A sus 73 años, y tras lanzar el libro de relatos El último sueño, Pedro Almodóvar regresa al cine con un cortometraje de media hora. Extraña forma de vida, estrenada en la 76ª edición de Cannes, constituye un western queer en el que las palabras cobran más fuerza que las acciones. Como dijo el propio director durante su estreno en los cines Golem de Madrid, la reacción del público cannois «fue de sorpresa, al encontrarse con una película que no se esperaban en absoluto. No sé si de mí o en general. Y también de una profunda emoción».
Esta coproducción de El Deseo y Saint Laurent, rodada en el desierto de Tabernas (Almería), derrocha autoría y estilo. En parte, por la incorporación de Anthony Vaccarello, director creativo de la firma francesa, que firma un vestuario capaz de estilizar cada fotograma. En concreto, con dos elementos clave: un pañuelo rojo y una chaqueta verde. Sobre esta última, aunque a primera vista pueda parecer extraña dentro del género, Almodóvar cuenta que no es nada nuevo: «La lleva James Stewart en ‘Horizontes lejanos’ (Mann, 1952). Y si él la lleva, yo puedo ponerla en mi western».
¿Qué podrían hacer dos hombres en un rancho?
Pedro Pascal (Silva) y Ethan Hawke (Jake) protagonizan esta nueva historia, acompañados (en un segundo término) de actores como Manu Ríos, Pedro Casablanc o Jasón Fernández. La cinta narra el reencuentro entre un sheriff (Hawke) y un ranchero (Pascal) veinticinco años después de un breve romance cuando ambos trabajaban juntos como pistoleros. Ahora las circunstancias son distintas. Y no solo para ellos: también para Almodóvar. El director que estuvo a punto de dirigir Brokeback Mountain (2005) proporciona aquí una respuesta directa a la pregunta formulada en el film de Ang Lee: ¿qué podrían hacer dos hombres en un rancho?
Ethan Hawke y Pedro Pascal en un fotograma del corto
Nadie esperaba que yo pudiera acceder a este género absolutamente americano y masculino, pero lo he hecho.
Almodóvar, que antes de Madres paralelas (2021) ya había estrenado el corto La voz humana (2020), protagonizado por Tilda Swinton, vuelve a trabajar con un guion en inglés. Y lo hace con un género inexplorado para él hasta ahora: el western. Un género con el que, en sus propias palabras, ha sido muy respetuoso: «Nadie esperaba que yo pudiera acceder a este género absolutamente americano y masculino, pero lo he hecho. Al ser americano, y en inglés, no quería que nadie me acusara de anacronismo. He sido muy exhaustivo en los trajes, en las camisas, en los cuadros, en todo lo que se ve».
Fados, deseos, autoría y algún desnudo
Si bien es cierto que el esqueleto del género está cuidado, este se recubre de una piel totalmente ajena. Hay caballos, pistolas, un duelo a tres, polvo, cowboys… Pero también un punto de artificio. Es ahí donde encontramos el sello almodovariano, acompañando a la fotografía (magnífico trabajo de José Luis Alcaine), la música (que firma Alberto Iglesias), el guion, o incluso la comida. Un primer plano de un estofado continúa la tradición del director manchego para definir a sus personajes mediante el paladar (pensemos, por ejemplo, en la tortilla de Volver o en el gazpacho de Mujeres al borde de un ataque de nervios).
Eso sí, Almodóvar percute con fuerza el instrumento westerniano utilizando dos anacronismos: el fado portugués y los diálogos. El primero se refiere a un playback de Manu Ríos, que abre la historia a modo de narración, anticipando con su letra lo que va a ocurrir. Este fado, que pone título al cortometraje, es una versión del clásico de Amália Rodrigues interpretado originalmente por Caetano Veloso para Fados (Saura, 2007). El segundo anacronismo es la enunciación de las emociones como ingrediente fundamental de la historia. Aquí no importa tanto lo que hagan estos vaqueros, sino que hablen de ello.
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De izq. a dcha.: Jason Fernández, Ethan Hawke, Pedro Almodóvar, Pedro Pascal y José Condessa | Filmaffinity
Encontramos así la transgresión de este peculiar western, que si bien conserva la atmósfera del clásico americano (y no del spaghetti), desnuda a los personajes mediante conversaciones, antes que físicamente. En palabras del director: «podría poner retozando desnudos a Ethan Hawke y Pedro Pascal y probablemente me ganaría la simpatía de medio mundo. Pero hago una gran elipsis. Eso sí, muestro el culo de Pascal. Algo es algo». Esta elipsis es la que da paso al golpe más fuerte del guion: una discusión que refleja la dicotomía entre ambos cowboys, totalmente opuestos y que a su vez comparten una extraña forma de vida: la de dar la espalda a sus deseos más íntimos.
A favor de sus flaquezas
Otras recientes adaptaciones del género incluyen las nombradas por el director manchego: desde la serie Yellowstone (Sheridan y Linson, 2018-) hasta The Rider (Zhao, 2017), El poder del perro (Campion, 2021) o First Cow (Reichardt, 2019). En esta nueva entrega, nos adentramos en el territorio del deseo masculino. Un deseo al que quizás le falte suciedad y duración. Lo primero, porque todo es impoluto y reluciente (ya sean las pistolas, el vestuario o los caballos) y, lo segundo, porque deja al espectador con hambre. Es decir, o le sobra profundidad o le falta duración y vida. Pero puede que todo esto se justifique con las pretensiones y características del cine del director.
Muy a favor de la apuesta, los títulos de crédito, la música, la fotografía, las miradas, las sutilezas o las interpretaciones (especialmente, la de Ethan Hawke). También brillan los planos (unos magníficos generales sobre espacios vacíos) y algunos guiños a otras cintas. Por ejemplo, a Pat Garret y Billy el Niño (Peckinpah, 1973) con el músico-narrador, Centauros del desierto (Ford, 1956) con el mítico plano de la puerta abierta, Grupo salvaje (Peckinpah, 1969) en la secuencia del flashback, o Río Rojo (Hawks, 1948) durante la pelea a revolcones. Con todo, parece que Almodóvar ha realizado una victoriosa primera aproximación al género americano con Extraña forma de vida. Podrá tener sus flaquezas, pero desde luego brilla por la autoría de su fusión.
Ya en cines seleccionados.
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