Un año más la Navidad llega a su fin y con ella se retiran hasta dentro de otros 12 meses todas esas películas de temática festiva. Durante estas semanas seguro que se han emitido clásicos como Qué bello es vivir (Frank Capra, 1946), divertidas películas de acción como La jungla de cristal (John McTiernan, 1988) y un buen puñado de comedias románticas con aderezo invernal.
Pero hay un tipo de película que cada vez vemos menos: esas aventuras épicas ambientadas en la Antigüedad que tanto les gustaba a los canales de televisión poner durante las Navidades y la Semana Santa. Estas pelis, a menudo ambientadas en Roma o Grecia, eran popularmente conocidas como “sword and sandal movies” (películas de espada y sandalia), y muchas de ellas fueron auténticos blockbusters antes incluso de que se acuñara el término blockbuster. ¿Pero por qué ahora no son tan populares las aventuras épicas grecorromanas? ¿Qué fue de las películas de espada y sandalia?
Auge y caída de un género
Espartaco (Stanley Kubrick, 1960) disponible en Filmin.
Durante la primera mitad del Siglo XX en Hollywood regía un sistema de estudios sujeto a la minuciosa mirada del código Hays. Para superar el proceso de censura americano surgieron historias basadas en el Antiguo Testamento y adaptaciones de tragedias griegas con alto subtexto religioso. Estas películas de espada y sandalia se volvieron unas de las favoritas de los estudios ya que les permitían abaratar las producciones reutilizando decorados y vestuario de una película para otra.
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Fue esta búsqueda de reducir costes lo que llevó a los productores estadounidenses a cruzar el charco y mirar hacia Europa. El cine italiano se postuló como un destino ideal dada la experiencia previa que sus cineastas tenían rodando este tipo de películas, que en los años 30 formaban parte de la maquinaria propagandística de la Italia fascista. No debería sorprendernos esta falta de escrúpulos, ya que en ambos casos el objetivo de las espada y sandalia no era otro más que el de la exaltación del pasado.
De este modo, en 1950 se rueda en Roma Quo Vadis (Mervyn LeRoy), un taquillazo de 171 minutos que salvó a la Metro-Goldwyn-Mayer de la bancarrota. Surge así una relación de quid pro quo entre el cine de ambos países. Hollywood conseguía realizar epopeyas épicas por mucho menos dinero, y además lograba pescar estrellas emergentes como Sophia Loren o Bud Spencer, ambos extras no acreditados en Quo Vadis. A cambio, el cine italiano desarrollaba su propio subgénero grecorromano: el péplum.
Ben-Hur (William Wyler, 1959) disponible en HBO Max y Movistar+.
La crítica cinematográfica empezó a usar el término, que hace referencia a la típica túnica griega, de forma despectiva para definir a las producciones italianas de bajo presupuesto. Mientras la llegada del televisor a los hogares norteamericanos forzó a los estudios de cine a crear obras más ambiciosas y espectaculares como Ben-Hur (William Wyler, 1959) o Cleopatra (Joseph L. Mankewicz, 1963), el péplum italiano continuó la tendencia de reciclar atrezo, personajes y hasta escenas enteras en obras que cada vez eran más populares.
Pero el boom del género de espada y sandalia solo duró hasta mediados de los años 60. La crisis del sistema de estudios de Hollywood hizo que el cine norteamericano no lograse remontar hasta bien entrada la década siguiente, mientras que en Europa una nueva hornada de cineastas reinventaba el lenguaje cinematográfico revisando las convenciones de los géneros clásicos. En Italia muchos de los cineastas que se formaron en el péplum, como Sergio Leone o Sergio Corbucci, encontraron un hogar en el spaghetti western, que construyeron a imagen y semejanza del género grecorromano y lograron realizar algunas de las obras más influyentes de la historia del cine.
El péplum en la era de los superhéroes
Gladiator (Ridley Scott, 2000) disponible en Netflix, Prime Video y Movistar+.
A principios de los 2000, el éxito de Gladiator (Ridley Scott, 2000) provocó una nueva tanda de películas con grandes presupuestos y estrellas conocidas como Troya (Wolfgang Petersen, 2004) o, unos años más tarde, 300 (Zack Snyder, 2007). La tendencia positiva no continuó la siguiente década, en la que Exodus: Dioses y reyes (Ridley Scott, 2014) y Hércules (Brett Ratner, 2014), protagonizada por Dwayne Johnson, fueron auténticos fracasos de taquilla y de crítica. El motivo, y tal vez esto sea solo opinión propia, es que intentaron emular el éxito del cine de superhéroes imitando sus códigos en lugar de apostar por lo que hacía a estas pelis únicas en primer lugar.
Hoy en día se trata de un género muerto y prácticamente sin expectativas de revivir, y su repercusión histórica podría ser objeto de debate. Quién sabe si Arnold Schwarzenegger o Sylvester Stallone habrían dado el salto al estrellato sin que, décadas antes, Espartaco (Stanley Kubrick, 1961) inspirase todo un subgénero de gladiadores protagonizado por culturistas reconvertidos a actores. Lo que sí es seguro es que si 2023 quiere traer de vuelta la espada y la sandalia nosotros estaremos ahí para verlo.