Dentro del universo de sedas, flores y fuegos artificiales que propone, la banda sonora y la ambientación, así como los personajes y sus tramas, encajan como un puzle. Existe una coherencia interna y por ello funciona.
Cuando me saturo de intrincados conflictos sociales y políticos, tanto en la ficción como en la vida real, aparece alguna serie o película de las que dejan buen sabor de boca. Hace unos años me picó la curiosidad por los flirteos medievales; comencé Reign (Laurie McCarthy, 2013-2017) y 78 capítulos después había superado todas mis expectativas. El pasado diciembre se estrenó la primera temporada de Los Bridgerton (Chris Van Dusen, 2020) y tuve la misma sensación: había encontrado justo lo que buscaba.
Los Bridgerton, basada en las novelas de Julia Quinn, introduce al espectador en las suntuosas temporadas londinenses de principios del siglo XIX. Durante esta época del año, la aristocracia se congregaba en la ciudad. Daban paseos, tomaban aperitivos y celebraban ostentosos bailes. Las jóvenes eran presentadas en sociedad y entraban en el mercado matrimonial. Esta es la materia prima de la que se nutre la serie, los jugosos cimientos sobre los que se articula toda una trama protagonizada por el romance. Por tanto, hablemos de verosimilitud y no de fidelidad histórica.
Fotograma de Los Bridgerton
Las críticas más duras que ha recibido la serie se enroscan en lo poco creíble que resulta el casting, con un duque y una reina de piel oscura, las decisiones demasiado creativas en el diseño de vestuario, peluquería y maquillaje para los estándares de la época, e incluso la llamativa pulcritud de las calles. Yo, que la he devorado en dos días, me pregunto: aquellos que le reprochan los supuestos anacronismos, ¿han comprendido el propósito de la serie? Si en la vida todo es cuestión de expectativas, en la ficción aún más. Es cierto que los aspectos mencionados no reflejan la sociedad inglesa de hace doscientos años. Si tuviese el rigor histórico como prioridad o directamente se tratase de un documental, entonces estaríamos ante un resultado bastante mediocre.
Por el contrario, cada uno de los elementos que componen la atmósfera de esta serie incitan al público a entrar en un juego multicolor de escándalos y romances con cierta dosis de erotismo. Cinco minutos son suficientes para que el espectador tome la decisión de quedarse o marcharse, pues el catálogo de ficción audiovisual actual es suficientemente amplio como para dedicarle nuestro tiempo a una serie que no es para nosotros. Si acepta el trato, descubrirá que cumple con creces todo lo que promete. Yo no esperaba de ella una clase magistral de historia, ni un manual sobre las costumbres del siglo XIX; solo le exigía lo que en esos cinco minutos me había propuesto: mero entretenimiento de peripecias amorosas, tramas cruzadas y final feliz. Nada más. Y me ha encantado.
Fotograma de Los Bridgerton
Podríamos decir que Los Bridgerton es una mezcla entre Orgullo y prejuicio (Joe Wright, 2005) y La bella y la bestia (Bill Condon, 2017). Tiene la atmósfera de un cuento de hadas escrito por Jane Austen. Solo bajo esa premisa puede disfrutarse. Este empaque es coherente con los objetivos y conflictos de los personajes, y logra seducir al espectador en un juego capitaneado por la banda sonora. Si hay un ingrediente esencial, presente en todos los capítulos, es el baile. ¿Y qué serían las deliciosas coreografías sin unas canciones a la altura? El casting, la ambientación y el vestuario son imprescindibles para crear la atmósfera, pero en esta serie, la banda sonora es la clave.
La música es un divertido guiño para el espectador que, al prestar atención, identifica de pronto, entre acordes de violines y violonchelos, a Ariana Grande y Billie Eilish. Reign y Los Bridgerton tienen en común esta decisión: insertan canciones actuales en una versión clásica. La banda sonora se convierte así en una auténtica declaración de intenciones. Dirige un mensaje claro al espectador: la época a la que pertenecen los personajes no es la tuya, pero se parecen mucho más a ti de lo que piensas; sus ilusiones y desdichas resonarán en tu experiencia.
Recuerdo que pausé la escena de Reign en la que suena Royals (Lorde) y la busqué en internet para comprobar que estaba en lo cierto. Sentí que, a través de la música, la serie había creado un vínculo conmigo y yo era exactamente el público al que se dirigía. Me ilusioné con la extraña felicidad de formar parte del universo que planteaba la historia. No me canso de este recurso. He sonreído de la misma manera al reconocer In My Blood (Shawn Mendes), bad guy (Billie Eilish) y Girls Like You (Maroon 5 ft. Cardi B) en Los Bridgerton. De todas las secuencias en las que aparecen estas canciones, el baile del primer capítulo es la que más he disfrutado. Llegamos en carruaje de la mano de Daphne Bridgerton, entusiasmada por encontrar el amor en una sociedad ataviada de joyas e hipocresía. Por si aún quedaba alguna duda sobre el tono de la serie, las jóvenes casaderas conversan y bailan con los pretendientes al son de thank u, next (Ariana Grande).
Fotograma de Los Bridgerton
Como el resto de elementos, la banda sonora está sujeta a la atmósfera, no al rigor histórico. En la ficción, la veracidad carece de importancia. La libertad del creador encuentra sus límites en la verosimilitud, no en los hechos. A lo largo de la primera temporada de Los Bridgerton se recoge lo que se siembra en el capítulo inicial. Si después de verlo, tu objetivo sigue siendo aprender historia, no le dediques un minuto más y busca un buen documental. Desde luego, si aceptas el juego, te sumergirás en los escándalos descritos por la misteriosa Lady Whistledown, a quien pone voz Julie Andrews. Corre el rumor de que pronto se rodará la segunda temporada. Esperaremos impacientes las suculentas primicias de la sarcástica escritora.
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