Las grandes producciones están plagadas de historias extraordinarias que muchas veces llegan al público como mitos o leyendas de la industria. Para sacar adelante una película entran en juego muchos factores —económicos, históricos, sociales— y diferentes fuerzas —productoras, guionistas, directores/as, etc.— que chocan entre sí. De este choque surge una miríada de conflictos que, a veces, son insuperables hasta para el más perseverante. En honor a estas películas que han sufrido la mala suerte o la censura en su celuloide —ya sea por su argumento, su ambición o por motivos políticos— hemos elegido seis de las que nos queda algún vestigio que confirma que alguna vez existieron o que han llegado a estrenarse en una forma muy diferente a la idea original de sus creadores.
¡Que viva México! (Serguéi Eisenstein, 1930)
Eisenstein fue uno de los directores más importantes de la historia por su innovadora visión sobre el montaje. Fascinado por la cultura mexicana, quiso retratar los cambios culturales, la memoria y las tradiciones de México. Una vez allí, la productora, estadounidense, le pidió que la película no tuviese ideas “radicales” y, además, los supervisores mexicanos —quienes no querían que se mostrasen algunos problemas sociales al mundo— se mostraron desconfiados con el soviético. Mientras viajaba por el país, rodó cada elemento y tradición que le fascinaba con la esperanza de confeccionar un tapiz que representase al territorio desde su época prehispánica hasta la revolución. Su deseo se vio truncado cuando el rodaje, que quedó incompleto, se alargó en más de un año y la URSS comenzó a difamarle bajo acusaciones de desertor. Si bien la tristeza por su fracaso afligió a Eisenstein hasta su muerte, en 1979 su ayudante montó una versión con los fragmentos rodados encontrados.
El prado de Bezhin (Serguéi Eisenstein, 1937)
Continuando con la obra de Eisenstein, en esta cinta intentó contar la historia de un hijo que se enfrenta a su padre para evitar que este destruya las cosechas con el fin de perjudicar al gobierno soviético. Tras finalizar una primera versión, el gobierno de Stalin no vio con buenos ojos las decisiones formales que se habían tomado —y algunas referencias bíblicas— y se regrabó y reescribió múltiples veces, acabando con varias versiones y un desperdicio de dinero que llevó a la paralización de su producción. Además, el director contrajo viruela y gripe, perdiendo cualquier atisbo de esperanza de ver su película terminada. Poco después, los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial destruyeron los negativos y no fue hasta los años 60 que se recuperaron algunos fragmentos —únicamente imágenes estáticas que el propio director había conservado— y se pudo montar una versión muy alejada de la idea original.
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El día que el Payaso Lloró (Jerry Lewis, 1972)
Jerry Lewis trató de cambiar su imagen de cara al público con esta película. Intentó tratar con sensibilidad los sucesos transcurridos durante la IIGM en los campos de concentración, aunando comedia y drama, a través de la historia de un payaso encarcelado por motivos políticos que acepta un trato a cambio de su libertad: mantener tranquilos a los niños durante el transporte a Auschwitz y, posteriormente, a las cámaras de gas. A pesar de que Lewis financió parte del rodaje de su propio bolsillo tras perder gradualmente apoyos, la película nunca llegó a estrenarse por problemas de derechos. Él mismo fue la única persona en conservar la única copia de la cinta, que le atormentó durante el resto de su vida y de la que intentó distanciarse. Poco antes de su muerte, fue donada a la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos con la condición de que no se mostrara hasta 2025.
Dune (Alejandro Jodorowsky, 1974)
Jodorowsky había recibido carta blanca de su productor para financiar su siguiente película gracias al éxito de sus anteriores obras y no dudó en embarcarse en la difícil tarea de llevar el mundo de Dune (Frank Herbert) a la pantalla. Para ello, convenció a grandes celebridades de la época de que esta sería la película que lo cambiaría todo: Pink Floyd, Dalí, Mick Jagger, Orson Welles; todos cayeron presa del sueño de Jodorowsky. Para que alguien pudiese formar parte de la obra, lo más importante era que el director tuviese una conexión espiritual con él. Este carácter esotérico fue también el causante de algunos cambios en el argumento original, incluido el final. Se llegó incluso a hacer un libro de bocetos plano a plano —que puede consultarse en internet— con ayuda del ilustrador Moebius. Debido a las pocas concesiones que el director hacía, a la complejidad de los efectos especiales y al descontrol económico, todo quedó en una leyenda para la posteridad.
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Sobre el globo de plata (Andrzej Żuławski, 1988)
Quizás inspirado por el proyecto fallido de Jorodowsky, Żuławski quiso contar la historia de ciencia ficción más ambiciosa de la industria polaca. La génesis del proyecto se remonta a 1976, cuando el gobierno dio luz verde a este ambicioso relato sobre un mesías que llegaba a una perdida colonia humana en un planeta extraño. Żuławski utilizaba esta premisa para elaborar un discurso sobre la naturaleza humana y el deterioro de nuestra civilización, y que no dudaba en ser crítico con el gobierno comunista. Dicho gobierno fue el causante de la paralización de la producción y del posterior exilio a París de Żuławski, quién tuvo que abandonar la obra durante una década hasta su retorno a Polonia. A su vuelta, consciente de que era imposible retomar el rodaje, completó los fragmentos faltantes con una narración en off, donde contaba lo que debería suceder, sobre imágenes de la Varsovia de los 80.
El hombre que mató a Don Quijote (Terry Gilliam, 2018)
No es de extrañar que un clásico como Don Quijote atrajese la atención de directores como Orson Welles o Terry Gilliam. Este último intentó durante dos décadas insuflar vida a un proyecto plagado de obstáculos que, finalmente, cristalizó en una película deslavazada. El proyecto surgió en el 98, con actores como Johnny Depp y unos cuantos millones de dólares de presupuesto, pero Gilliam no podía imaginar que estaba a punto de empezar un periplo igual de complicado que el de su protagonista. Hubo ocho intentos fallidos de rodaje, cada uno cancelado por un motivo diferente: problemas de financiación, actores diagnosticados con enfermedades graves, inundaciones que destruyeron los equipos de rodaje… Y, al final, se estrenó una especie de frankenstein con breves destellos de genialidad pero muy alejada de la visión original del ex-Monty Python, protagonizada por Adam Driver y Jonathan Pryce como unos Sancho y Don Quijote modernos que se ven transportados por momentos al siglo XVII.