Hace unos días pudimos disfrutar en cines de El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973) 50 años después de su estreno y a sólo unas semanas del esperado retorno del director vizcaíno con Cerrar los ojos, un nuevo homenaje al cine de la mano de José Coronado y Ana Torrent.
Cerrar los ojos, que hasta el momento sólo se ha podido ver en Cannes, competirá con La sociedad de la nieve (J.A. Bayona) y 20.000 especies de abejas (Estíbaliz Urresola Solaguren) por representar al cine español en la próxima edición de los Premios Óscar. 50 años separan a dos películas inusualmente relacionadas con la apicultura y hoy vamos a ver si somos capaces de encontrar una conexión entre ellas.
Fotograma de El espíritu de la colmena
El espíritu de la colmena nos muestra, a través de los ojos de una niña, un lugar gris, derruido y prácticamente aislado del exterior. Ese aspecto visual de la España de la posguerra que tantas veces hemos visto en el cine tiene sus orígenes en esta película. Un look en cierto modo transgresor si lo comparamos con el cine de su época. Si la de los años 70 fue la década en la que se consolidó el color, la violencia y la acción en las pantallas de todo el mundo, las tonalidades sobrias y tristes de la obra de Erice son el puro reflejo de un país estancado en su momento más oscuro.
Ι Leer más: Las directoras españolas de la Transición
Es precisamente la perspectiva de dos hermanas la que adoptamos para descubrir esa España de 1940 tal y como la ve Víctor Erice. Durante gran parte del metraje seguimos a Ana y a Isabel jugando, aburriéndose, contándose historias: siendo niñas en una época y un lugar donde ya no hay sitio para serlo. La ilusión despierta en su mirada durante una proyección de Frankenstein (James Whale, 1932), haciendo del séptimo arte el único refugio de lo infantil. El espíritu de la colmena brilla como una oda al cine, pero sobre todo como un canto a la niñez, al derecho a la imaginación y la obligación de dejar a los niños ser niños.
Fotograma de 20.000 especies de abejas
La parte buena de todo esto es que parece que hemos encontrado un hilo conector entre las dos películas, la mala es que hemos invocado uno de los eslogans más infectos del discurso tránsfobo: dejar a los niños ser niños.
La reflexión que hace 20.000 especies de abejas sobre la infancia transgénero es mucho más sensible y certera de lo que sabríamos hacer en este artículo, pero si algo podemos concluir de la obra de Estíbaliz Urresola es que la mirada infantil se pierde cuando se elimina la libertad de reconocer la identidad propia, no al contrario como insinúa la dichosa frasecita. El espíritu de la colmena usa la perspectiva de Ana para reivindicar la inocencia y el juego de la misma forma que 20.000 especies de abejas nos da una lección de empatía a través de los ojos de Cocó.
Ana y Cocó son dos niñas robadas de su infancia por la misma intolerancia que Erice mostraba fría y brumosa hace 50 años, propia de un modelo que rechaza al diferente y se ensaña con el débil. Reconforta saber que cuando el cielo se vuelva gris podremos buscar refugio en esa extraña colmena donde las abejas más importantes son las más pequeñas.
Ι Leer más: Crítica | ‘20.000 especies de abejas’ y el remedio de la empatía