Veinte años hace ya del día en que pudimos ver por primera vez —en lugar de imaginar— cómo era esa famosa escuela de magia y hechicería perdida en algún lugar de Escocia. Quizá ese es el mayor logro de Harry Potter y la piedra filosofal (Chris Columbus, 2001): dar vida, hacer reconocible y llenar de magia el ya riquísimo universo planteado por J.K. Rowling, de forma que cualquier niño que lo viera quisiera quedarse dentro. Nos quedamos durante diez años más. Diez años que, para la mayoría de su público, coincidieron con la época en la que nuestra personalidad empezaba a moldearse y decidíamos, día a día, quiénes queríamos ser.
Hoy echamos la vista atrás para intentar entender qué fue crecer con Harry Potter.
El crecimiento como un conflicto compartido
El libro y la película de La piedra filosofal llegaron a mis manos casi a la vez, cuando tenía cinco años. Las Reliquias de la Muerte: parte II (David Yates, 2011) la vi en cines, con quince. Como yo, el resto del público objetivo de la saga se hizo mayor con ella. Crecimos a la vez que crecían los personajes, a la vez que los actores protagonistas. En esa edad en la que es tan fácil perderse en mundos de fantasía, ellos tomaron el papel del amigo de la infancia que parece que siempre ha estado ahí. Y, a la vez, Hogwarts se convirtió en nuestra casa, en un espacio idílico al que dirigir esa esperanza que todos los niños tienen de descubrir, como Harry, que son especiales y que la vida no encuentra sus límites en la rutinaria realidad.
Fotograma de Harry Potter y la piedra filosofal
Cuando hablo de crecer con Harry Potter, sin embargo, no me refiero al mero hecho de compartir el paso del tiempo. Crecimos, literalmente, con Harry y compañía porque los personajes hacían el mismo viaje que estábamos haciendo nosotros.
Uno de los grandes conflictos del protagonista, más allá de la guerra entre el bien y el mal, es su propio crecimiento. Harry no solo lucha contra Voldemort, también lucha para saber, para madurar, para alejarse de la ingenuidad y el absoluto desconocimiento del que partía en su primera aventura. En La piedra filosofal, Harry es un niño que no conoce sino vagas pinceladas y muchas mentiras sobre su historia y su familia. Y sigue despejando dudas hasta el mismísimo final, cuando los recuerdos de Snape le dan las últimas piezas para entender su pasado y su destino, y aún más allá, cuando cree que ha muerto y toma, libremente, la decisión de volver.
Fotograma de Harry Potter y las Reliquias de la Muerte: parte I (2010)
Nosotros, que abandonábamos poco a poco la infancia, nos enfrentamos con él a las verdades que sustituyen a los cuentos y las mentiras amables, a la ambigüedad moral, a la muerte, a la pérdida paulatina de mentores o, en general, al endurecimiento de la vida que lleva consigo la adolescencia. El crecimiento de Harry, Ron o Hermione acompañó a los cambios que estaba experimentando también su público objetivo, y eso no hizo sino facilitar y fortalecer la identificación del espectador con los personajes.
Pero además, la saga en sí evolucionó a la vez que evolucionaba su público y, por consiguiente, sus gustos cinematográficos. Este viaje de la niñez a la adolescencia trasciende a los personajes y sus historias y se traslada al lenguaje de la película, a la narrativa. Cuanto más duras y complejas se hacen las vivencias y preocupaciones de Harry, más se agrava el tono. Así, lo que fuera un clásico infantil de fantasía y magia dispuesto a maravillar a niños y adultos, acaba virando hacia el drama y la épica oscura y melancólica (con tintes de thriller, incluso).
La evolución estética
Fotograma de Harry Potter y el prisionero de Azkaban
Estilísticamente hablando, la saga cinematográfica de Harry Potter es bastante heterogénea: en parte por el vaivén del equipo técnico (tuvo cuatro directores, cinco compositores, seis directores de fotografía…), en parte porque su prolongación en el tiempo le permitió incorporar mejoras tecnológicas o sumarse a nuevas modas que no siempre le favorecieron (como el 3D). Pero, a pesar de ello, es indiscutible que el “crecimiento” narrativo cristalizó en una evolución estética hacia un cine más adulto.
La fotografía, por ejemplo, fue abandonando paulatinamente la calidez de los tonos dorados o las noches claras de azules amables para incorporar en su lugar amarillos y verdes menos acogedores, colores desaturados y escenas mucho más oscuras. El planteamiento inicial se rompió por primera vez cuando, en El prisionero de Azkaban (2004), Alfonso Cuarón y Michael Seresin apostaron por un look más realista y decidieron darle una función narrativa, y no meramente estética, a la fotografía. Desde ahí siguió evolucionando hacia el naturalismo y la sobriedad del estilo mucho más adulto que caracteriza a las dos partes de Las Reliquias de la Muerte.
Fotograma de Harry Potter y el misterio del príncipe (Yates, 2009)
De la misma forma, aunque John Williams sentó las bases de la banda sonora de la saga, entrega tras entrega la música dejó de enfocarse en introducirnos en el mundo mágico y fue cediendo terreno a temas más atmosféricos, a ratos, o emocionantes y de acción, en otros. El tema central Hedwig que todos guardamos en la memoria perdió presencia poco a poco y acabó siendo relegado a momentos puntuales de nostalgia.
También la escenografía, liberada de tener que mostrar las maravillas del universo de Harry, se movió hacia la sobriedad y dejó que el mundo muggle y el mágico se fueran mezclando a medida que los Dursley dejaban de ser los antagonistas y la sombra de Voldemort se cernía por igual sobre magos y no magos.
Los temas musicales que abren cada una de las películas de la saga
20 años después
El crecimiento compartido de la historia con su público, decíamos, y más a una edad tan temprana, reforzó la identificación del espectador con los personajes y la adopción de su universo como propio, dejando una huella muy profunda en quienes siguieron fielmente a Harry desde niños. Aunque eso no explica el éxito inicial de la saga, sí nos permite comprender el fenómeno de masas que se generó después, y que aún hoy se sigue explotando en forma de nuevas películas de la franquicia, obras de teatro, videojuegos o cantidades ingentes de merchandising.
Harry Potter no pasará a la historia como ninguna maravilla cinematográfica, pero sí perdurará en la memoria de mucha gente y tendrá un lugar importante entre los referentes y el imaginario colectivo de más de una generación.
Fotograma de Harry Potter y la piedra filosofal
Ya sabemos que da miedo volver a las obras que idealizamos un día, cuando aún no éramos la persona que somos ahora, pues nos descubrimos decepcionándonos con errores de los que antes no éramos conscientes. No voy a negar que hay cosas que reprocharle a la saga —y otras tantas a las conflictivas declaraciones de la autora de los libros—. Pero eso, me temo, no ha conseguido borrar el trocito de Harry Potter que llevo, casi, en mi ADN, porque soy de las que aprendieron a ser mayores con Harry, Ron y Hermione. Nos quedamos diez años en Hogwarts y, seguramente, muchos volveremos en enero para el reencuentro que anunció hace unos días HBO Max, si es que alguna vez nos fuimos del todo.
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¿Dónde puedes ver estas películas?
Las ocho películas de Harry Potter están disponibles en HBO Max.