La primera vez que vi El viaje de Chihiro (Hayao Miyazaki, 2001) tenía unos diez o doce años y no me gustó nada por dos razones. Una, que era pequeña y me dio miedo (ahí entendí que no todos los dibujos eran necesariamente para niños). Y dos, que había visto el título y la portada y me esperaba que fuera la historia de un divertido y apasionante viaje. Para mi decepción, no había viaje, ¡Chihiro se pasa toda la peli en el mismo pueblo! Pues qué estafa. Pasé a otra cosa y volví a mis pelis de Disney, Pixar y Dreamworks.
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Unos meses después, me apeteció volver a verla. Me tragué mi orgullo y, cojín en mano para taparme los ojos en el momento en el que los padres de Chihiro se convierten en cerdos, volví a poner la peli… y me encantó. Ahora, 15 años después, intento entender por qué la odié tanto la primera vez y me gustó tanto la segunda.
Una niña normal en un mundo hostil
En aquella época estaba acostumbrada a películas de aventuras graciosas, sencillas y de buen rollo. Y no había nada de eso en la película de Miyazaki. La protagonista no era una princesa, ni una niña risueña: era una niña normal que estaba aburrida y enfadada. De primeras, hasta me generaba antipatía. Hasta que me di cuenta de que Chihiro estaba enfadada… igual que yo. Igual que cualquier niña de 12 años. Ella empieza la película triste, molesta con sus padres porque la obligan a mudarse, a dejar atrás toda su vida. «El primer ramo que me regalan es un ramo de despedida, qué triste», es de las primeras cosas que le oímos decir. Y por si fuera poco, paran en un pueblo en mitad del camino para hacer turismo. Eso me sonaba mucho.
El viaje de Chihiro es una película que admite diferentes lecturas (en internet hay infinitas interpretaciones, desde las más profundas a las más locas). Pero yo me quedo con la más obvia: la película habla del fin de la infancia, de lo duro que es cerrar una etapa y aprender a vivir en un mundo tan hostil como el de los adultos. Me sentí identificada con Chihiro rápidamente porque sabía que tener esa edad no es fácil, todo es nuevo constantemente. Es una edad de descubrir y de aprender a responsabilizarse de uno mismo. Sus padres se convierten en cerdos y ella tiene que hacerse cargo de su situación por primera vez en su vida. Y tiene que aprender a vivir en un mundo que no está hecho para ella: el de los adultos. En eso consiste, al final, madurar.
Un viaje a un mundo nuevo
Fotograma de El viaje de Chihiro
Pero, a pesar de todo, El viaje de Chihiro es una película optimista. Nos enseña que el camino es difícil: la protagonista está constantemente enfrentándose a nuevos peligros, a gente mala. En ocasiones también hay alguien dispuesto a ayudarla, gente buena. Y a veces solo se tiene a sí misma, pero no pasa nada, porque sale adelante.
Aún así, para mí la lección más importante de la película fue la de normalizar el enfado y la frustración. Chihiro nos enseñó que a veces hay que estar enfadada. Que quizás necesitamos estarlo, como ella lo está al principio. Y tendremos que aprender a gestionarlo, pero nunca sentir culpabilidad por el simple hecho de estar enfadadas. Porque siempre hay razones, más visibles o más ocultas, y tenemos que encontrarlas dentro de nosotras. El enfado puede hacernos reaccionar, decirnos cosas sobre nosotras mismas y empujarnos a actuar, como hace Chihiro a lo largo de la película.
Al principio, Chihiro está dejando atrás su anterior vida porque se cambia de ciudad, lleva consigo todo lo que tiene. Pero al final, ha abandonado su vida anterior en todos los sentidos. No solo deja atrás su colegio, sus amigos y su casa. También su infancia. Y entonces me di cuenta de que sí, en la película hay un viaje. Y es el viaje más importante.
Fotograma de El viaje de Chihiro
¿Dónde puedes verla?
El viaje de Chihiro está disponible en Netflix.
Vaya, no lo había visto así. Pero también cabe recalcar que la misma peli nos enseña cómo la sociedad nos consume junto con la avaricia. (Esto último se ve reflejado en sus padres). Aun así, más que de la infancia a la adultez se ajusta más al perfil de pasar de la infancia a la adolescencia. Por cierto, Chihiro tiene diez años, no doce.