Paul Thomas Anderson es un director que siempre ha tendido a las historias grandes. Por eso una película como Embriagado de amor (2002), de menor escala, llama la atención. Es quizá esta película el experimento por diversión del cineasta, en el que se permite hacer un despliegue de cierta inocencia y energía. En este artículo voy a destripar el argumento para ver qué recursos se utilizan para representar los temas principales.
«A veces no me gusto. ¿Puedes ayudarme?»
Embriagado de amor es una comedia romántica caótica, en la que las casualidades juegan un papel fundamental. Mediante una puesta en escena detallista y una banda sonora asfixiante, la película captura el miedo a mostrarnos vulnerables y las complejidades de un amor que surge entre dos almas perdidas. Pero ante todo es el retrato de la ansiedad social que sufre el protagonista, Barry (Adam Sandler), y de lo difícil que es convivir con ella.
La cinta dedica sus primeros planos a presentarle en una oficina fría y vacía excepto por un escritorio. Sentado frente a él está Barry, hablando por teléfono, lo que le permite desenvolverse con soltura al evitar el contacto cara a cara, distanciándose del mundo que le rodea. A partir de aquí aparecerán varios teléfonos en la película y todos en situaciones de inseguridad. Vemos como el color de su traje azul se funde con la pared del mismo color y observamos que Barry se encoge sobre el teléfono al hablar. Anderson le sitúa lo más lejos posible en el plano, aislado en un ambiente claustrofóbico. Con solo una imagen, Anderson ha definido al personaje mediante el espacio circundante, algo que hará otra vez con el anodino apartamento del protagonista. Sabemos que Barry es un personaje inseguro, vulnerable y solitario que no encaja en el mundo que le rodea.
Sandler se encarga de remarcar esto con pequeños gestos: temblores de manos, evasión de la mirada de sus interlocutores, gestos nerviosos. Aprenderemos más adelante que sus hermanas se han reído de él desde pequeño y que esto ha condicionado en parte su forma de ser. Barry es alguien que prefiere aferrarse a una mentira que le permita evitar un compromiso antes que ser sincero. Además, le cuesta expresar y gestionar sus emociones y a veces pasa de la violencia al lloro en un santiamén.
Barry trabajando en su “oficina”. Lo que para nosotros es un lugar frío para él es un lugar seguro.
Anderson remata estos detalles mostrándole muchas veces de espaldas, desenfocando y moviendo nerviosamente la cámara, como si fuese una extensión de la psique de Barry. Los colores también juegan un papel clave, ya que el mundo de Barry existe bañado en un azul que resalta su soledad mientras que el cambio es de color rojo. La música es agobiante en las escenas en las que peor lo pasa Barry: se eleva por encima de las conversaciones, está llena de percusión y sume su mundo en el caos.
Con todo esto a sus espaldas no tardan en llegar los problemas. Cuando se ve incapaz de relacionarse con la chica que le ha presentado su hermana, Barry recurre a una línea de sexo telefónico en busca de compañía. Esto se convertirá en su peor pesadilla, ya que le extorsionarán y se desatarán una serie de violentos sucesos. Sucesos que, por otra parte, lo llevarán a encontrar unos elementos que traerán seguridad, libertad y calma a su vida.
«Tengo un amor en mi vida. Me hace ser más fuerte que nada de lo que puedas imaginar.»
El primero de estos elementos es el armonio, un pequeño instrumento que es depositado sin mayor explicación por un coche rojo frente al protagonista. A lo largo de la película, Barry recurrirá a él para tranquilizarse, a veces tocándolo y a veces simplemente acariciándolo. Es un esfuerzo por su parte el recogerlo y acomodarlo en su oficina, pero a cambio le permite refugiarse momentáneamente de esos conflictos internos y externos. Nos recuerda lo importante que es tener mecanismos para gestionar las crisis de ansiedad, en el caso de Barry siendo la música su lugar seguro. A medida que avanza el metraje veremos escenas en las que Barry intenta aprender a tocarlo, estableciéndose un paralelismo con su incipiente relación amorosa. En otras, el instrumento será la conexión entre él y Lena, estando presente en algunas de sus escenas (a veces entre ambos) y tomando un papel muy importante que culminará en la escena final.
El segundo elemento es Lena, que lleva un vestido rojo. Ella es la mujer de la que se enamora y con la que tendrá una relación de lo más curiosa. Pero para Barry no es fácil dejarla entrar en su vida, ya que no está acostumbrado a ese tipo de contacto humano. Será el carácter afable de Lena y su comprensión los que posibiliten su unión. Unión que permitirá por primera vez que Barry exteriorice esos conflictos mencionados y los enfrente. Se enfoca al personaje protagonista desde una perspectiva de comprensión y aceptación, con la que se le ofrece a Barry la posibilidad de aceptar sus errores y sus defectos para obtener una fuerza que no sería posible renegando de uno mismo.
Barry recurriendo al armonio para tranquilizarse. «Love» escrito en su mano.
Anderson sabe que hay un poco de Barry en todos nosotros y por eso es capaz de hacer que empaticemos con un personaje tan especial. Pero, además, nos pide otro salto de fe: confiar en un relato inocente en el que el amor es la fuerza que puede con todo. El amor como una fuerza de cambio con la que sobreponerse a los peores momentos, sin complicaciones.
Para Barry no es tarea fácil hacerle un hueco en su vida al amor, llegando incluso a dudar de que Lena tenga un interés real en él y no sea todo una broma. Una vez lo consigue, todo su mundo se ve alterado. La luz blanca, redentora, empieza a iluminar sus escenas. Los ambientes festivos y relajados llenan una parte de las escenas de la segunda mitad de la cinta, contrastando con la fría oficina de la primera parte. La música, más relajada, acompaña sus paseos con Lena. Y Barry le planta cara no solo a sus miedos (viajando en avión, confrontando a su familia, hablando abiertamente de sus sentimientos y expresándole su cariño a Lena), sino a los matones de la mafia extorsionadora que en la primera mitad le dieron un buen susto.
Su evolución termina plantándole cara en un enfrentamiento verbal, absurdo y tierno a partes iguales, al jefe de la banda tras resultar Lena herida y deshaciéndose del teléfono que lleva consigo en ese momento. Así, el realizador cierra un círculo telefónico que empezó en la primera escena simbolizando la incertidumbre de Barry y su incapacidad de afrontar las cosas, continúa siendo el causante de sus problemas y culmina en un Barry liberado.
Así termina su historia, tocando el armonio con Lena y en sintonía con la banda sonora, vistiendo el mismo traje azul. Abrazando sus defectos y sacando una fuerza de ellos que antes era impensable. Y a nosotros como espectadores no nos queda otra que creer, esta vez, en el amor.
Un final feliz para Barry
Puedes ver Embriagado de amor en Filmin.
Precioso análisis de una película muy especial, (como todas las Thomas Anderson), os seguiré leyendo.