Salí de ver La hija (Manuel Martín Cuenca, 2021) con la sensación de que hacía mucho tiempo que no entraba tanto en una película. Horas más tarde seguía preguntándome cómo La hija había conseguido que sintiera los problemas de los personajes casi como míos, y, sobre todo, cómo había conseguido generar tanta tensión.
¡Alerta, spoilers!
Una de las cosas que más me sorprenden es haber empatizado tanto con los dos protagonistas de la película, interpretados por Javier Gutiérrez y Patricia López Arnaiz. Pensándolo en frío, me resulta complicado que podamos sentirnos identificados con una pareja que decide hacer un pacto con una adolescente embarazada para quedarse a su bebé. Sin embargo, una vez entramos en la dinámica de la película, nos ponemos enseguida de parte de los protagonistas. Lo que quieren hacer es una mala idea, sospechamos, pero queremos ver adónde nos lleva, con curiosidad pero también con prudencia. De repente, nos sorprendemos a nosotros mismos enfadándonos con Irene por haberse escapado de la casa. Un impulso de comprender a Adela, que le susurra un insulto a la adolescente. Sin embargo, pensándolo un momento, lo que ha hecho Irene es lo lógico: es joven, está embarazada, lleva meses incomunicada y necesita que su novio sepa que está bien… y sentir un poquito de libertad. Sin embargo, a pesar de que Javier y Adela estén haciendo algo ya objetivamente inmoral, nos mantenemos fieles a su bola de nieve que se ha ido haciendo grande, su huida hacia adelante que pasa por convertirlos en, abiertamente, malas personas.
Fotograma de La hija (Fuente: Caramel Films)
Decía el director en una entrevista que la casa de los protagonistas tiene un sótano donde esconden lo que no quieren que nadie vea, y que todas las personas tenemos nuestro propio sótano. La hija apela a ese sótano en el que ocultamos todo lo que podríamos llegar a hacer y sabemos que está mal. Y es por eso que la película nos sitúa en un lugar muy incómodo: nuestro posicionamiento nos hace ver que si queremos que ese plan salga adelante es porque, en el fondo, quizás nosotros también podríamos llegar a sobrepasar algunos límites morales por algo que deseamos con todas nuestras fuerzas.
La tensión en La hija se construye también desde elecciones como la de con quién permanecemos en cada momento. En una de las escenas más tensas, nos quedamos con Javier y Adela mientras los dos adolescentes toman una decisión que afectará a todo el plan que se lleva cocinando a fuego lento durante la primera mitad de la película. Esa decisión de mantener la conversación en off, apartándonos de la acción principal —esperamos con Javier y Adela durante un par de largos, larguísimos, minutos— nos genera más angustia, nos va metiendo en el cuerpo esa intranquilidad que va a ir creciendo y creciendo según crecen las complicaciones.
Fotograma de La hija (Fuente: Caramel Films)
Llega un punto en la película donde lo que hacen Javier y Adela empieza a ser imperdonable. Esa huida hacia adelante va convirtiendo, poco a poco, a los protagonistas en antagonistas. Ese cambio hace que nuestra implicación cambie por completo de bando, lo que permite que el nivel de tensión no solo no baje, sino que aumente en la última media hora de la película. Sentimos tanta angustia cuando el inspector va a buscar a Irene, empieza a escuchar sus ruidos y se acerca poco a poco a la verdad —no queremos que la descubra porque aún no estamos de su parte—, como cuando Irene va a buscar una escopeta, después de haber matado al protagonista —no queremos que la descubra porque, ahora sí, estamos de su parte—.
Y ahora estamos con Irene, a quien durante toda la película le han insistido en que no es la madre de la niña que está gestando —que la lleves dentro no significa que seas su madre—. Pero sí, ella es madre y sale del coche, enfrentándose a su mayor miedo, racional o irracional, para salvar a su hija. Así como, durante todo el metraje, no es capaz de poner un pie fuera de la casa sin los perros atados, ahora pone los dos pies sobre la nieve, con seguridad, y los mira a los ojos. Ha cambiado porque la han obligado a cambiar. Porque ahora es madre.
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