Sofia Coppola estrena Priscilla, un biopic inusual sobre Priscilla Presley, que cuenta la historia de amor de la pareja y da una nueva dimensión a la figura de Elvis. Hoy hablamos de la película, de sus puntos fuertes y de cómo nadie plasma la soledad de las mujeres en la pantalla como Sofia Coppola.
Desmontando el mito
En Elvis, la película de Baz Luhrmann estrenada hace dos años, se contaba la historia de Elvis y su relación con Tom Parker “El Coronel”, mánager que dirigió la carrera del cantante durante toda su vida. Durante las dos horas que dura, vemos cómo el Coronel llegó a manipular la vida profesional y personal de Elvis hasta acabar con él. Elvis es la víctima y el Coronel, el antagonista. En Priscilla, el Coronel apenas aparece. Sofia Coppola se centra en la relación de Priscilla y Elvis, convirtiéndola a ella en la víctima y a él en el antagonista.
Durante la promoción de la película, Coppola insistió en que no quería mostrar a Elvis como un villano, sino como un ser humano real. Quizá, precisamente por eso, Elvis se complementa tan bien con Priscilla: mientras la primera aporta las razones que llevaron al deterioro del cantante, la segunda muestra las consecuencias. Quizá la directora nos está queriendo contar que existe una cadena de miserias: cuando alguien se convierte en víctima, su entorno lo acaba pagando. Y, en este caso, no hay duda de que Priscilla pagó las desgracias de Elvis.
Un retrato de la soledad
Cailee Spaeny como Priscilla | Sabrina Lantos (BTEAM Pictures)
Sofia Coppola ha dedicado gran parte de su cine a hablar de la soledad. Desde las adolescentes depresivas de Las vírgenes suicidas a la joven en crisis existencial de Lost in Translation. En Priscilla, esta tendencia se renueva y se explota más que nunca. Podríamos imaginar que en la vida de la esposa de Elvis iba a sonar su música, iba a haber conciertos, fiestas, multitudes, glamour. Nada más lejos de la realidad: la vida matrimonial de Priscilla consistió, mayoritariamente, en esperar en casa, sola y aburrida, a que Elvis regresase de sus giras.
Por eso es tan sugerente cómo se retrata ese aislamiento en Priscilla: nos quedamos con ella en Graceland, una mansión inabarcable para una persona tan pequeña. La cámara nos enseña los detalles, las cortinas, los armarios, las puertas. Se detiene en la belleza y la delicadeza de todos los objetos de la mansión, inmóviles, hasta que parece que Priscilla sea un elemento más de la decoración. Coppola deja el tiempo para la contemplación y para el aburrimiento. Un tiempo necesario para entender al personaje, porque el aburrimiento y la soledad pueden ser un gran motor.
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Coppola retrata esa soledad desde la delicadeza, como lo pide la historia. Priscilla era una niña cuando conoció a Elvis, tenía un aspecto tan inocente que hace que la primera parte de la película sea una experiencia incomodísima. Por supuesto que a Priscilla le gustaba Elvis: era un ídolo de masas, el crush de toda una generación. Y se había fijado en ella. Coppola, lejos de romantizar la relación, pone todas sus herramientas al servicio de la historia real: la de un adulto que seduce a una niña. Y lo hace, para empezar, desde el casting. Un Jacob Elordi kilométrico frente al 1’50 que mide Cailee Spaeny. Una diferencia de tamaño exagerada, pero a través de la que entendemos la diferencia de madurez entre ellos en una imagen.
Fotograma de Priscilla | BTEAM Pictures
Un drama atemporal
Si despojamos a la historia del lujo y el glamour, lo que hay son dramas universales: una búsqueda de la identidad propia, un amor tóxico, una ambición por crecer antes de tiempo. Priscilla es la historia de una mujer que pasó años intentando complacer a otra persona, cancelando su propia personalidad para encajar en lo que se esperaba de ella, para sentirse relevante. ¿Quién no empatizaría con eso? Más allá del privilegio, de estar encerrada en una jaula de oro, Priscilla era una mujer reducida a ser “la esposa de Elvis”, y el rechazo que eso genera es algo universal y atemporal.
La película termina cuando Priscilla toma las riendas de su vida, deja a Elvis y abandona Graceland para descubrir quién quiere ser. Con ese final, Priscilla se convierte en la protagonista de su propia vida, y la película se convierte en una historia de valentía y, sobre todo, en una historia de amor propio.
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Me encanta el final. Priscilla, por fin, puede ser ella misma.
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