El pasado 29 de enero Netflix estrenó Noticias del gran mundo (Paul Greengrass, 2020), un nuevo western protagonizado por Tom Hanks. ¿Estamos ante el resurgir de un género o no es más que un nuevo intento por parte de un autor nostálgico?
En los primeros minutos de la adaptación de la novela de Paulette Jiles, el capitán Jefferson Kyle Kidd (Tom Hanks) se encuentra con un soldado de raza negra ahorcado a un árbol y a una niña (Helena Zengel) que solo habla la lengua de los kiowa. Inmediatamente surgen preguntas acerca de cómo va a abordar esta película un elemento escabroso de la historia americana pero, sobre todo, la pregunta es si estamos interesados en que nos lo cuenten sobre ese escenario.
No es noticia para nadie decir que el western, uno de los géneros más icónicos del viejo Hollywood, está prácticamente muerto. Como bien dijo Tom Hanks: “Hoy no se puede hacer un western si no tiene sables láser”.
Es curioso que como espectadores somos conscientes de dos verdades contradictorias entre sí: las películas hipermasculinas de vaqueros nos aburren, pero no tenemos problema con los Logan (James Mangold, 2017) o los The Mandalorian (Jon Favreau, 2019-presente) que claramente beben de sus tradiciones. Me recuerda a un cuento que leía de pequeño sobre un niño que no quería comer espinacas porque eran verdes, así que su padre le tapaba los ojos y le decía “Estroja-caraboja, las espinacas se volverán rojas”, y el niño se las comía encantado. Hoy, como fan de los westerns y de las espinacas, quiero explorar qué debemos hacer para recuperar el género sin trucos de magia.
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Contar historias para contar la Historia
Asalto y robo de un tren (Edwin S. Porter, 1903) es considerado el primer western de la historia tras el que rápidamente Hollywood se dio cuenta de que habían encontrado una mina de oro: los forajidos, el duelo, los caballos… Los westerns eran las pelis de Marvel del siglo pasado. Pero la mera acción no sostiene a un género por mucho tiempo, así que en su periodo clásico el western asumió el papel de contar la Historia americana.
En películas como La Diligencia (John Ford, 1939) reconocemos perfectamente las historias de indios y vaqueros que recreábamos con nuestros clicks de Playmobil después de acabar los deberes. Son historias míticas, leyendas que hablan del valor de esos hombres que lucharon contra lo salvaje para expandir la frontera norteamericana.
Ford dirige por primera vez a John Wayne en La Diligencia
El arraigo entre la sociedad estadounidense y el western se hace más fuerte cuando no solo estás viendo una película de acción, también estás viendo en pantalla a tus antepasados más directos. Algo parecido sucede en nuestro cine con las películas ambientadas en la guerra civil, que aunque un sector de la población quiera quitárselas de encima, a los titiriteros siempre nos va a encantar pensar que una sala llena de gente se pone en silencio para escuchar las historias de nuestros abuelos.
Cuando estos elementos se convierten en clichés es cuando llega la parodia, que abarca desde los spaghetti westerns de Sergio Leone hasta la fantástica Sillas de montar calientes (Mel Brooks, 1974); y por último, la deconstrucción. Sam Peckinpah o Clint Eastwood nos enseñan una violencia que permanecía oculta, una revisión del género clásico que hace de dedo señalador sobre lo que antes usabas para desconectar el cerebro durante un par de horas. Aquí encajan como anillo al dedo los sables láser, el neo-western forma indudablemente parte de la fase deconstructiva del género. El problema es que llevamos más de 50 años deconstruyéndolo, y cada vez son más los que prefieren dejarlo morir.
Jefferson Kyle Kidd cruza el oeste buscando a la familia de Johanna en Noticias del gran mundo.
Cómo amar a las espinacas verdes
El cuento que leía de niño terminaba con el protagonista comiéndose las espinacas que creía rojas. Lo que nunca te van a decir es que en algún momento va a quitarse la venda y ver que no son más que las sucias espinacas verdes que tanto odia. ¿Qué vamos a hacer cuando los neo-westerns también nos aburran? Como buen gallego responderé con otra pregunta.
¿Qué haces cuando terminas tu serie favorita? La vuelves a empezar. Si la industria quiere revivir uno de sus géneros más reconocibles es necesario pulsar el botón de reset. Volver a contar la historia de cómo EEUU expandió su frontera pero esta vez contándola bien, sin omitir los detalles que se omitieron hace 100 años.
El cine clásico hizo de los nativos americanos un elemento más que se opone al hombre blanco en sus aventuras. Esta despersonalización es la semilla que llevó a Sacheen Littlefeather, activista de los derechos civiles de los indígenas estadounidenses, a subir al escenario para rechazar el Óscar en nombre de Marlon Brando por su actuación en El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972), y oír abucheos por ello. Quiero creer que a las audiencias modernas ya no les vale que el indio malo incivilizado sea un mero elemento de atrezo. La sociedad americana tiene el deber de regenerar el daño hecho en el siglo XIX y perpetuado en el XX. Hay un intento tímido de esto en Noticias del gran mundo que da la sensación de ser insuficiente.
Sacheen Littlefeather en la gala de los Óscar de 1973.
Todos sabemos gracias al cine que los nativos americanos cortaban las cabelleras de sus enemigos, menos conocido es que antes de convertirse en pueblos guerreros, los apaches y los kiowa eran cazadores y recolectores; igual que los navajos, cuyo pecado fue establecer una sociedad matriarcal en donde eran las mujeres las que tenían las propiedades y no los hombres. A todos nos suena el nombre de Toro Sentado, jefe de los sioux, pero no sabemos que fueron una de las tribus que tuvo que mudarse de territorio debido al exterminio masivo de bisontes derivado del comercio de pieles que hizo prosperar a los ingleses y los franceses a su llegada al nuevo mundo. No estoy diciendo que estas partes de la historia sean suficientes para revivir un género, estoy diciendo que el género no revivirá mientras estas historias sigan debajo de la alfombra.
Durante esta década películas como Django desencadenado (Quentin Tarantino, 2015) y series como El pájaro carpintero (Mark Richard, Ethan Hawke, 2020) han escogido la estética western para explorar otra cara oculta de la historia americana: la esclavitud. Es esperanzador ver a autores reconocidos dispuestos a identificar los crímenes cometidos contra otras razas como una parte indivisible de la historia de los EEUU en lugar de dejar que cabalgue hacia el atardecer.
Pero estos y muchos otros no dejan de ser pequeños pasos en un proceso de regeneración que va más allá de una sala con olor a palomitas. En un mundo donde ni siquiera podemos ponernos de acuerdo sobre lo que es verdad y lo que no, a veces es mejor el sabor amargo de unas espinacas verdes que vivir con una venda en los ojos creyendo que son rojas.