Qué nos cuentan los baños públicos de ‘Perfect Days’ sobre Japón y la felicidad de Wim Wenders
En 2020 Tokio lanzaba una iniciativa maravillosa: encargar 17 baños públicos a diferentes arquitectos de renombre para hacer de esos lugares tan, a priori, ordinarios, auténticas obras de arte. Piezas de museo que todo el mundo, independientemente de género, clase o raza, pudiese ver, disfrutar y hasta cagarse en ellos. Wim Wenders, que ha tenido una larga relación con Japón y su cine, fue el encargado de llevar a cabo un documental sobre la iniciativa. Perfect Days es el largometraje de ficción en el que se acabó convirtiendo el proyecto.
Ganadora del premio a mejor interpretación masculina en el festival de Cannes (Kôji Yakusho) y la propuesta de Japón para los Oscars 2024, Perfect Days encuentra en la vida de un encargado de limpieza de esos baños la verdadera felicidad. La pregunta que no nos podemos evitar hacer al salir del cine es: ¿qué narices tienen unos malditos baños públicos para hacernos llorar así, Wim?
Los baños de Tokio | Página oficial del proyecto
Los baños públicos, una auténtica ventana al mundo
El váter con cadena más antiguo que se conoce data de 1700 a.C. en el palacio de Knossos, Creta, rodeado de oro, plata y piedras preciosas. Un baño muy alejado del que tenía el pueblo llano, que no era otra cosa que las propias calles. Recordemos que Moisés, antes de pedirles que no mataran y no robaran en su 5º y 7º mandamiento, pidió por favor que salieran del pueblo para hacer sus necesidades y enterrasen sus excrementos —aquello hasta ese momento tenía que ser un auténtico espectáculo—. Así que podemos decir que aquel único váter con cadena empedrado en diamantes difícilmente nos revelaría cómo sería toda una sociedad.
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Afortunadamente, evolucionamos, y ahora el crecimiento de las ciudades ha provocado que las clases altas y bajas vivamos y caguemos a unas pocas manzanas de distancia. Ahí es cuando aparecen los baños públicos, que, como cualquier lugar común a toda una sociedad, y al igual que la cultura que consumimos, la lengua que hablamos o las recetas que heredamos, esos baños nos definen. Da igual que sea volviendo de fiesta a las siete de la mañana, o levantándose a esa hora para trabajar, que seas ministro o chatarrero. Cuando te entra un apretón, todos cagamos de la misma manera. Eso es lo que admira el personaje de Hirayama cuando limpia cada baño, saber que toda su sociedad se concentra en una pequeña cisterna.
Fotograma de Perfect Days
Los baños de Shibuya bajo la mirada de Wim Wenders
Para hablar de Perfect Days y la arquitectura tan llamativa que nos presenta, no sirve de nada preguntarnos lo que nos dicen esos baños públicos sobre la sociedad japonesa. Tal vez reflejen una comunidad pulcra, limpia y respetuosa con la ciudad. O, tal vez, una comunidad que solamente pretende lucir pulcra, limpia y respetuosa con la ciudad. Para eso tendría que viajar a Tokio y verlo con mis propios ojos, pero como la revista no me quiso pagar el vuelo, me toca hablar exclusivamente sobre lo que vemos en Perfect Days. O, más concretamente, sobre lo que Wim Wenders ha querido expresar a través de esos baños tokiotas.
Resulta enternecedor ver a Hirayama sonriendo con pura inocencia al contemplar en silencio los vestigios más pequeños de humanidad. Una joven descubriendo los casetes, una conversación sobre deportes en un bar, una camarera cantando House of the rising sun en japonés… Hirayama, a pesar de no hablar nunca con nadie, adora estar con gente, y a pesar de llevar una vida solitaria, nunca está realmente solo. Por eso disfruta limpiando con un mimo casi enfermizo cada espejo, porque sabe que de alguna manera colabora en el delicado engranaje de una ciudad hermosa. Aprecia la belleza del ser humano, y cree ciegamente en su bondad, y eso es exactamente lo que Wim Wenders ve a través de los baños de Shibuya.
«El agudo sentido del bien común, el respeto mutuo por la ciudad y por el otro que se respira en la vida pública en Japón es muy diferente a nuestro mundo».
Wim Wenders
Limpiar los baños públicos es definitivamente lo que quiero hacer de mayor
Lo que resulta curioso es que el director, junto a su coguionsta, Takuma Takasaki, han ido a buscar la belleza del ser humano en el lugar menos esperado. Y no me refiero solo a los baños públicos, sino a la clase baja japonesa. La vida de un hombre con un trabajo siempre a merced de los demás y que nunca, nunca, nunca se le reconoce. Con pocos bienes materiales más allá de las plantas que coge del parque, algunos libros en oferta y una vieja cámara. Con una casa y un coche que le prestan lo justo y necesario para poder llamarlos así. Lo que busca Wim Wenders encontrando la belleza en los aspectos más cotidianos y rutinarios es demostrar que las mejores cosas en la vida, son, en realidad, gratis.
«Estoy intentando ser feliz con muy poco, pero aún no lo he logrado».
Wim Wenders
Fotograma de Perfect Days
Y esa felicidad en la falta de lo material es algo que solo un personaje como Hirayama —ojo, spoilers—, que ha vivido los lujos de la clase alta en el pasado, se atrevería a perseguir. Nunca alguien de la clase baja, como el compañero de Hirayama, tan maravillosamente construido, se plantearía jamás una vida sin perseguir los deseos terrenales. No le falta razón cuando dice que solo con dinero puede ser feliz, igual que tampoco le falta a Hirayama cuando demuestra lo contrario.
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Perfect Days sabe que habla de una felicidad al alcance de muy pocos, porque si hubiera intentado hacer un retrato de la clase trabajadora se habría estrellado sin dudarlo. Lo que hace Wim Wenders es, sencillamente y sin vergüenza, hablar de su propia felicidad. La que encuentra un hombre de traje cuando, harto de su vida ajetreada, bebe cerveza con un desconocido y juegan a pisarse las sombras como dos niños pequeños. Ante eso, a nosotros solo nos queda mirar esa felicidad convertida en cine y decir: “joder, qué bonito”.
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