Estamos en plena spooky season y todo son slashers e historias de brujas, vampiros o fantasmas. Pero tenemos que hacer un paréntesis para hablar de un monstruo que nada tiene que ver con Halloween. Monstruo es el último largometraje de Hirozaku Kore-eda, que dibuja con la habitual humanidad del director a un niño afligido perfilando los motivos personales, familiares o sociales que le hacen sentirse así. La película se estrenó hace ya unas semanas, así que si la encontráis en cartelera, no dejéis escapar la oportunidad.
El comportamiento extraño y retraído que empieza a tener Minato en casa alerta a su madre, Saori, de que algo le está haciendo sufrir en el colegio. Cuando el niño le confiesa que un profesor le ha insultado y agredido, ella se reúne con la directora del centro para exigir un castigo para el docente y seguridad para su hijo, pero no encuentra la reacción que esperaba. Así empieza una historia sobre el tormento, la extrañeza y la lucha de una madre ante la impasibilidad del sistema educativo. Pero Monstruo pronto revela que es más que una única historia.
Hiiragi Hinata y Sakura Andō en Monstruo
El guion de Yûji Sakamoto, que se hizo con el Premio a Mejor Guión del 76º Festival de Cannes, es un complejo y preciso —y ligeramente tramposo— puzzle ante el que el espectador no puede sino dejarse manipular y aceptar la continua mutabilidad de sus juicios y expectativas durante las dos horas que dura. Monstruo, como hiciera recientemente El último duelo (Ridley Scott, 2021) y antes muchas otras obras, plantea la búsqueda de la verdad a través de una estructura que repite los hechos desde distintos puntos de vista, añadiendo matices y contradiciendo la información previamente asimilada como real.
Por eso es una película que se disfruta mucho más si la abordamos desde la ignorancia, sin tener demasiadas pistas de a qué nos vamos a enfrentar. Y, desde luego, eso no es algo que este artículo tenga intención de arrebataros si aún no habéis tenido ocasión de verla.
Eita Nagayama en Monstruo
Pero sí podemos comentar, sin fastidiarle a nadie el visionado, el fascinante hecho de que en Monstruo parezcan convivir tres filmes distintos a partir de una misma trama y bajo una uniformidad estilística. El cambio del punto de vista lleva de la mano no sólo una transformación de la personalidad de los personajes, sino también del tono, de lo que el espectador espera de la película y, diría, incluso del género narrativo. En poco o nada se parecen la primera y la última parte, pese a complementarse y necesitarse la una a la otra.
El planteamiento inicial vira, suma personajes y va aglutinando más y más temas —con suficiente destreza para no saturar—, alejándose por completo del camino que parecía sugerir. Ofrece así una experiencia que atrapa, sorprende y desafía siempre en favor de su trama y su mensaje, pero que corre el riesgo de que, si un espectador se ha prendado de alguna de las primeras historias, la decepción de verla interrumpida quizá le impida disfrutar del resto. No fue mi caso.
Sora Kurokawa en Monstruo
Entre otras cosas porque Monstruo presenta unos personajes sólidos y complejos que dicen mucho con poco y nos invitan a quedarnos para seguir profundizando en ese fino trabajo conjunto de guion, dirección e interpretación. Aprovechando los distintos puntos de vista, la película juega para su construcción con lo que creemos saber de ellos, lo que sospechamos, lo que finalmente son cuando se nos revela y lo que nunca llegaremos a conocer.
La solución última a todos los conflictos que plantea la película es la empatía: desechar los prejuicios, permitirse mirar a los demás de cerca, escucharlos, esforzarse por conocerlos y comprender sus circunstancias. Y ese es precisamente el constructivo viaje que le propone el largometraje de Kore-eda al espectador. Todos hemos visto monstruos, y todos hemos sido el monstruo para alguien.
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