La larga y oscura sombra de la Guerra Civil se proyectó no solo hacia delante, también hacia atrás. Por eso, quizá, las películas sobre la Segunda República española son notablemente escasas frente a las que versan sobre su violento final.
En el aniversario de su proclamación, repasamos a través del cine cómo su memoria ha sido maltratada, idealizada o desvirtuada a lo largo de estos 91 años.
La República desde el franquismo: Fortunato
Fotograma de Fortunato
Para el régimen franquista, la victoria sobre el relato era tan importante como la militar. Es por eso que, al aludir o representar en el cine los años de democracia previos al golpe de estado, la maquinaria franquista se esforzó en empañar la ya malograda imagen de la Segunda República.
Para justificar una sublevación que había derivado en tres años de guerra y muchos más de sangre y miseria, debían ofrecérsela a los ciudadanos —a los espectadores— como la única salida posible ante un desastre aún mayor. Así, las películas de la época que se atrevían a asomarse a los años 30 recogían y divulgaban calumnias como el supuesto caos político y social, la pobreza, el anticlericalismo exacerbado y otros mitos que han conseguido sobrevivir hasta hoy. Aunque hay filmes que abanderan con muy poca sutileza esta visión maniquea de culpables y salvadores, como Cerca del cielo (Pombo y Viladomat, 1951), vamos a quedarnos con el curioso caso de una comedia aparentemente mucho menos política: Fortunato (Fernando Delgado, 1941).
Fotograma de Fortunato
Adaptando una obra de principios de siglo, Fortunato sigue los pasos de un padre de familia bueno y honrado que pierde su trabajo cuando le dan su puesto a un “recomendado”. Esto le obliga a saltar de empleo en empleo sin mucho éxito, y ni su perseverancia ni su afabilidad lo salvan a él y a su familia de la pobreza y el hambre. Fortunato habla de miseria, de enchufes, de injusticia… y el problema es que podría pasar por un retrato de la sociedad franquista. Por eso, la censura insistió en que la trama se situara en 1934, y que quedara bien claro en un letrero al comienzo de la película. Ese detalle logra resignificar toda la obra para atribuir esas características indeseables a las instituciones y la sociedad republicanas, manipulando así su recuerdo.
La República desde la Transición: Mi hija Hildegart
Fotograma de Mi hija Hildegart
La muerte de Franco y la vuelta a la democracia terminaron con la censura y el silencio, pero no tanto con el miedo. Miedo ya no a las represalias, sino a que la frágil paz que se estaba construyendo no fuera capaz de resistir ni el más mínimo tropiezo. El cine, pues, no contuvo las ganas de abordar todos esos temas que habían estado prohibidos o de contradecir el que hasta entonces había sido el discurso oficial, pero lo hizo, en general, persiguiendo la concordia. La disputa pasada servía para reflejar la actual inestabilidad y señalar caminos que no debían tomarse de nuevo.
En esta línea, Mi hija Hildegart (F. Fernán Gómez, 1977) se sitúa en los años de la República española para hablar de fanatismos a través de un caso real de parricidio. Aurora concibe a su hija Hildegart como un proyecto ideológico y político, y así la trata hasta el final. Es un ser creado y educado con una misión: liderar la liberación de la mujer, aunque para ello deba sacrificar su propia libertad, sus deseos, su humanidad. Y cuando su “proyecto” empieza a mostrar cierta independencia o desafío a sus manos creadoras, Aurora prefiere acabar con ella a dejarle existir fuera de sus planes.
Fotograma de Mi hija Hildegart
Es un caso insólito, pero sirve para lanzar el mensaje de que los ideales nunca deberían estar por encima de las personas, para disuadir del radicalismo o minar las ganas de intentar recuperar lo que se perdió comprometiendo la paz. Los años de democracia ya no se representan demonizados, claro está, pero la película sí señala algunos problemas de la República a los que se podría tildar de culpables, en parte, de haberse visto abocada a tan amargo final: la inestabilidad política, la incapacidad de llegar a acuerdos, la confrontación de ideas demasiado tibias y otras demasiado radicales, o las expectativas inalcanzables. ¿Fue la República una víctima del fanatismo, igual que Hildegart?
La reparación la República: La lengua de las mariposas
Fotograma de La lengua de las mariposas
Lo fue, sin duda, pero no del fanatismo republicano. El fascismo español quiso tomar por la fuerza lo que había perdido en las urnas. Lo que acabó con la República no fue, en ningún caso, la República: fue el golpe de estado. Nuestro cine también se haría eco de esa verdad.
Pasadas las vacilaciones de la Transición, con la democracia más asentada, llegó el momento de no solo recordar, sino reparar el daño sufrido. En el proceso, alguna obra pecó de idealizar la época desvirtuando también su memoria. Pero conviene hacer hincapié en que, aunque la República sí erró y quizá no estuvo a la altura de las tremendas expectativas que se habían depositado en ella, en general fueron unos años de esperanza y progreso, de avances sociales, de libertad, de cierta igualdad. Fue la época en la que las mujeres consiguieron el derecho a voto y los pobres un lugar en la sociedad. Ese espíritu lo capta con una ternura y una sutileza envidiables José Luis Cuerda en La lengua de las mariposas (1999).
El guion de Rafael Azcona, que adapta tres relatos de Manuel Rivas, se detiene en los días llenos de luz y curiosidad de Moncho, un niño de un pueblo gallego que empieza a ir a la escuela en los últimos meses de la República. Con muy poco, la película dibuja con destreza el contexto político y social: el clima de libertad y transformación, la inquietud y desconfianza de quienes se resistían a las ideas nuevas y, sobre todo, la voluntad de marcar la diferencia a través de la educación. En ese gran proyecto de la República, la educación, pone el foco La lengua de las mariposas. Don Gregorio, el maestro, hace pensar a los niños y enseña en respeto, igualdad y libertad, con respeto, igualdad y libertad.
Por eso, al habernos hecho testigos de su esfuerzo por construir un futuro más brillante, se nos antoja especialmente desolador su desenlace. Nos enfrenta directamente al poder aniquilador de la violencia y el miedo, capaz de extinguir de un plumazo tanto trabajo y tantos sueños de mejora. Al final, tampoco esa generación pudo crecer libre.
Me ha encantado el análisis.
Muy buen artículo, acertado y oportuno.
Gracias.
Un análisis muy preciso y la evolución de la perspectiva histórica a través del propio cine, muy original.