Lois Patiño, director de ‘Samsara’: «Todos tenemos más o menos despertada una pulsión espiritual»
El término “samsara”, de origen sánscrito, alude a “la imparable rueda de la vida”. El ciclo de reencarnaciones o renacimientos, según los principios budistas, que enlaza el alma del ser humano a la ley del karma y su aspiración a la liberación del nirvana. El realizador Lois Patiño (Vigo, 1983), receptor de espacios y cosmovisiones, transita en su nuevo filme por la mística del sonido y la imagen a través de una magnética entelequia. Un viaje de los templos budistas de Luang Prabang (Laos) a las granjas de algas de Zanzíbar en el que la penetrante oscuridad de la sala canaliza un diálogo límbico con la mirada interior.
«Películas como Samsara suponen una ralentización de la aceleración exponencial en la que vivimos».
«La consciencia de nuestra posible finitud fomenta que logremos la concentración de nuestra esencia».
En Samsara, tu tercer largometraje, viajas lejos de la geografía gallega, razón de ser de tus dos anteriores trabajos. Lo que permanece es la indagación sobre la muerte.
Esta vez he querido tratar de dar respuesta y calma al misterio de morir a través de los relatos y leyendas del budismo de Laos. Siempre he tenido inquietud de conocer otras culturas, solo que lo he ido reflejando más en cortometrajes, con los que rodé en el desierto de Marruecos o en los templos de Tokio. En Costa da morte (2013) hice una aproximación antropológica a la cultura gallega desde la relación con el entorno y en Lúa Vermella (2020) hablé de los mitos sobre la muerte que emergen en Galicia.
Resulta frecuente pensar en el Tíbet cuando se menciona a Buda. ¿Fue intencionado transgredir el tópico?
A la hora de elegir el país, intenté eludir espacios que estuvieran demasiados representados o que pudieran ser caricaturizables. Por este motivo descarté la idea del Tíbet. La película trata más de una idea de espiritualidad y cómo este destello trascendente ha ido adoptando diferentes formas según la cultura y la creencia y cómo eso ha generado determinados ritos de despedida. Trato de mostrar cierta armonía en esta convivencia espiritual. Incluso en Laos, predominantemente budista, hablamos de que los jóvenes que viven en los templos también vienen de una religión animista, los Hamon, del norte del país. Y en Zanzíbar, mayoritariamente musulmana, también están los Masai.
Fotograma de Samsara
¿Cómo evadir los lugares comunes?
Adoptamos todas las preocupaciones para intentar eludir estos peligros. La aproximación a las religiones no es dogmática. Tratamos de evitar cualquier amago de posición de privilegio, de europeo con poder económico. Tampoco queríamos imponer, romantizar, caer en el exotismo o adoptar una actitud paternalista. Por ello, trabajamos con equipos pequeños de rodaje. Diez profesionales locales y cuatro personas llegadas desde España, incluyéndome a mí. Pasamos tiempo allí, conversamos mucho y siempre con una gran actitud de escucha. La película se hace desde la concepción de alteridad: salir del “yo” para ponernos en la piel del otro desde cada cultura. E incluso desde la piel de un animal.
La película articula un efecto espejo. No sobre cómo nos relacionamos con el paisaje, sino cómo el paisaje se relaciona con nosotros.
Así es. En Samsara continuamos con esta intención de trazar un paisaje animado, cargado de espiritualismo y trascendencia. En Costa Da Morte, mi primer largometraje, enfocaba la distancia y la inmensidad. Había una especie de antropología del trabajo, de cómo los seres humanos trabajamos en el entorno natural. En Lúa Vermella veíamos como lo que se mueve es el paisaje y había una atención a una visión animista de la naturaleza, a qué mitos y leyendas se despiertan a través de determinados paisajes.
El metraje abraza la quietud en su primera parte y, en su otra mitad, impera el dinamismo. ¿Representa la necesidad de hacer un alto y respirar hondo antes de regresar a la vida?
Como estábamos haciendo una película de reencarnación quería que el modo en que mirásemos la realidad y nos relacionáramos con el mundo mutara. Por esta razón, conté con dos directores de fotografía. Diseñé la parte de Zanzíbar para que no hubiera tanta ficción. Se redescubre el mundo desde cierta ingenuidad a través de una cabra, una niña y la mirada del espectador, que acaba de viajar desde el más allá y de vivir una inmersión muy profunda. Como el metraje central entre Laos y Zanzíbar era muy intangible y espectral, busqué que esta espiritualidad volviera a posarse sobre la materia, tocar de nuevo los cuerpos.
Fotograma de Samsara
Porque en el ecuador de la película se invita al espectador a cerrar los ojos y a exponerse a otro campo de percepción…
Sí, bajan los párpados, pero no por eso desaparecen las imágenes. Al revés, durante los quince minutos que dura el trayecto se multiplican y cada espectador ve una película distinta, aunque nosotros propongamos unos sonidos que buscan despertar una dirección u otra. Esa parte sonora empieza con una versión de Xavier Erkizia de los sonidos del Bardo Thodol (libro que describe lo que nos espera después de la muerte). Los sonidos nos llevan a atmósferas sonoras de variedad de lugares y lenguas del planeta.
¿Pretendías evocar espacios específicos?
A nivel narrativo daba pie a que aparecieran posibles lugares donde reencarnarse. Hasta que finalmente llega una gran ola que nos arrastra a las playas de Zanzíbar. Hay un momento de una niña hablando con su abuelo en italiano que remite a cierta infancia o detalles como el zumbido de las abejas, de carácter simbólico por su relación con los espectros. Es una parte muy compleja de analizar, creo que todavía lo estoy descubriendo. Pretendía darle la vuelta a lo que es una sala de cine. De repente la convertimos en un espacio de meditación colectiva, pero trabajando de un modo muy esencial los elementos cinematográficos. Trato de maximizar las posibilidades de la tecnología.
¿Todos los elementos se conjugan para crear un efecto de reverberación del samsara?
Si te abres a la experiencia llegas a sitios muy reverberantes, y al salir de la sala, siguen latiendo. Pongo intención en proponer también una gran belleza y poesía visual y sonora. Que el espectador viva una especie de experiencia de lo sublime, un instante de conexión con una imagen que hace entrar en otra dimensión. Este tipo de películas suponen una ralentización de la aceleración exponencial en la que vivimos. Es una invitación a pausar un poco el tiempo y dedicar tiempo a uno mismo más allá de los quehaceres cotidianos.
Fotograma de Samsara
¿El hombre es un ser espiritual?
Sí, mira al cielo. Todos tenemos más o menos despertada esta pulsión espiritual y trascendente. La sociedad actual occidental no fagocita dicha perspectiva, la orienta hacia otros territorios como el Mindfulness, donde pueden monetizar la experiencia. Pienso que la película habla de una espiritualidad en la que diferentes religiones han ido construyendo distintas respuestas para canalizar esta creencia.
Hablamos a menudo de la conciencia judeocristiana de la culpa.
Digamos que cada religión tiene su origen y las hay más agresivas, que han fomentado el miedo. Aparte del elemento espiritual, había motivos sociopolíticos. Las religiones principales surgen de manera paralela en el tiempo cuando los núcleos de población ya superan un número en el que no todo el mundo se conoce en la comunidad. Necesitan un mecanismo de control superior para que esas personas cometan el bien, así que se coloca un ojo. Cuando te sientes observado, te comportas mejor.
¿Ha predominado la búsqueda personal en Samsara?
Yo me acerco al budismo tal como me aproximé a la Santa Compaña y a las meigas, por interés en la comprensión cultural. La muerte me interesa mucho desde el “ser para la muerte”, de Heidegger. Es decir, cómo esa consciencia de nuestra posible finitud fomenta que logremos la concentración de nuestra esencia. Si eres consciente de la posibilidad de tu muerte mañana, vives más intensamente el ahora. En el caso de hacer una película, yo intento dar todo de mí porque podría ser la última. A nivel vital es como hacer trampas a la existencia. Yo, con 18 años, estuve con una ONG trabajando en una granja en Japón. Durante dos meses fui un granjero japonés recogiendo arroz en los campos. Es esta especie de idea del samsara, pero en una sola vida.
The Best Premium IPTV Service WorldWide!