Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga son los directores de La trinchera infinita (2019), elegida para representar a España en los Oscar. Se ha quedado a las puertas de la preselección de la Academia; Hollywood se lo pierde. A nosotros nos sigue interesando esa historia de un hombre escondido en un agujero de su casa durante 33 años. Los guipuzcoanos de la productora Moriarti ya habían formado equipo para sus anteriores películas, Handia (2017), Loreak (2014) y 80 egunean (2010). Desgranamos La trinchera infinita con ellos, y hablamos de miedo, relaciones de pareja, la importancia del punto de vista y de cómo cambiamos incluso cuando parece que no nos está pasando nada.
Supongo que os lo habrán dicho mucho en el último año, pero la peli se ha vuelto muy actual; definió el confinamiento antes del confinamiento. ¿Creéis que se puede hacer una relectura de la peli? ¿Esto está siendo una trinchera colectiva?
Jon Garaño: Yo creo que sí. La película se estrenó en el Festival de San Sebastián en septiembre de 2019, luego comercialmente en octubre, y llegó a Netflix en pleno confinamiento. Ahí sí notamos mucho a través de las redes sociales que la gente estaba viendo la película y sentía que de alguna manera estaba en una situación parecida a la de Rosa e Higinio… Pero las circunstancias eran muy diferentes. Ellos estuvieron treinta años encerrados, nosotros mucho menos… y en nuestro caso salir a la calle no suponía una amenaza tan inmediata como para ellos. Pero sí había paralelismos: esa sensación de sentirse perdido en la vida, no saber bien qué está ocurriendo fuera… Es curioso lo que ha ocurrido con la película y la realidad.
¿Creéis que eso os ha ido a favor, o en contra?
Aitor Arregi: Es difícil de saber. Yo creo que nos ha favorecido, porque nos pilló en la primera ola y la gente estaba más fresca; estaba ávida de conectar. Por eso hubo también una película, Contagio (Steven Soderbergh, 2011), que fue un éxito porque parecía que predecía desde el pasado lo que iba a ocurrir… Pero supongo que la gente se va cansando.
Garaño: Sí, es posible que al principio estuviéramos más frescos y nos entrase mejor una película con unas personas que no podían salir de casa, pero ahora a la gente le costaría más verla. Ahora estamos todos más hartos.
Fotograma de La trinchera infinita
Está basada en muchas historias reales. ¿Cómo fue el proceso de documentación? ¿Llega un momento en el que hay que distanciarse de la realidad para poder crear la historia con libertad?
Arregi: La base de la documentación es el documental 30 años de oscuridad (Manuel H. Martín, 2011), que muestra distintos testimonios de topos. Es un trabajo de documentación tremendo, una producción de Irusoin y La Claqueta, con quienes trabajamos nosotros después… De ahí se sacó gran parte de la documentación, y también de dos libros: Los topos de Jesús Torbado y Manuel Leguineche y Escondido de Roman Fraser.
Jose Mari Goenaga: Hay mucha gente que todavía hoy dice “es una película sobre Manuel Cortés, el topo de Mijas”. Y nos hemos inspirado mucho en él, pero también en Eulogio de la Vega, Saturnino de Lucas, Manuel Hidalgo y su hermano Juan… Fuimos cogiendo de distintos topos. Pero teníamos claro que queríamos un topo ficticio para poder tener libertad, y poder centrarnos en el aspecto alegórico de la historia. Queríamos crear una metáfora, una especie de mito de la caverna sobre los mecanismos del miedo y cómo nos pueden condicionar. Sobre el miedo a dar el paso, que aquí puede ser el miedo a cruzar el umbral de la puerta pero también el miedo a dejar a tu pareja, o tu trabajo, el miedo a salir del armario (representado en la película por el cartero)... Nos interesaba mucho ese aspecto un poco más alegórico en el que todo espectador pudiese verse reflejado. Aunque no hayas estado encerrado treinta años en un zulo, puedes entender ese vértigo que le da al personaje cruzar el umbral de la puerta de su casa.
Y, claro, para la construcción de esa alegoría nos interesaba no atarnos a la historia de una persona real, sino crear un topo ficticio para tener la libertad de meter distintos elementos, y en cierto momento poder jugar también con el thriller… vamos, que si nuestro personaje tuviese que matar a alguien, pudiese hacerlo.
La trinchera infinita es una historia sobre el miedo, pero también habla de la capacidad de adaptación y de la soledad, que son temas que están presentes en vuestras otras películas. ¿Os habéis planteado cuáles son vuestros temas recurrentes?
Garaño: La soledad y la capacidad de adaptación sí están ahí; en Handia por ejemplo hay un diálogo final entre Martín, el hermano del gigante, y el manager, en el que discuten si adaptarse es bueno o no. También nos interesa mucho y siempre sale, de maneras diferentes, el tema de la memoria, particular o colectiva. También el tema de la libertad.
Arregi: Y la comunicación o la falta de ella. Loreak habla de eso, de estar cada uno en su cubículo; convives, pasas muchas horas juntos, pero cada uno tiene sus circunstancias y no siempre hay una comunicación real. También hay bastante de eso en La trinchera infinita, y en Handia, y en 80 egunean.
Y no es un tema, pero sí hay un patrón a la hora de construir los personajes; siempre tratamos de humanizarlos, mirar sus distintas capas, sus vulnerabilidades, sus incongruencias…
Belén Cuesta y Antonio de la Torre, ya de mayores, en La trinchera infinita
Una de las cosas más interesantes de la película es el punto de vista; solo vemos y escuchamos lo que ve y escucha Higinio. ¿Os lo planteasteis así desde la propia idea de la película?
Arregi: Está en la esencia, desde el inicio. Cuando Jose Mari vio el documental y pensó que ahí había una historia, nos lo propuso ya con la idea de contarlo desde el punto de vista de la persona encerrada. Eso era lo que hacía especial la película, lo que le hacía tomar fuerza.
Garaño: Luego muchas veces fue muy tentador salirnos del punto de vista, para mostrar los cambios que se van dando en el exterior, otros puntos de vista, los rumores… Pero fue importante mantenernos firmes en la decisión de centrarnos en el punto de vista de él. En esa primera propuesta de Jose Mari había dos premisas: una era esa, que todo estuviera contado desde el punto de vista del que se esconde, y la otra era contar la experiencia completa, los treinta y tantos años. Pensábamos que eso era lo que podía dar dimensión a la película, porque había otras películas sobre los topos, en algunos casos como personajes secundarios y en otros casos centrándose en un período de tiempo más corto. Nosotros queríamos contar todo el arco de los treinta años, porque hay una evolución – o una involución – de los personajes muy interesante.
Arregi: En general en Moriarti nos gustan las películas con un punto de vista fuerte, porque hay algo interesante en trabajar la mirada, no solo del protagonista, sino de los que están detrás.
¿Una limitación así hace el trabajo más fácil o más difícil?
Garaño: Es una pregunta difícil de contestar. En un sentido las limitaciones lo hacen más fácil porque te quitan opciones, tienes menos para decidir, pero no poder agarrarte a ciertos recursos puede ser frustrante. Pensábamos: “Jo, esto se entendería mejor si recurriésemos a esto…”. Además estaba el reto de que no resultase repetitivo, porque cambiar de punto de vista ayuda a respirar y ver las cosas desde otro ángulo, y a que la historia avance, así como la percepción del espectador. No contar con todo eso puede ser un handicap. Como todo, tiene sus lados buenos y malos, y hay que sacar lo bueno que tiene contarlo así.
Antonio de la Torre observando lo que ocurre ahí fuera en La trinchera infinita
Para que ese punto de vista funcione, el sonido es muy importante. Ganasteis el Goya a mejor sonido. ¿Habéis dedicado más tiempo a pensar y trabajar en él que en otras películas?
Garaño: Desde el principio sabíamos que el tratamiento del sonido era importantísimo. La idea de la película era que el espectador sintiese la experiencia del topo; por eso trabajamos así el punto de vista, con la cámara y también con el sonido. Casi hay un segundo guion en todo lo que queda fuera de pantalla, en las cosas que se oyen y no se ven: Higinio ve una cosa pero escucha otra, y no todo lo que escucha lo escucha bien, y eso genera en él cierta tensión, cierta incertidumbre, que también llega al espectador.
El sonido era tan importante que decidimos hacer una cosa curiosa, que en esta película tenía mucho sentido, que es mezclarla en Dolby Atmos. No es habitual en una película de cine no puramente comercial, pero en este caso poder jugar con la distribución del audio de la sala generaba mucha tensión: que cuando alguien entra en casa y rodea el zulo en el que Higinio se esconde, el espectador lo oiga a su alrededor y sienta lo que siente Higinio…
Arregi: En ese sentido Xanti Salvador y todo el equipo de sonido hicieron un gran trabajo. Estuvimos trabajando duro con ellos, y luego tuvo su recompensa.
Dicen los manuales de guion que el protagonista de una historia tiene que ser activo, estar siempre en movimiento; el planteamiento de esta peli podría ser lo contrario, sobre todo la segunda parte. ¿Es más difícil escribir un personaje pasivo?
Goenaga: Era algo que a mí siempre me había apetecido hacer, no muy conscientemente, pero me di cuenta de ello al empezar a idear esta historia. Una película que en su día me gustó mucho (y no he vuelto a ver) es El hombre que nunca estuvo ahí (2001) de los hermanos Coen; me llamaba mucho la atención que el personaje protagonista, el de Billy Bob Thornton, era un personaje muy pasivo, estaba involucrado en un crimen y se salvaba sin hacer nada…
En cuanto a si fue más difícil… Sí fue un reto el tratar de mantener el dinamismo. Yo creo que lo logramos, aunque se me hace difícil destripar cuál ha sido la fórmula. Se partía de un personaje que está paralizado, anclado en un momento, en el 36. Y yo creo que la evolución se marca mucho por confrontación con su pareja, con Rosa, que evoluciona mientras él se queda anclado. De esa confrontación surge algo dinámico. También de la psicología de los personajes: a pesar de que Higinio es un personaje pasivo, en su cabeza van surgiendo una serie de conflictos.
Garaño: La situación le está superando, se bloquea cada vez más, y de alguna forma está encogiendo, sufre una involución. Y en paralelo jugamos con el personaje de Rosa, que vive lo contrario, es un personaje que crece. En la cuesta arriba de una y la cuesta abajo del otro se generan conflictos interesantes, que hacen que se mantenga viva la llama de la historia. Eso también ayuda: tener un personaje como Rosa que sí que es activo.
Arregi: Nos interesaba contar esa relación con Rosa; cómo es esa relación de pareja durante treinta y tantos años. Para contar eso hay que hablar de la rutina, del desgaste, de cómo se van desvaneciendo los sueños… y eso te lleva a ese día a día costumbrista. Esa parte, que se centra más en la psicología de los personajes, es muy ‘moriartiana’; creo que ahí crece la película porque nos sentimos en nuestro terreno. Hay que tener en cuenta que en la primera parte pasan tres años, pero en la segunda son treinta. Y treinta años encerrado en casa puede ser aburrido, pero a la vez en treinta años pasan muchas cosas.
Rosa e Higinio cambian mucho en esos 33 años
Habláis de la relación de pareja. Rosa en realidad está igual de atrapada que Higinio; ya no puede abandonarle, y renuncia a su vida. ¿Había una “Rosa” en la historia real? ¿Cómo os planteasteis el personaje?
Garaño: Sí, en realidad hubo muchas Rosas. En todas las historias reales de topos tenía que haber un cómplice, una Rosa, porque si no sería imposible vivir. Hay un momento en la película que se plantea si Higinio es un héroe o no, y yo creo que lo que está claro es que es una víctima de la situación; y lo que está clarísimo es que las Rosas fueron auténticas heroínas, porque eran como topos a pesar de que tenían la posibilidad de salir a la calle, y además tenían que lidiar con unos maridos, o parejas, hermanos o lo que fuesen, que estaban en una situación complicada, estaban frustrados y a veces lo pagaban con ellas. Nosotros queríamos mostrar el mérito de estas mujeres.
Goenaga: Hubo muchas mujeres que se tuvieron que enfrentar a situaciones muy difíciles. La mujer de uno de los topos reales, por ejemplo, se quedó embarazada y fingió que solía ir a la ciudad a prostituirse y en una de esas se quedó embarazada. O muchos casos en los que la relación entre marido y mujer se volvió algo irrespirable, y esa era una condena brutal, porque sabes que esa persona depende de ti, y si hicieses algo seguramente estarías acabando con la vida de esa persona, o te estarías delatando a ti misma como encubridora. Es una situación muy jodida y muy estresante.
Para nosotros todo esto se convertía en una metáfora de la vida en pareja, esa situación en la que tú ya no aguantas más a tu pareja pero no sabes cómo dejarlo. Ese vértigo a romper con una relación, con una vida que has llevado durante años. Ya no es solo estar ocultando a una persona, sino que no es fácil dejar a alguien con el que has construido algo, con el que has soñado algo, y ver que todo eso fracasa. Es duro y muchas veces no lo queremos aceptar.
¿Qué habéis aprendido rodando esta película? ¿Qué os lleváis?
Garaño: Nosotros nos adaptamos mucho a la forma de trabajar de cada actor, y siempre es diferente. A algunos les gusta ser más independientes, a otros les gusta tener las cosas muy claras y que tú les marques todo…
Por otro lado nosotros siempre hemos trabajado con el mismo equipo, y en esta película por temas de coproducción la mitad del equipo tuvo que ser andaluz. Al principio cambiar tu equipo de siempre te genera ciertas dudas, pero nos hemos entendido muy bien, y hemos visto que nuestras formas de trabajar no son tan diferentes.
Arregi: En Andalucía el sector audiovisual ha ido creciendo en paralelo al País Vasco, de una manera bastante parecida. Se ha creado un ecosistema de gente que trabaja con directores como Alberto Rodríguez (director de La isla mínima, El hombre de las mil caras...). En Madrid y Barcelona tal vez hubiera sido más difícil encajar, porque hay más industria, y es diferente, pero aquí nos entendimos muy bien desde el principio.
Por otro lado, hay una frase de nuestro director de producción, Ander Sistiaga, que es: “No hay película pequeña”, y es verdad. Nosotros veníamos de hacer Handia, y ese rodaje fue muy exigente; todos los días eran un examen. Entonces decidimos hacer una especie de historia doméstica, que pensamos que sería más sencilla… Y para nada. Vas aprendiendo que cada historia tiene sus características, sus dificultades, y es casi como empezar de cero. Te hace sentirte humilde. Pero eso es también lo fascinante.
¿En qué estáis trabajando ahora?
Garaño: Ahora mismo tenemos nueve proyectos sobre la mesa, de todo tipo: películas y series, de diferentes géneros, diferentes idiomas… Pero todavía nada es oficial. Hemos estado dedicando mucho tiempo a desarrollar guiones e ideas, y ahora ya es el momento de la verdad, de ponerlos en circulación.
Handia y La trinchera infinita fueron proyectos muy grandes, y a nosotros nos apetecía tomarnos un poco más de tiempo para desarrollar el siguiente o los siguientes proyectos. Porque incluso antes, cuando hicimos Larogei egunean ya estaba la idea de Loreak pululando, y cuando hicimos Loreak ya estaba claro que el siguiente proyecto sería Handia. Es rara la sensación de no saber cuál será el siguiente proyecto... cuando lo tengamos claro dormiremos mejor.
Arregi: Sí, el ‘año Covid’ ha sido el año de desarrollo. Y ha ido bien pero ahora a mí ya me apetece ponerme manos a la obra con un proyecto… Te das cuenta de cuánto cuesta levantar una película o una serie.
Cuestionario MILANA: ¿Cuál sería la película/serie…
… que verías por enésima vez?
Goenaga: Psicosis, de Alfred Hitchcock (1960)
Arregi: En busca del arca perdida (1981), Indiana Jones y el templo maldito (1984) e Indiana Jones y la última cruzada (1989), de Steven Spielberg
Garaño: El show de Truman, de Peter Weir (1998)
… para ver de resaca?
Goenaga: Atrapado en el tiempo, de Harold Ramis (1993)
Arregi: Olvídate de mí, de Michel Gondry (2004)
Garaño: Los puentes de Madison, de Clint Eastwood (1995)
… para ver a escondidas en un escondite detrás de la pared?
Goenaga: El diablo viste de Prada, de David Frankel (2006)
Arregi: Aquaman, de James Wan (2018)
Garaño: Mulán, de Niki Caro (2020)
La trinchera infinita está disponible en Netflix.