. Las heridas han escocido al curarse, pero se han curado.
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