¿Cómo sería una comedia romántica con un asesino a sueldo de por medio? La última película de Richard Linklater responde a medias a esta pregunta, de la misma manera que basa solo parcialmente su premisa en hechos reales. Entre enredos, tensión, humor negro y algunas dosis de erotismo, Hit Man ha abandonado los cines habiendo dado poco que hablar, pero cumpliendo con creces su misión de ser una película divertida y con algo nuevo que ofrecer. Te contamos por qué merece la pena ver Hit Man, sin spoilers.
La cinta comienza con su protagonista, Gary Johnson (interpretado por Glen Powell) presentándose a la audiencia. Johnson, que en apariencia es un profesor de universidad de lo más común y aburrido, complementa su vida diaria con un trabajo ligeramente más emocionante: colabora con la policía en operaciones de incógnito para atrapar a gente que intenta contactar con sicarios. Todo cambia para Gary cuando, por azares del destino, es él quien debe hacerse pasar por sicario durante una operación y descubre que se le da sorprendentemente bien. Por si fuera poco, sus aventuras como policía encubierto le llevan a conocer a Maddy, una mujer que busca ayuda para acabar con su marido maltratador.
¿A que no suena precisamente como empezaría la típica comedia romántica? Eso es porque Hit Man se encuentra más cómoda moviéndose en las zonas grises entre géneros, tonos y arquetipos narrativos que conformándose con un único estilo. No se casa con nada ni con nadie, más que con su propio interés por jugar, poner a prueba a sus personajes e hipnotizar con su macabra espiral descendente. Este mecanismo es el que hace avanzar, por un lado, las desventuras de Gary como policía infiltrado, y por otro, su oscuro idilio con Maddy. Cuando nos acomodamos mucho con alguna de sus facetas, Hit Man sabe pegar el volantazo para volver a descuadrarnos y tenernos pendientes de lo que sucederá a continuación.
En este sentido destacan las escenas en las que Gary filosofa junto a sus alumnos sobre la naturaleza humana. Estos momentos, que podrían parecer descolgados tanto en una película de cine negro como en una comedia romántica, sirven de pegamento para sus dos facetas. ¿Qué parte de nuestra conciencia somos realmente? ¿Cómo entendemos la justicia? Linklater y Powell se sirven de escenas que plantean estas preguntas, no solo para que el guion respire, sino para subrayar la transformación de Gary. Y, por supuesto, las charlas filosóficas también tienen una lectura metatextual: de la misma forma que Gary es el aburrido profesor de universidad y el policía infiltrado, Hit Man es a la vez una película de muchos géneros y tonos, todo en una. Y tanto la película en general como el propio Powell salen reforzados del juego que plantean. En concreto, Glen Powell hace un trabajo actoral magnífico, con una gestualidad que acentúa y magnifica cada ocasión en la que Gary cambia de personalidad.
La parte mala de esto (y supongo que también es consecuencia de que el propio Powell sea coguionista y productor de la cinta), es que a veces este tour de force actoral da la sensación de estar demasiado subrayado. Lo que en escasos minutos podrían ser escenas animadas, divertidas y hasta memorables se convierten en tedio cuando se alargan demasiado. La trama no se complica nunca a un nivel que justifique diálogos y escenas tan alargadas y que juegan totalmente en contra del ritmo de la película, especialmente en su primer acto. Aún así, es una falta que el guion de Linklater y Powell consigue equilibrar más adelante, cuando el romance entre Gary y Maddy cobra protagonismo.
Fotograma de Hit Man | Diamond Films
Hit Man es una película imperfecta, aunque notablemente divertida. Mi principal problema con ella es que tenía los mimbres para apostar más y darle una mayor salida a las situaciones que plantea. Entre su, en ocasiones, desgarradora falta de ritmo y su complacencia hacia el final de la película, Hit Man no alcanza un nivel que podría haber conseguido de sobra. Aún así, el resultado sigue siendo una película más que disfrutable, con un gusto espléndido por el humor negro, el erotismo y los debates ontológicos.
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