Por muy manido que esté el Holocausto nazi en el cine, no creo que podamos decir jamás que ya se ha hablado lo suficiente de él. Siempre queda algo por conocer sobre un negro episodio de nuestra existencia que conviene que conservemos fresco en la memoria, sobre todo si atendemos al reciente auge de ciertas ideologías. Pero también es innegable que todos tenemos una idea bastante clara de lo que sucedió, circunstancia que ha utilizado hábilmente Glazer en La zona de interés (2023) para ofrecer una nueva e incisiva perspectiva y otra inspirada respuesta a la pregunta: ¿cómo se retrata la barbarie?
El director y guionista británico prueba con este largometraje que se la puede retratar no sólo sin mostrarla, sino ignorándola. Valiéndose del sonido y los márgenes de sus planos, invita a los espectadores a rellenar, a partir de esos conocimientos generales, las atrocidades que deja siempre fuera de campo. Imaginar cosas horribles puede ser mucho más aterrador que verlas.
La zona de interés nos ataca con un sobrecogedor diseño de sonido que mezcla alaridos, ruido de maquinaria y trenes, rugidos autoritarios, llantos, súplicas en varios idiomas y disparos. Así sonaba Auschwitz. Y nunca se callaba, como tampoco se calla en la película. El rumor del mal atraviesa constantemente las ventanas cerradas y se crece en el jardín de la bucólica casa que la familia Höss habita junto al campo de concentración. Mientras, la cámara se niega a prestarle atención, se rehúsa a asomarse más allá del muro o a reencuadrar en lo que creemos ver por el rabillo del ojo.
No, la cámara está ocupada contemplando el día a día de los Höss. Y digo “contemplando” porque los observa pasiva, distante e imperturbable, con una estética naturalista y luminosa, con planos estáticos que no enfatizan detalle dramático alguno. Así de desoladoramente aséptica es la realidad de los perpetradores del Holocausto. La modélica familia alemana, niños incluidos, actúa con la naturalidad y la calma de quien vive pared con pared con una fábrica silenciosa e inodora en vez de con un campo de concentración y exterminio.
El día a día de los Höss en La zona de interés
Rudolf Höss, comandante de Auschwitz, es un tipo cualquiera para quien el perfeccionamiento de la mecanización de los asesinatos en masa es una tarea más en su rutina laboral, estimulante sólo en el sentido de que le permite demostrar a sus superiores, con fingida abnegación, que es el más listo de la clase. Es un tipo tan ordinario, casi patético, que ni siquiera es el protagonista de su propia vida. En su lugar, su inclemente mujer Hedwig lleva la voz cantante tanto en la casa familiar como en el largometraje. Ella disfruta y presume de la vida que siempre había soñado para sí, sin ápice de remordimiento, y su objetivo último es conservarla.
Sin embargo, aunque visualmente La zona de interés se regodee en la trivialidad, el oído del espectador sigue siendo aguijoneado y, bajo el humo de los crematorios, todos los detalles de la banal vida de los Höss tienen una segunda lectura: el cuidado que Hedwig dedica a sus flores, el abrigo de visón que le trae su marido del trabajo, los juegos de los niños, el apego de Rudolf por su yegua, los elogios a todo lo que han logrado construir, el privilegio de tener miel fresca en el jardín. Convertir el costumbrismo en pesadilla es la gran victoria de la propuesta de Jonathan Glazer.
El descarriado final de la película
Fotograma de La zona de interés
Lamentablemente, el turbador efecto de esta genialidad formal acaba por agotarse en una película que, probablemente, ganaría si fuera más breve —quizá no necesitaba ser un largometraje— y si no desviara su atención. Ya generan dudas el par de paréntesis rodados con cámara térmica en los que una niña esconde manzanas para los presos: la humanidad vedada que se filtra a la fuerza con aura de ensoñación. Pero cuando nos deja finalmente atrás es al abandonar la casa familiar para seguir la carrera profesional de Rudolf Höss.
¿Por qué nos vamos con él? ¿Persiguiendo alguna evolución en el personaje? ¿Para volver a incidir en la banalidad del genocidio, ahora en otro contexto —en cuyo caso la estética ya no acompaña tan bien—? ¿O simplemente para llenar más minutos? El flash-forward del personal de limpieza en el museo del Holocausto, ¿señala otra forma de convivir con la tragedia y hacerla rutinaria? ¿O es que Rudolf es por primera vez consciente de la infamia y la trascendencia de sus acciones? ¿Los monstruos también lloran?
En cualquier caso, lo cierto es que la película no se ha ganado que nos interese la trama ni el devenir del personaje, no está a la altura de la experiencia escalofriante de la primera parte.
El calado de La zona de interés
Fotograma de La zona de interés
A pesar de ello, no creo que los desatinos que se le pueden reprochar a La zona de interés desmerezcan lo que sí funciona de la propuesta. Además del incuestionable mérito del ejercicio audiovisual por sí mismo, es realmente difícil quitarse de encima la sensación de urgencia e impotencia después de ver la película, y eso tiene mucho valor.
Glazer explicaba así en el Festival de Cannes por qué quisieron buscar una estética moderna:
«Todo debía alimentar la idea de tiempo presente, no como si fuera una pieza de museo o algo que sucedió hace mucho sobre lo que podemos leer y ante lo que podemos sentirnos seguros (…). Es todo lo contrario, es necesario presentarlo con cierto grado de urgencia y alarma».
Porque nunca estamos del todo a salvo de algo así. Si alguien duda de que el ser humano rebosa egoísmo y anda falto de memoria, no hay más que mirar hacia Gaza. En La zona de interés los personajes desoyen el agónico sonido del horror que nubla su cielo cada día. Hoy, salvando las distancias con los Höss —responsables directos y auténticas sabandijas—, ¿no elegimos también nosotros desoír otras emergencias humanitarias porque están en manos más poderosas que las nuestras? No pretendo juzgar injustamente, también yo lo hago. ¿Cómo llevar una vida medianamente apacible si no, si nos sentimos incapaces de hacer algo para remediarlo?
Pero ese podría ser el sentido de contemplar la vida de los Höss en La zona de interés: que nos incite a reflexionar sobre aquello en lo que nos parecemos a sus personajes y cómo repudiar esas partes de nosotros mismos.
«Esas ideas están ahora presentes. No sólo en las cabezas de la extrema derecha y los neonazis, sino también en ideologías más cercanas a nosotros en términos de sueños de confort, soberanía e identidad nacional, que está relacionada con dónde vivimos y lo que eso significa, y cómo necesitamos que nuestras fronteras estén protegidas, y cómo percibimos a lo que hay fuera de ellas como amenaza y como la razón de que nuestras vidas sean complicadas (…)».
Jim Wilson, productor de La zona de interés
Muy buen artículo. El tema es tremendo y urge este tipo de reflexiones.
Gracias.
Muy bien, me gusta mucho! Pero, tiene remedio esta sociedad?
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