Tenéis que venir a verla. Con este explícito llamamiento para volver a las salas de cine se construye el título de la nueva película de Jonás Trueba. Una hora, cuatro personajes, un reencuentro y ganas de escuchar. Así anuncia el cartel la película que competirá en el festival Karlovy Vary, tras estrenarse mundialmente en Cascante (Navarra). Trueba, que ya había estado en el festival checo con La virgen de agosto (2019), apuesta esta vez por un reencuentro en tiempos de pandemia. En la ficción, pero también en la vida real.
Itsaso Arana, Vito Sanz, Francesco Carril e Irene Escolar son los protagonistas de la cinta, producida por Los Ilusos Films y distribuida por Atalante. Una historia sobre la irrealidad, que retrata un estado de ánimo desde la escucha. Ya desde la primera secuencia, cada uno arma su personalidad bajo una atmósfera teñida por la música de Chano Domínguez. En concreto, su pieza Limbo, sensible y hasta metafórica del limbo en que se encuentran las dos parejas protagonistas. La diferencia entre sentir y saber, o el valor del tiempo y del esfuerzo por cuidar las cosas que valoramos son preguntas que plantea la historia. Un cine iluso tan introspectivo y poético como un cuadro de Hopper. Un espejo de la vida, una desubicación contemporánea, una neblina esperanzadora.
Si el año pasado Trueba apostaba en Quién lo impide (2021) por una ficción-documental de casi 4 horas de metraje, ahora el tiempo se acorta a 1 hora. Nos cuenta que pasar de un extremo a otro no es casualidad. Una brevedad que contrasta con todo el existencialismo que abarca: los cambios en la amistad, la vida en pareja, o la fuerza del arte. Con ello, Jonás y su equipo hacen lo que mejor saben: captar lo que les rodea de la manera menos maquillada posible, poniendo la mirada donde les llevan su instinto… y sus dudas.
Hablamos con el director de Tenéis que venir a verla. En cines el 17 de junio.
¿Cómo comenzó el proceso o la idea para la película?
El cine es como una idea vaga. A veces vas descubriendo la peli que estás haciendo mientras la haces. Incluso cuando la has acabado. Esta idea vaga comenzó con ese limbo del que habla Chano Domínguez. Y esta sensación de irrealidad, no sé si de tristeza, con todo esto que está pasando. ¿Vamos a poder seguir haciendo películas que a mí me gustan, o que pueda estrenar en una sala de cine? Esta es la primera película que he hecho con una conciencia muy fuerte de que no podía dar nada por hecho. Quedar a tomar una cerveza con una amiga, dar un paseo. Piensas que nunca te lo van a quitar. Y, de pronto, hasta eso, por un momento nos lo quitaban. Y ya no te cuento ir al cine. O poder hacer una película. Yo dije: “como sea, tenemos que juntarnos a hacer una peli”. Y conseguir estrenarla en cines, que es lo que estamos haciendo. Escribí dos folios y se los envié al equipo. Es una película posibilista, basándonos en las circunstancias que estamos atravesando, que son muy complicadas. Con lo cual, tenía que ser una película que podíamos hacer sí o sí. Corta, breve, con poca gente, y que de alguna manera intenta atrapar esta sensación tan extraña y tan contradictoria que estamos viviendo.
Entonces, ¿dirías que hacer la película fue un acto de fe, de la misma manera que lo es ir al cine?
Totalmente. Y, claro, el título también aparece muy rápido. La idea del verbo venir, de ir al cine, de vencer la pereza que se estaba instalando en nosotros. Ya antes de la pandemia, con el mundo actual en el que nos vamos acomodando, cada vez más, a que todo te venga a tu casa. La peli incluye esta especie de llamada en el título, que es casi como un grito interno. Es esa pereza que tienen que vencer Elena y Dani [Itsaso y Vito] de ir a ver a sus amigos a la casa de las afueras. Y esa misma pereza, yo creo que es la que tenemos mucha gente para ir al cine.
Fotograma de la película: de izq. a der. Irene Escolar, Vito Sanz, Francesco Carril e Itsaso Arana
La película se anuncia con muchas incógnitas: un cartel sin pistas, un trailer nada convencional… ¿os preocupa que la gente no venga por la falta de etiquetas o información?
No lo sé. Ya sabes que ahora todas las películas se venden como “la mejor película del año”, o “la gran nosequé”, con tropecientos premios y festivales. El reclamo es siempre el éxito. Quitemos eso de la ecuación, porque además es mentira, por decirlo claramente. Intento no engañar a nadie. Tenéis que venir a verla. ¿Por qué? Pues no lo sé muy bien. Y el trailer en realidad es un artilugio, pero es súper honesto. No te vende humo. Ese es el intento.
También hay que intentar que la peli sea atractiva y, efectivamente, estamos llamando a la gente a verla, a ver qué pasa. Sé que es una campaña absurda y condenada al fracaso, en realidad. Eso lo tienes por adelantado, pero no me importa. Me parece bonito el gesto. Y también, la propia película, si lo piensas, es muy vaciada, muy poca cosa. ¿Por qué no van a poder existir películas así? Pequeñas, cotidianas, breves, con pocos elementos. De ahí nace un poco la película, de mi necesidad como espectador.
Me parece curioso que en la película haya una neblina de incertidumbre, que quizás contrasta con vuestra claridad a la hora de trabajar.
Sí, me gusta que hayas hablado de neblina. Trabajamos con mucha incertidumbre. La duda es fundamental para mí. Si no tengo duda, no me merece la pena hacer una película. Esto me lo dice mucho Itsaso: “tú es que siempre te inventas algo para estar cuestionando lo que estamos haciendo”. A veces me entiende mejor que yo a mí mismo. Y es verdad. Ellos también aceptan trabajar bajo esa incertidumbre. Pero, a la vez, es lo que tú dices. Hay una confianza ganada, construida a lo largo del tiempo. Sobre todo con ella [Itsaso], Vito y Francesco. Con Irene es la primera vez, pero ya sentía que iba a entrar, que podía entender esta manera de trabajar, más expuesta o abierta. Yo me encomiendo mucho a ellos, a su talento, y les intento dar una cierta seguridad. Han levantado la peli con mucha intuición.
De la misma manera que intentamos, con el estreno de la peli, no engañar al espectador, yo intento no engañar al equipo ni a los actores vendiéndoles motos que no son. Les digo “mira, vamos a hacer una peli, es muy pequeña, vamos a ver qué pasa, si no sale no pasa nada, esto lo tengo claro y esto no”, etc. Intento ser muy transparente en esto, y creo que ellos lo notan. También lo pasan mal, y hay momentos donde estamos en el límite con pinzas.
Jonás Trueba. Fuente: Getty Images (Óscar González /Nurphoto)
¿Tenías alguna referencia?
Yo siempre digo que una peli, de alguna manera, es un proceso de adaptación, como si quisiera adaptar una novela. A veces no hay una novela, pero adaptas situaciones que has visto o has vivido. Una peli es una adaptación de la vida. Diría que las referencias más claras son los amigos que en estos años se han ido yendo a vivir fuera de la ciudad a las afueras. Me invitaban a comer a su casa los fines de semana y nunca voy [risas]. Esa ha sido mi gran referencia.
Por otro lado, mis referencias más fuertes han sido las músicas que se oyen en la propia película. Las tenía en mi cabeza y casi que he construido la película para estas músicas y estos actores. También, la referencia de Olvido García Valdés. Porque es una poeta maravillosa, bastante compleja, en muchos aspectos muy lejana a mí y a mi mundo. Y, sin embargo, me venía llamando de alguna forma extraña. Es ella la que me pone la idea de la crisis de la irrealidad. La pone en palabras de una forma que me estimuló mucho.
En tus películas hay una unión indisoluble entre música e historia. Pero quizás en esta es donde más se nota la influencia de tu padre, ¿no?
Sí, es cierto. A él, que la vio hace poco, le gustó mucho. Creo que la sintió más cerca de él que otras películas mías. Por la presencia de Chano Domínguez al principio, pero incluso por una gran parte de la música que suena en la película, que a él le puede gustar. Mi padre me ha dado a conocer muchísima música, incluso más que cine. Cuando llega a su casa muchas veces no me dice: “¿has visto esta peli?”. Me dice: “escucha este disco, mira este tema”. Esto me lo viene haciendo desde hace años y años. Y tenemos un diálogo también muy fuerte con respecto a la música, incluso a veces más fuerte que con respecto al cine.
Fotograma de Tenéis que venir a verla @Los Ilusos Films
El año pasado apostaste en ‘Quién lo impide’ por una duración de casi 4 horas, y ahora presentas una película que apenas llega a los 61 minutos. ¿Cómo ocurre esto?
En ‘Quién lo impide’ me gustaba ofrecer al espectador una experiencia casi física. Ahora me apetece hacer una peli más bien corta, breve, que te quedes con una sensación de que ha sido poco. Y supongo que no es casualidad que haya pasado de un extremo a otro.
También se habla mucho en la película del libro Tienes que cambiar tu vida, de Peter Sloterdijk. ¿Cómo se ha de cambiar la vida?
Pues no lo sé [risas]. Lo que veo es que muchas veces este tipo de conversación ha entrado en nuestras vidas, siempre ha estado ahí. Sobre cómo vivimos, cómo deberíamos vivir. Y ese cuestionamiento muchas veces no va a ningún lado. La película muestra la especulación sobre la posibilidad de cambiar nuestra vida, pero sin cambiarla realmente. El libro de Sloterdijk es un libro que yo venía leyendo en esa época casi de manera compulsiva. Me atraía mucho y de pronto se me coló en la peli de una manera muy natural. ¿Por qué no podría este libro formar parte de la película? Me hizo gracia. Me pareció, como dice Vito, que el libro tiene algo profético, que de pronto toca temas muy estimulantes. Me parece una lectura que abre muchas preguntas.
Pero si me preguntas a mí, no lo sé. Me debato todo el rato en mis propias contradicciones y me siento muchas veces incapaz de cambiar nada. Es muy difícil cambiar las cosas. Ya no digo del mundo, sino de uno mismo. La peli muestra un poco eso, cómo muchas veces entramos en duda, debatimos, pero somos incapaces de ir más allá. ¿Qué ha sido de todo eso, de lo que se ha quedado en el aire? Creo que la peli tiene algo casi cómico o ridículo en ese aspecto.