La ciencia ficción es uno de los géneros más prolíficos de la historia del cine. Desde sus comienzos hasta nuestros tiempos, nos ha brindado historias que van desde la épica hasta el drama más intimista posible, pasando por todas las variantes intermedias. Kogonada hace su incursión en el género con Despidiendo a Yang (2022), su segundo largometraje, con el que intenta arrojar algo de luz sobre aquello que nos hace humanos al ritmo de Mitski.
El director comenzó su carrera realizando vídeo ensayos en los que diseccionaba los estilos de sus directores favoritos. Por sus obras han pasado Tarkovsky, Ozu, Bresson, Malick y muchos otros, y esta admiración por ellos se filtra en sus posteriores largometrajes con pasmosa naturalidad. Si algo caracterizó a Columbus (2017), su primera película, fueron las constantes referencias a estos maestros, pero también una capacidad de absorber sus enseñanzas y aportar algo de su propia cosecha.
Bajo una mirada superficial Despidiendo a Yang puede parecer lo contrario, una serie de temas ya trillados presentados con un envoltorio bonito —Kogonada es todo un esteta—, pero nada más lejos de la realidad. El relato de Alexander Weinstein es solo una base sobre la que el realizador construye un universo propio que podemos rastrear hasta sus comienzos en el cine. La película se centra en una familia, con Colin Farrell a la cabeza, cuyo androide —tecnosapien en la película—, Yang, deja de funcionar. En el mundo que recorremos en la cinta los androides que actúan como hermanos mayores son la norma, igual que los clones, y la muerte de Yang causará un gran impacto en la pequeña Mika, la hija adoptiva de la familia.
La familia protagonista al completo. De izquierda a derecha: Jake (Colin Farrell), Mika (Malea Emma Tjandrawidjaja), Kyra (Jodie Turner-Smith) y Yang (Justin Hong-Kee Min)
A partir de este punto de partida, la película comienza a expandirse en distintas direcciones. Por un lado está la cuestión de la identidad, tanto la asiática como la familiar. La dificultad de la sociedad occidental para comprender, respetar y asimilar los valores orientales. El papel principal de Yang es, de hecho, enseñar cultura china a su hermana pequeña, de modo que esta no pierda el contacto con sus raíces. ¿Pero cómo puede encajar y sortear estos conflictos una niña adoptada de una cultura tan lejana? Kogonada ofrece una respuesta. Es consciente de que el camino pasa por recordar.
Los recuerdos son el pilar central de la cinta y, en torno a ellos, Kogonada edifica su argumento sobre la memoria. En un momento dado el personaje de Farrell accede a los recuerdos de Yang y se da cuenta de que, para su sorpresa, este había estado grabando unos pocos segundos de cada día de su vida: los momentos que Yang consideraba importantes. Los tecnosapiens no deberían sentir emociones ni apego, pero el propio Yang desea, en una de las elipsis que pueblan la cinta, sentir algo por el té más allá de la idea programada que tiene de él. Sus recuerdos se abren ante nosotros constituyendo el firmamento de su vida y cada punto brillante es una estrella a cuyo alrededor orbitaba todo lo que Yang amaba. Porque Kogonada tiene claro que, si a Yang se le puede considerar humano, es por la capacidad que ha desarrollado para amar y atesorar momentos.
Es precisamente de la importancia de estos instantes de lo que va la cinta. El futuro que muestra Kogonada es un tanto frío e impersonal, la comunicación brilla por su ausencia y existen nuevas barreras entre nosotros que cada vez son más difíciles de sortear. La posibilidad de visualizar los recuerdos del androide es como un estallido de claridad para el personaje de Farrell, quién, por primera vez, tendrá la posibilidad de conectar no solo con su familia sino consigo mismo. Así, la memoria del tecnosapien pasará a ser una herramienta para tender puentes entre los miembros de la familia, pero también evidenciará la importancia que tenía Yang para todos, aunque lo pasasen por alto en el día a día.
Así se ve el conjunto de recuerdos que Yang ha almacenado en su memoria
Todas las cuestiones comunes en la ciencia ficción están aquí; sin embargo, Kogonada le imprime su sello a cada uno de estos tópicos. A través de una puesta en escena minimalista, en la que los elementos futuristas no destacan —las gafas para visualizar los archivos que contienen los recuerdos o el paisaje de fondo, por ejemplo—, el realizador construye un relato sobre la distancia que crea la tecnología, integrada en el día a día hasta el punto de que nos olvidamos de ella, pero también sobre sus bondades para conectarnos. Esta construcción se cimenta en un uso ejemplar de las elipsis para recapitular la vida de Yang, pero también en la variación del formato de la imagen.
De forma imaginativa y con un sentido narrativo claro, Kogonada juega con las dimensiones del cuadro, haciéndolo más estrecho y claustrofóbico en el mundo físico y, al contrario, más amplio cuando se reproducen los recuerdos de Yang. En la vida del robot hay todo un cosmos por explorar aunque no lo visualicemos. Que la amplitud de la memoria sea mucho mayor a la del momento presente tiene todo el sentido del mundo, ya que, como observamos en la película, podemos reproducir mentalmente cada situación que hemos vivido y extraer nuevas conclusiones de ellas. Pero también sucede que, en la mayoría de ocasiones, distintas personas tienen perspectivas diferentes sobre un mismo momento. Los recuerdos, y por tanto la memoria, son un material flexible y moldeable, afectado por tantas condiciones externas e internas a nosotros que cada imagen que habita en nuestra memoria es única y está íntimamente ligada a nuestro ser.
La segunda obra del director se diferencia de otras del género gracias a su cuidada y personal puesta en escena, a su jugueteo con el lenguaje cinematográfico y a su énfasis en el tema de la memoria. Su carcasa fría esconde un corazón y una sensibilidad enormes, que se nos van revelando poco a poco conforme avanza la película. Tenemos la suerte de vivir de primera mano los primeros largometrajes de un realizador tan singular cuya obra será recordada durante mucho, mucho tiempo.
Despidiendo a Yang se puede ver en Prime Video.