El psicólogo Cliff Arnal ideó en 2005 una fórmula para concluir cuál sería el día más triste del año, con pocos fines más allá que los de ofrecer a las marcas una nueva razón para vender sus productos. Aunque su fórmula carezca por completo de rigor científico, a un servidor le vale cualquier excusa para sentarse en el sofá, taparse con su mantita preferida, y ponerse una de esas películas y series que le hacen llorar como un descosido.
Aprovechando la ocasión, saco mi lista de votaciones en Filmaffinity y tiro de memoria para mostraros aquellas historias que en su día me hicieron derramar el lagrimón, con la esperanza de que hagan lo propio con vosotros. Pero me encuentro con una sorpresa: una mezcla absurdamente heterogénea. No solo dramas, como me esperaba, sino fantasía, distopía, terror y, no podía faltar, comedia, mucha comedia.
Me reconforta bastante ver que las historias que más me han roto el corazón no pretendían solo eso, sino que querían ante todo hacerme reír, entretenerme o asustarme, y al hacerlo con talento, consiguieron mucho más. Y sin más preámbulos, aquí os dejo, tras un duro proceso de selección, mi lista de historias para romperos el corazón.
Bestias del sur salvaje (Benh Zeithlin, 2012)
En esta historia ya es tarde para evitar la crecida del nivel del mar y el abandono de algunos lugares del planeta. En la Bañera, una comunidad ficticia acosada por el agua, vive la pequeña Hushpuppy, una niña de 6 años que intenta sobrevivir con las enseñanzas de su padre enfermo. Y con el agua llegan los Urus, criaturas arcaicas que el hielo de los polos ha liberado. Las aventuras, las desgracias y las fantasías las vemos a través de los ojos de Hushpuppy, reventando los límites entre la realidad y la ficción y ofreciéndonos una fábula hermosa sobre el sentimiento de comunidad y la fraternidad.
Ángeles en América (Mike Nichols, 2013)
La enorme —en todos los sentidos— obra teatral de Angels in America: A Gay Fantasia on National Themes era algo difícil de adaptar. 7 horas de duración que solo encontraron su camino televisivo con las miniseries. Aunque también se emitió como dos películas de 3 horas cada una, la tenemos en HBO Max dividida en seis capítulos de una hora. Ángeles en América cuenta las vidas de varios personajes neoyorquinos que se ven atravesadas por el SIDA. Y entre todas ellas destaca la de Prior, que tras la noticia de su enfermedad recibe la visita de un ángel que le encomienda la misión de convertirse en un profeta. La desgarradora forma que tiene cada uno de afrontar el SIDA es un demoledor retrato de la pérdida, el odio, el fracaso y, sobre todo, el miedo.
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Years and Years (Russel T. Davies, 2019)
Qué mejor manera de venderos esta serie que con las palabras que utilizó su creador para colársela a HBO: “Una mezcla entre Black Mirror y A dos metros bajo tierra”. Y no se puede decir más con menos: es la distopía terroríficamente cercana a la primera junto al drama familiar, no sin buenas dosis de comedia, de la segunda. Years and Years acompaña a una familia inglesa a lo largo de quince años, y a la forma en la que los distintos cambios sociales, políticos y tecnológicos atraviesan sus vidas. Además de hacerme temer el mundo en el que podríamos vivir si no cambiamos nuestro rumbo, es sin duda la serie que más me ha hecho empatizar con sus personajes. Nunca he vivido y sufrido así los amores, flaquezas y, por supuesto, despedidas de unos personajes hasta el punto de sentirlos como hermanos. Y encima tan solo seis capítulos… doble récord.
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Dogman (Metteo Garrone, 2018)
El bullying no termina en secundaria, muchas veces te acompaña toda una vida. Con Dogman, Matteo Garrone genera una atmósfera aún más violenta y desagradable que aquella de Gomorra (2008) con la que se dio a conocer. Casi puedes oler agua estancada, sentir moscas que te rodean y saborear el sudor mezclado con el barro. Se ambienta en las afueras de Roma para contar la historia de Marcello, el dueño de una peluquería canina que se ve acosado por un vecino sin poder evitar entrar en su espiral de delincuencia. Mención especial al estupendo Marcello Fonte, que se llevó merecidamente el premio a mejor actor en el festival de Cannes.
Somnia (Mike Flanagan, 2016)
Mike Flanagan, el genio del terror ahora en boga por series como La maldición de Hill House (2018) o La maldición de Bly Manor (2020), se curtió previamente con un buen puñado de películas en las que ya demostró su talento para construir terror de formas inexploradas. En el caso de Somnia, la premisa ya pone la piel de gallina: un niño convierte todo lo que sueña en realidad, desde las preciosas mariposas que dibuja hasta sus pesadillas… La forma en la que Flanagan ahonda en este niño, en sus miedos y sus traumas, hace de una película que ya de por sí sería maravillosa, una joya sensible sobre el dolor y el miedo.
Umberto D (Vittorio de Sica, 1952)
Umberto es un jubilado que intenta sobrevivir duramente con la ridícula pensión que cobra. No, no hablamos de la España de 2022, sino de la Italia de los años 50. Es un duro retrato sobre la vejez, la impotencia y el abandono, uno atemporal con el que llorar hoy, mañana y dentro de 20 años. Porque da igual que esa sociedad que tan bien retrataron directores como Rossellini, Fellini o Visconti haya quedado atrás, la soledad de ese anciano y su única compañía, su perro Flike, la sentiremos como nuestra mientras sigan existiendo vidas tan abandonadas por la sociedad.
Un puente hacia Terabithia (Gábor Csupó, 2007)
No he podido resistirme a añadir esa película que comparto como trauma insuperable con todos y cada uno de los de mi generación. Diez años tenía cuando me parecía imposible pensar en ir al cine, además en una película de alegre fantasía como esta, y que no todo acabase de color rosa. Tras ella me vi abocado a mi etapa Kubrick, Tarantino y Marilyn Manson, viendo películas que no eran para mi edad… La época de Disney había terminado. Bueno, no. La habían matado. Supongo que todos esos niños como yo le debemos algo importante a Csupó —dos, si contamos Rugrats, aventuras en pañales (1991)—, y es que nos ofreció un buen puente para pasar de la infancia a la adolescencia, no de forma suave (no creo que nadie tenga esa suerte) sino a lo bruto y sin avisar.
Cortar por la línea de puntos (Zerocalcare, 2021)
En mi humilde opinión, se trata de la mejor serie que hemos podido ver en 2021. Este original de Netflix italiano lleva a la pantalla los personajes del dibujante Zerocalcare bajo su misma dirección. Un hombre con demasiadas crisis de edad, de autoestima y de ansiedad, nos cuenta sus delirantes divagaciones mientras realiza un viaje a las afueras de Roma. No podía evitar la sensación de que sus inconexas historias me hacían sentir que no estaba solo, dándome un rinconcito de paz y arropándome con una mantita caliente. Una manta, por otra parte, mugrienta y sucia, cubierta por los problemas tan propios del siglo XXI como la búsqueda de empleo, la salud mental o los complejos insalvables. Pero sucia y mugrienta, era mi mantita caliente.