Hugh Welchman, codirector de ‘En nombre de la tierra’: «La violencia sexual no es igual para los hombres que para las mujeres»
El estreno hace un lustro de Loving Vincent (2017), la primera película pintada al óleo fotograma a fotograma, fascinó a público y crítica por su estética postimpresionista y su sugestiva premisa. Sus artífices, el matrimonio formado por DK (antes Dorota Kobiela) y Hugh Welchman, continuaron entonces progresando en esta fascinante técnica de animación. En nombre de la tierra, adaptación de Los campesinos del Premio Nobel polaco Władysław Reymont, es el resultado de cuatro años de trabajo artesano, recompensado con la elección del filme para representar a Polonia en los Oscar 2024.
El folclore, las pasiones y las labores de labranza en un pequeño pueblo lejos de Varsovia a finales del XIX, rodean la historia de Jagna, interpretada por la actriz Kamila Urzedowska. La protagonista, una joven campesina de gran belleza, es obligada a casarse con el granjero más rico de su aldea, padre del hombre al que ama. La corrosiva inquina de sus vecinos, envenenados de envidia y devotos pretextos, y los conflictos familiares convertirán a la joven en una superviviente cuya resistencia evoca la lucha por la dignidad e independencia de las mujeres.
¿Qué desafíos os ha planteado esta película respecto a la primera?
Con Loving Vincent gran parte del trabajo fue conseguir el dinero. Pensaban que estábamos locos por hacer una película pintada. Tuvimos que crear una técnica, ya que había mucha película corta de animación, pero normalmente de pintura en cristal, hecha por una o dos personas, y para un largo era necesario una estructura grande. Esta vez no tuvimos que inventar nada porque ya lo habíamos hecho antes, pero tuvimos desafíos técnicos nuevos. Nos llevó cuatro años hacerla cuando iban a ser dos y medio.
¿Se debió a la eclosión del COVID?
Sí y con él la hiperinflación. El coste de la vida en Europa Oriental subió un 20%. Lo más disruptivo para el proyecto fue la Guerra de Ucrania. Uno de los estudios de animación estaba en Kiev. Diecisiete de los pintores de nuestra película anterior eran ucranianos y pensamos que esta vez podíamos poner un estudio en su país para que no dejaran a sus familias. Era una gran idea, pero dos meses después se produjo la invasión de los rusos y tuvimos que cerrar el estudio. Los hombres estaban en edad militar y se unieron al ejército. Pudimos evacuar a las pintoras. Les encontramos alojamiento, colegio para los niños y les hicimos parte del estudio en Polonia. Cuando se pudo, reabrimos el estudio.
Las vívidas imágenes de En nombre de la tierra nacen de la influencia de las obras de los pintores decimonónicos preimpresionistas. ¿Resultó más complejo recrear esta plástica o el estilo de Van Gogh?
Para la técnica de Van Gogh, la del impasto, había más pintores capaces de copiarlo. Sin embargo, durante el movimiento realista en toda Europa, en concreto en el nuevo movimiento polaco, había muchísimo detalle en las obras. Es decir, hablamos de pinceles mucho más finos. Jagna es realmente tan simétrica, tan perfecta, que no gusta a los pintores porque con las mujeres más ancianas, que tienen otro rostro, no se necesita ser tan perfecto. Cuando dibujaban las pestañas de Jagna utilizaban un pincel de una sola cerda. Habíamos presupuestado que nos llevaría un 30% más de tiempo y se duplicó. Si con Loving Vincent eran dos horas y media por fotograma, aquí cinco horas de media. Había menor cantidad de artistas capaces de pintar a este nivel. Además, DK era inamovible en su decisión de que tenía que haber una cámara muy móvil, porque es una historia muy dinámica por cómo bullen las emociones humanas en los bailes, los conflictos, el sexo… Totalmente opuesto a nuestra primera película, donde dábamos vida a retratos.
Fotograma de En nombre de la tierra
¿Qué te responde un actor cuando le dices que vas a convertirle en una obra de arte?
Fue más complicado con Loving Vincent porque no sabían qué iba a aparecer, les daba curiosidad y decían: «bueno, vamos a ver qué sale». Aquí ya sabían cómo iba a quedar. Cuando llegan al set se olvidan completamente de que van a ser pintados. Solo hay unos instantes en la película en que les situábamos para hacer un retrato como tal. El resto del tiempo se centraban en dar vida a los personajes con la mayor fidelidad posible.
«En las últimas seis semanas, hemos vendido millón y medio de entradas en Polonia y la mayor parte del público son mujeres jóvenes».
Para una buena obra, precisabais la mejor interpretación, ¿cierto?
Absolutamente. En términos de este tipo de estilo, se ensambla la actuación combinada de los actores vivos y del pintor, así que si actúan mal no puedes arreglarlo con el proceso de pintura. Sí puedes potenciarlo y acentuarlo en un sentido u otro: Hacerlo más oscuro, más bello o luminoso. O que haya más desesperanza. Lo que hicimos primero fue centrarnos en la interpretación y envolverles en cómo íbamos a reflejar el paisaje y los cielos, para darles un marco afectivo y que pudieran hacer un buen trabajo.
¿Cómo llegó a vuestras manos la novela de Los campesinos?
La obra estaba descatalogada desde 1943. DK compró dos copias del Reino Unido de los años 20 y dos copias de EEUU de los años 40, ya que se publicó en cuatro volúmenes, uno por cada estación del año. Mi esposa me los dio y dijo: «Hugh, tienes que leer esto, es importante en la cultura polaca». Estaba con Loving Vincent y no me quedaba tiempo para esa pila de libros, así que se quedaron en la estantería. En esa época, llegué a tomar cien vuelos en diez meses. Mi cuerpo estaba destruido de ir de taxi en taxi y comer y beber fuera sin ejercitarme. Decidí ir a un retiro de un mes solo a base de zumos e hice desintoxicación digital. No miraba ninguna pantalla, ni siquiera los SMS, sólo llamaba una vez al día a mi mujer. Pensé que, si no los leía en ese momento, no lo haría nunca.
Fotograma de En nombre de la tierra
¿No te abrieron el apetito las menciones a los platos y viandas del mundo rural?
Por desgracia, hay deliciosas descripciones de comidas campesinas (ríe con gesto de llanto). Y yo estaba allí, en mi retiro, oliendo la mantequilla, el bacon… Me sentí muy hambriento, pero tuve la maravillosa experiencia de devorarlo en una semana. Me di cuenta de que era una obra maestra, el mejor libro que he leído sobre el mundo rural. Me emocioné porque cada gran texto, inglés o español, ha sido rodado diez veces, pero Los campesinos solo un par: la primera se perdió en los años 20; la otra, de los 70, nunca salió de Polonia. «¡Tenemos que hacer una película!», le dije por teléfono a DK. Ella pensaba igual, pero antes de leerlo, le preocupaba que la historia pudiera resultar demasiado local, solo interesante para los polacos. Le confirmé que no. Era universal y podía haber ocurrido en una aldea, en el S.XIX, de cualquier continente.
¿En términos de las cuestiones que se abordan?
Sí, los conflictos entre padre e hijo, el doble rasero para medir a hombres y mujeres, las mujeres que se vuelven contra mujeres… Al personaje de Jagna se le siente muy confinado en el lugar en el que vive. Tiene un espíritu soñador y artístico. La comunidad se vuelve contra ella porque es diferente. Es la experiencia de mi mujer en la aldea minera de carbón en la que creció. DK vivió durante su infancia y adolescencia lo que significa que el entorno te vea diferente y se ponga en contra. Como directora, también ha estado expuesta a esa vara de medir. De los dos, es la más talentosa, yo sencillamente le llevo los cócteles. En serio, para mí ha sido más fácil que para ella.
«En las escuelas católicas de Polonia cuando DK estudiaba y, aún sucede, enseñaban que el personaje de Jagna era inmoral».
¿Qué te conduce a pensar eso?
En nuestros días, a pesar del deseo de igualdad, creo que aún estamos lejos. La violencia sexual no es igual para los hombres que para las mujeres. Si pienso en mujeres de mi edad, amigas, casi todas han sufrido capítulos de agresión o encuentros abusivos y, entre mis amigos, prácticamente cero, al menos los que no son homosexuales. ¿Cómo es que eso ocurre todavía? Me preocupa la capacidad de anonimato de internet. Observo que las mujeres están experimentando más acoso que en mi juventud. A lo mejor no es el mismo nivel de violencia física, pero mentalmente es un mundo duro para las jóvenes.
Fotograma de En nombre de la tierra
¿Este sentimiento de injusticia os inspiró para destacar el relato feminista que habita en Jagna?
Sí, el texto de Los campesinos cuenta la historia de una comunidad a lo largo de un año, pero la historia más dramática es la de Jagna. Desde el principio queríamos poner el foco en ella. En las escuelas católicas de Polonia cuando DK estudiaba y, aún sucede, enseñaban que este personaje era inmoral. Había que contar los acontecimientos cómo realmente ocurren. En la novela ningún personaje es del todo malo o bueno. Ella no es perfecta, pero la tratan de forma terrible. Las mujeres jóvenes no viven cosas diferentes de lo que sufre Jagna. No tan extremo, pero definitivamente es algo que pueden reconocer. En las últimas seis semanas, hemos vendido millón y medio de entradas en Polonia y la mayor parte del público son mujeres jóvenes. Las mayores, por su parte, reconocen cuando hacemos debates que ellas vivieron eso.
Cuando en 2018 presentasteis Loving Vincent en España, DK mencionó un proyecto en ciernes sobre Goya. ¿Estáis trabajando en él?
Aquel año visité sus pinturas en El Prado. Escribí un tratamiento de guion sobre la Guerra Civil inspirado en series de pinturas sobre conflictos bélicos, pero por desgracia era demasiado fantástico. La idea partía de hacer una película de terror con demonios, brujas y gigantes. También, rápidamente, empezamos a trabajar en En nombre de la tierra. Sin embargo, todavía mantengo viva la llama de hacer una película sobre Goya.
Fotograma de En nombre de la tierra
Ι Leer más: ‘Saben aquell’: el drama detrás del chiste
Que buen artículo. Me ha dejado con unas ganas enormes de ver la peli.
Gracias.