Se cumplen 8 años del estreno de Una chica vuelve a casa sola de noche (Ana Lily Amirpour, 2014), una película de terror con influencias del western norteamericano que, sin embargo, no es ajena a los conflictos del mundo real. ¿Cómo consigue una obra de género transmitir un mensaje social de actualidad?
Una chica vuelve a casa sola de noche está ambientada en Bad City, una ficticia ciudad fantasma de Irán, aunque se trata de una peli estadounidense. Tanto su directora como los actores y actrices que la interpretan son iranoestadounidenses ya asentados al otro lado del charco y, de hecho, se rodó en Los Ángeles. Es imposible saber qué tipo de obra sería si la producción tuviese lugar en un país tan restrictivo con los derechos de las mujeres como Irán, pero a ese tema llegaremos más adelante.
El caso es que Amirpour no esconde el elemento pulp que su película hereda del cine americano, sino que se enorgullece de dicha etiqueta. Pero, ¿a qué nos referimos cuando decimos que algo es pulp?
Orígenes de la estética pulp
Arash Marandi en un fotograma de Una chica vuelve a casa sola de noche
En literatura, el término pulp hace referencia a un tipo de novelas que en la primera mitad del siglo XX se volvieron muy populares por su accesibilidad tanto en precio como en contenido. Las novelas pulp eran historietas baratas y rápidas de hacer; y su temática explotaba los clichés de género, desde la ciencia ficción hasta el romance, plagándolas de la violencia y el erotismo que la ficción convencional no tenía. Aunque hoy en día el término pulp, sobre todo en el cine, se refiere más a un tipo de estética que al origen de la palabra como tal.
Una chica vuelve a casa sola de noche funciona a ambos niveles. Gran parte de su atractivo viene de esa presentación tarantinesca que a menudo identificamos como pulp, pero también es en su esencia una historia de vampiros que juega con elementos del western y del terror gótico para transmitir su mensaje.
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Bad City juega el papel del viejo castillo en decadencia que regenta el vampiro, o más bien la vampiresa, que patrulla una ciudad parasitaria donde las vidas de sus habitantes carecen de cualquier tipo de propósito. Este tipo de terror existencial está en un primer plano en novelas como Frankenstein o el moderno Prometeo (Mary Shelley, 1818), pero también se puede encontrar como elemento de fondo en multitud de obras de terror gótico.
La ficción como arma ideológica
Sheila Vand y Marshall Manesh en un fotograma de Una chica vuelve a casa sola de noche
Es al cine social al que a menudo se le adjudica una labor de ideologización, pero la verdad es que toda ficción tiene en mayor o menor medida un mensaje que transmitir. Entre las influencias de Una chica vuelve a casa sola de noche se puede encontrar El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1920), que detrás de su estética expresionista esconde una crítica al autoritarismo del gobierno militar alemán. Al contrario que en el cine social, el tema no es explícito, y la obra se puede disfrutar incluso si su mensaje pasa desapercibido en el espectador, pero conocer esta carga ideológica solo la enriquece. Estas, para mí, son las mejores historias. No hay nada peor que una película que no tenga nada que decir del mundo que habita.
Cuando vemos Una chica vuelve a casa sola de noche no podemos evitar pensar en Mahsa Amini, la mujer que fue detenida, torturada y asesinada por la policía de la moral iraní. Su muerte provocó que miles de mujeres tomaran las calles en protesta contra un régimen que lleva décadas atacando sus derechos. Años antes, Ana Lily Amirpour nos ofrecía un irreverente grito de rebeldía contra ese sistema profundamente machista. La vampiresa ofrece al público una catártica venganza sobre aquellos actos que pretenden eliminar a las mujeres de la vida pública y esconderlas detrás de un trozo de tela.
Huyendo de grandes discursos moralizantes, esta fábula vampiresca utiliza los códigos del género de terror para ironizar, hasta con su propio título, sobre el peligro real que sufren mujeres de todo el mundo por volver a casa solas de noche; y nos recuerda que los derechos adquiridos siempre habrá que defenderlos con uñas, dientes e incluso colmillos.
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