La primera vez que vi A dos metros bajo tierra (Alan Ball, 2001-2005) tenía 16 años. Tuve la suerte de no haber vivido en la adolescencia la muerte de ningún ser querido, así que no tenía muy claro qué era eso de la muerte, ni cómo podía algo ser tan cotidiano y a la vez ser un tabú. Pero durante las cinco temporadas que tiene la serie pensé mucho en la muerte. Reflexionaba mientras veía los capítulos, pero era cuando apagaba la tele y volvía a mi día a día que la serie hacía mella y yo empezaba a plantearme lo que era la vida.
La serie contaba el día a día la familia Fisher, propietarios de una funeraria.
Han pasado 20 años desde el estreno de A dos metros bajo tierra y todavía no he vuelto a ver una ficción que retrate con tanto cuidado, mimo y humor ese tema tan complicado y que lo inunda todo. Y tampoco he vuelto a ver nada que me haya hecho tan consciente de mi propia vida.
Aviso: ¡Spoilers!
«¿Por qué la gente se tiene que morir?»
Hay un capítulo en el que una mujer le pregunta a Nate: “¿por qué la gente se tiene que morir?”. Él responde: “para que la vida importe”. Esa fue una de las reflexiones que más me impactó de la serie: la vida no importaría si no existiera la muerte. Así que menos mal que existe la muerte, por raro que suene decirlo en voz alta. Y la muerte es el final, sí, pero también es el principio de muchas cosas.
Una de las razones por las que la serie tuvo tanto éxito fue por lo bien construidos que estaban los personajes. La muerte inundaba la casa de los Fisher día tras día, y cada uno de ellos lidiaba con ella a su manera.
David había aprendido a dirigir la funeraria desde la rectitud y la profesionalidad mientras que Nate, mucho más emocional, tenía que enfrentarse a un trabajo que estaba lejos de ser su vocación. Ruth había conseguido convivir con la muerte pero llevaba a cuestas el haber obligado a sus hijos, especialmente a Claire, a vivir rodeados de cadáveres. Y nosotros, como espectadores, nos acercamos a la muerte igual que ellos: desde fuera. Nos daban igual esos personajes que morían al principio de cada capítulo. Es más, esperábamos con pillería a ver cómo iban a matar esta vez al personaje.
Fotograma de A dos metros bajo tierra
Pero fueron los conflictos personales de los protagonistas, más allá de la muerte, los que permitieron que cualquiera se pudiera sentir identificado con alguno de ellos. Desde la aceptación de la sexualidad de David, la segunda juventud de Ruth, la búsqueda de la vocación de Claire, la constante insatisfacción de Nate o la forma de herir a los demás y a sí misma de Brenda, nos vimos reflejados en unos personajes totalmente imperfectos.
Nos enfrentamos a los fantasmas de cada uno de ellos —literal y figuradamente— y adoptamos todos los puntos de vista sin quedarnos con una única perspectiva. No había un protagonista, y cada problema en la familia se nos mostraba desde todos los puntos de vista. Y gracias a eso pudimos ver las diferentes formas de entender la muerte y de abordarla. La vimos como algo inevitable, como algo doloroso, como algo liberador, como algo positivo y como algo profundamente injusto.
Fotograma de A dos metros bajo tierra
«No puedes sacar una foto de esto, ya se ha ido»
Los últimos minutos de la serie son recordados como uno de los mejores finales de la historia de la televisión. Le dieron un final a cada uno de los personajes con los que llevábamos conviviendo cinco temporadas. Fue doloroso ver morir a todos ellos, pero era necesario: una serie sobre la muerte tenía que acabar, inevitablemente, con la muerte.
Sin embargo, el mensaje final de A dos metros bajo tierra no es que la muerte sea algo inevitable; porque eso es algo obvio. Al final, hablar de la muerte es hablar de la vida. Hay un capítulo en el que Brenda le dice a Nate:
«¿Sabes lo que pienso sobre la vida? Que todo es cuestión de tiempo. El momento lo es todo»
Fotograma de A dos metros bajo tierra
Porque en realidad el mensaje más poderoso de la serie es que la vida es, esencialmente, tiempo. El tiempo que hemos vivido y el que nos queda por vivir. El tiempo que Claire ha dedicado a su pasión, que Ruth ha dedicado a encontrarse, que David ha dedicado a aprender a quererse a sí mismo y a los demás. El tiempo que todos han dedicado a aceptarse a sí mismos.
Cuando Claire está a punto de mudarse, va a sacar una fotografía de su casa y de su familia, cuando se le aparece el fantasma de Nate para decirle: “no puedes sacar una foto de esto. Ya se ha ido”. Nate solo está repitiendo lo que la serie nos ha dicho una y otra vez: lo que importa es el momento. Cuando te das cuenta, el momento ya se ha ido y sólo te queda el tiempo que tienes por delante.
Y es en sus últimos minutos cuando la serie nos da la oportunidad de echar la vista atrás y ver cómo cada uno de los protagonistas ha usado el tiempo que tenía. Y nosotros nos quedamos pensando en qué vamos a hacer nosotros ahora, tras ese último fundido a blanco, con el tiempo que nos queda.
¿Dónde puedes ver A dos metros bajo tierra?
Las cinco temporadas están en HBO.
Que interesante. Gracias.
Que gran artículo. Gracias!