Todos tenemos en mente a Rocky Balboa corriendo por las escaleras mientras suena Eye of the Tiger. Y con él nos vienen otros mil referentes cinematográficos del mundo de las artes marciales, pero no El Luchador de Darren Aronofsky (2008), ese no es uno de ellos. Desde antes incluso que la película de Stallone, pasando por Million Dollar Baby (Clint Eastwood, 2014), The Fighter (David O. Russell, 2010) o de nuevo Stallone con Creed (Ryan Coogler, 2015), existen un personaje y una trama arquetípicas. Están en el imaginario colectivo y sabemos reconocerlas, y aunque cada una innove a su manera, nadie nunca desmitificó tanto este paradigma como Aronofsky. Esta película está hecha para romper nuestras expectativas, y lo hace desde el primer momento.
Esto no es lo que esperábamos
Lo primero que vemos es a Randy, el protagonista, a través de los mil carteles, periódicos y noticias que lo proclaman campeón. Inmediatamente después, le vemos de espaldas —y así seguirá durante un buen rato—, alicaído, hundido y rascando unos pocos dólares para sobrevivir. Eso no es lo que esperábamos. Lo que esperábamos era verle en un combate brutal, donde humille a un adversario y se alce vencedor. Aquí no, y es que esta película no habla de la carrera de un luchador hacia el éxito, como sí lo hacen casi todos los referentes que tenemos.
El conflicto es únicamente interior, no hay un combate final contra su archienemigo, en el que se juegue el tipo y todo el mundo vaya a verlo. Bueno… de hecho sí lo hay. Y la diminuta y absurda importancia que se le da nos lo dice todo de esta película. No es el luchador sobre el ring, es el luchador, únicamente, en el día a día. Y por eso no empezamos con el combate que esperábamos. Empezamos con Randy en un curro de mierda, sin poder pagar el alquiler y durmiendo en el coche.
Fotograma de El luchador
Una película de lucha libre donde el combate no vale nada
Todo es el día a día hasta que llega un primer combate, y aquí ya sí vemos a Randy de frente, bien iluminado y contento. Está en su salsa y al fin se va a pegar… pero no. Tampoco es lo que esperábamos. Es lucha libre y los espectadores piden la violencia y crudeza que ven por televisión, pero para eso ya está la magnífica The Warrior (Gavin O´Connor, 2011), donde sí hay un verdadero conflicto entre las cuerdas.
En el preparatorio del combate Randy no está en el vestuario concentrándose para no fallar, sino manipulando con su adversario quién, cómo y cuándo ganará la pelea. Un adversario, de hecho, fuerte, macarra, provocativo, espeluznante. Cualquier espectador con dos dedos de frente se cambiaría de acera si se lo encuentra por la calle, o al menos ese es el prejuicio con el que juega Aronofsky. El personaje parece peligroso pero enseguida se desvela como un cachorrito, inofensivo, amable e inocente.
Durante toda la película nuestras expectativas, creadas a base de arquetipos como Rocky, se rompen. Esto no es boxeo, es wrestling, puro espectáculo televisivo. Una farsa. Por eso la meta de Randy no puede estar dentro del ring, porque no existe nada de verdad ahí dentro. Y por eso mismo, sirve mejor que el boxeo para plasmar la metáfora perfecta, aunque a eso ya llegamos después.
Fotograma de El luchador
Si ganar combates no importa, ¿qué importa?
Randy tiene asegurada la victoria antes de entrar en el ring, pero eso no significa que los combates carezcan de importancia; es más, ocupan una buena parte de la película. No solo por las graves heridas que sufren ahí dentro, sino por lo que significa estar sobre la tarima. Ese ego, esa zona de confort que le hace evadirse de sus problemas, es lo que importa.
Randy no se prepara duro para mejorar su gancho derecho, lo hace para lucir más guapo, artificial y admirado. Una maravillosa secuencia de entrenamiento, que recuerda no por casualidad a aquellas como la de Rocky con Eye of the Tiger, nos muestra a Randy preparándose. No está corriendo, sino depilándose, no está lanzando puños, sino bronceándose, no está buscando debilidades en el adversario, sino preparando sus llamativas mallas. Todo para hacerle sentir, aunque sea una ilusión, el glamour y el orgullo de tener éxito en lo que haces. Algo que él está lejos de conseguir.
Fotograma de El luchador
Un final pesiptimista
Me gusta preguntarme si los cineastas son optimistas o pesimistas a través de sus obras. Es algo difícil de valorar y hay que tener en cuenta muchos aspectos, en los casos más especiales, incluso contradictorios. Este es uno de esos casos especiales.
La película termina con ese gran combate del siglo, que no ha importado durante toda la película, pero es la materialización más aguda de lo que el wrestling significa para Randy. Es una revancha con su archienemigo, el eco de uno de los combates más icónicos de la historia, de una época en la que la vida de Randy sí era un éxito. Es decir, una segunda oportunidad. Se está jugando mucho, ha sufrido un ataque al corazón y no debería hacer esos esfuerzos. Aun así, sus problemas de la vida real le han superado y necesita sentirse como el campeón que finge ser en el ring.
Como no puede ser de otra manera, aunque a duras penas, gana el combate. Un último plano nadir cierra la película mostrando a Randy saltando sobre su adversario abatido —es su movimiento maestro—, feliz, en pose angelical, hacia la luz. Parece que está, literalmente, ascendiendo a una vida superior. Por tanto, ¿final optimista? Pues nada más lejos de la realidad.
Plano final de El luchador
Ese optimismo desbordante es solo la expresión de lo que Randy siente, es feliz. Pero ese salto, más que a una ascensión, es a una piscina vacía. A donde está saltando es a la creencia mal entendida de que el personaje que la industria del wrestling ha creado para él es más importante que él. Antes he dicho que la vida real le ha superado, pero sería más acertado decir que él no ha sabido superar a la vida. Con esta victoria, Randy se está rindiendo.
Tiene de hecho una última oportunidad de volver a intentarlo; la mujer que ama le pide que no asista al combate y se vaya con ella a la vida real. Él se niega y da la espalda a la última luz al final del túnel, que gracias a la fotografía que se usa es literalmente eso. En lugar de asumir el mundo real, frío y desolador, decide dejarse llevar por el mundo de fantasía, el de mallas llamativas y falsos campeones.
El luchador está disponible en Prime Video, Filmin y Flixolé.