En mitad del 74º Festival de Cannes, hoy retrocedemos 20 años hasta el estreno de El pianista, que se hizo con la Palma de Oro en su edición de 2002. La ya mítica obra de Polanski adaptó la historia de pérdida y supervivencia del reconocido pianista Wladislaw Szpilman, polaco y judío en la oscuridad del gueto de Varsovia y de la Segunda Guerra Mundial.
El pianista recoge detalles de película de terror, nítidos recuerdos —quizá de Szpilman, quizá del director— tan anecdóticos como gravísimos que la dotan de autenticidad y del más absoluto horror. Pero el arte, la música, también se abre camino entre el gris y el rojo que tiñen las dos horas de metraje y los seis años de barbarie. Como sabréis, no es solo metafórica la afirmación de que el piano salvó al pianista, lo hizo física y psicológicamente.
Estas son cuatro escenas clave en las que el Szpilman de Adrien Brody se pone al piano durante la Segunda Guerra Mundial.
La interrupción
El Nocturno n.º 20 en Do sostenido menor de Chopin abre la película sobre imágenes documentales de la ciudad natal del compositor y del intérprete. Es el 23 de septiembre de 1939 en Varsovia y Szpilman toca la pieza en la que sería la última transmisión en vivo de la radio polaca en años.
El rumor de varias explosiones, que rompen con la cotidianidad que veíamos al principio, se cuelan en el estudio, se mezclan con la melodía y acaban por romper las ventanas. Desde la sala de control, sus compañeros dan por terminada la emisión e instan a Szpilman a ponerse a salvo. El pianista se resiste a dejar el piano, como se resistirá también después a abandonar su ciudad y, a la larga, a dejarse morir. Pero una nueva explosión termina por violar su cabina y lanzarlo lejos del instrumento.
La música se interrumpe de golpe y es sustituida por los estridentes sonidos de la guerra, en una clara metáfora: así se ven también truncadas y silenciadas las vidas de Szpilman y sus compatriotas judíos. El recién declarado apoyo internacional no evitará que sean recluidos en el gueto, humillados, agredidos, asesinados o deportados a campos de exterminio.
El silencio
Szpilman y su familia sobreviven a las penurias del gueto, pero solo él escapa, por los pelos, del tren que se lleva a los suyos hacia la muerte. Unas manos amigas le ayudan a huir del gueto y esconderse en un piso al otro lado del muro. Pero aún le quedan por delante muchos meses de soledad y hambre. A partir de entonces, la de Szpilman es la clase de guerra que libran quienes se ven obligados a ocultarse, guardar silencio y observar el mundo cambiar desde la ventana, sin capacidad ni fuerzas para intervenir en su destino.
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En esta escena, el pianista llega a un nuevo escondite después de haber sido descubierto. Apenas ha tenido contacto con dos personas en mucho tiempo, y ante él se despliega otra larga hilera de días en soledad. Por eso es incapaz de resistirse al instrumento que tanto llevaba sin ver. Se entrega a esa fantasía: la Gran polonesa brillante de Chopin clara en su mente (una de las pocas piezas del compositor en las que el piano va acompañado), la orquesta imaginaria dándole entrada y haciéndole sentir menos abandonado. Sus dedos se mueven sobre las teclas sin llegar a rozarlas, y el alivio y la paz se leen en su expresión al dejarse llevar por la música que nunca llega a sonar. Szpilman sabe que elige vivir al aceptar el silencio, aunque el silencio sea, más aún para un músico, otra forma más lenta de aproximarse a la muerte.
Esta ensoñación desafía la desgracia a la que debe resignarse cada día, y lo salva, lo mantiene cuerdo. Su momento con el piano es una bocanada de aire y un grito de desahogo que tiene su eco al final de la película, cuando Szpilman, ahora sí, toca esta misma pieza arropado por una gran orquesta.
La réplica
Un enfrentamiento en las calles obliga a Szpilman a dejar su escondite y contemplar la devastación de su ciudad. Herido, exhausto y famélico, se desliza entre las ruinas y el frío buscando algo que sacie su hambre y que lo ate unos días más a la vida. Pero el capitán nazi Wilm Hosenfeld lo encuentra primero y le obliga a tocar para él.
Después de casi tres años privado de la música, y a pesar de estar aterrorizado, este reencuentro con el piano permite al pianista expresar todo aquello que no puede expresarse de ninguna otra manera. El verdadero Szpilman eligió la misma pieza que tocó en la radio polaca; Polanski prefirió para este momento la Balada nº 1 de Chopin, más grandiosa, compleja y turbulenta, que le concede al personaje un profundo desahogo emocional. El pianista hace música de su inexpresable experiencia. Y, lo más importante, vuelve a ser escuchado.
Lo que escucha Hosenfeld quizá sea solo la nostalgia por la belleza y la vida que no tienen cabida en la guerra, ojalá también la vergüenza por ser parte del monstruo que ha causado tanto dolor a ese pianista. Al piano, el judío amenazado de muerte se eleva a una posición muy superior a la del oficial nazi, que pierde la guerra y se abandona al desaliento, y que, conmocionado ante la íntima actuación, recupera su humanidad. Por eso se convierte en alguien clave al final de la odisea de Szpilman, al prestarle ayuda y alimento hasta que el ejército ruso toma Varsovia.
La memoria
Terminada la guerra, el Nocturno nº 20 en Do sostenido menor de Chopin que abría la película vuelve a sonar con cierta melancolía en la radio polaca. Szpilman toca al piano la pieza que dejó a medias en 1939, y, como entonces, la cámara asciende desde sus manos hasta su rostro, pero en sentido contrario. El pianista está sentado hacia el otro lado.
Todo en la escena recuerda a la de apertura, pero nada es igual. El lugar es parecido, pero no es el mismo, y también son otras las personas que se sientan tras el cristal. Polonia se reconstruye, la vida parece retomarse en el lugar en el que se quedó, pero el horror que pobló esa larga pausa es imborrable y lo hace todo distinto, más pesaroso, más grave. En el reencuentro con un viejo amigo, con quien comparte un pasado feliz e inalcanzable, pero también el trauma de lo vivido durante la guerra, se refleja esa incómoda y triste realidad. Szpilman se emociona al piano. La música suena igual, pero evoca nuevos y complejos sentimientos.
¿Dónde puedes ver esta película?
El pianista está disponible en Filmin, HBO Max, Prime Video y Movistar+.
Me encantan, la peli y el artículo!!!
Muy buen artículo.
😉
Hay alguien que sepa quien en verdad toca el piano en esta película?
Hace unos días la echaron por televisión, y antes de comenzar el film, dijeron que el mismo actor era el que tocaba el piano. Según dijeron, le costó varios meses, para aprenderse las piezas que tocó.
A mí me impresionó bastante, por la dureza, y lo realista que se siente tanto sufrimiento.