Kenneth Branagh lleva años haciendo de todo: produce, escribe, dirige y protagoniza. Cine, televisión, teatro... Ha convertido en películas sus obsesiones por Shakespeare y Agatha Christie y hasta ha dirigido una película de Marvel. Ahora, a sus 60 años, deja todo ese mundo de lado para centrarse en su propia historia: la de un niño de 10 años que vivió en Belfast a finales de los años 60, cuando empezaron los Troubles, el conflicto territorial de Irlanda del Norte que duró 30 años y dejó más de 3000 muertos.
En la película hay dos mundos paralelos: el de los niños y el de los adultos. Con los enfrentamientos como telón de fondo, seguimos la vida de Buddy, un niño de familia protestante que vive en un barrio mayoritariamente católico de Belfast cuando empieza a haber revueltas. Sus padres, interpretados por Jamie Dornan y Caitriona Balfe, discuten si quedarse en la ciudad o mudarse a Londres huyendo del conflicto.
Los juegos
¿Dejamos de jugar porque nos hacemos mayores o nos hacemos mayores porque dejamos de jugar?
La película es una reivindicación del juego como algo vital para un niño. Buddy caza dragones en las calles de la ciudad con su prima, con sus amigos, con la niña que le gusta. Vive por y para jugar y divertirse. Parte de esa diversión se la da el cine: cuando su padre vuelve, los fines de semana, lo lleva a ver películas. Hay pocas escenas más tiernas en la película que cuando va toda la familia a ver Chity chity bang bang (Ken Hughes, 1968).
Caitriona Balfe y Jamie Dornan cantan y bailan Everlasting Love
Kenneth Branagh defiende esa idea del juego como algo intrínseco a los niños pero logra trasladarlo también al mundo de los adultos, dándole un poder sanador y reconciliador. En Belfast el juego nos hace reconectar con lo que somos y con lo que queremos. Como en esa escena en la que los padres de Buddy, enfrentados hasta ese momento, cantan y bailan, ríen, se olvidan de sus diferencias y disfrutan —juegan—, y de esa forma están más unidos que nunca.
El miedo
A los personajes de Belfast los define su mayor miedo. Cuando los padres de Buddy le plantean la posibilidad de marcharse, Buddy se niega: «¡No quiero irme de Belfast!». Tiene dos razones para querer quedarse, dos miedos. Uno, el miedo a alejarse de su familia, de sus amigos, de las calles de Belfast en las que se siente en casa y todos le conocen. El miedo a empezar de cero que cualquier niño tendría cuando sus padres le obligan a mudarse.
En una visita al hospital, Buddy le reconoce a su abuelo su segundo miedo, ligado a la identidad y al propio contexto de la historia: que allá donde va no lo entiendan. Irse a Londres implicaría, probablemente, sufrir burla e incomprensión por su acento irlandés. Su abuelo le contesta: «Eres Buddy. Buddy de Belfast, donde todos te conocen. Y si no te entienden es porque no te están escuchando». Una frase que, más allá de ser una de esas frases que quedan genial en el tráiler, Branagh utiliza para hacer referencia al propio conflicto irlandés y la necesidad de escucharse para entenderse.
«Sé bueno, y si no puedes ser bueno, ten cuidado» le dice a Buddy su padre
Los padres de Buddy también están completamente condicionados por sus miedos. Ella, por el miedo a dejar el lugar en el que ha vivido toda su vida, a abandonar el barco y, sobre todo, el miedo a no ser aceptada si decide volver. Él se deja llevar por el miedo más inmediato; el miedo a la fuerza física, a perder a su familia y no conseguir salir a flote en una ciudad rota. Y el miedo a, por el camino, tener que renunciar también al amor.
Todo ese miedo se traslada a las escenas más dramáticas, pero Belfast está repleta de momentos cómicos, tiernos y divertidos. Está más cerca de ser una feel-good movie que un drama histórico. Quien la vea esperando lo segundo se podrá sentir decepcionado. Quien no, podrá reír, jugar y sentir miedo junto a Buddy, Buddy de Belfast.
Ι Leer más: 7 películas protagonizadas por niños para calentarte el corazoncito