«Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa. Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Solo Dios basta». La gran mística y poeta Santa Teresa de Jesús escribió estos bellos versos de carácter estoico, que se aferran a la fe y la perseverancia en momentos de adversidad. Pero a nuestra Santa María no le basta. Han pasado 3 años desde el fatídico accidente que la empujó a ese pozo del que tanto le ha costado salir. Y, como Santa Teresa se aferraba a los barrotes de la capilla para no levitar, María se aferra a los barrotes del correccional para no caer a un vacío que conoce demasiado bien.
La segunda temporada de Cardo (Claudia Costafreda, Ana Rujas, 2021 -) llegó a ATRESplayer Premium el pasado 12 de febrero, con un doble estreno que nos abre las puertas a la vida de María tras su paso por la cárcel. El alcohol, la cocaína y los errores han quedado atrás, y nuestra protagonista se prepara para una nueva vida en el tercer grado. Con una fe renovada, se ve dispuesta a dejar los fantasmas atrás y abraza la reinserción que se merece. Pero el mundo no deja que olvides fácilmente, y María solo sabe existir al borde del abismo.
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Eucaristía y diazepam
Fotograma de Cardo
Cardo es el reflejo de una generación. Uno incómodo, agudo y doloroso. El tipo de reflejo que ves al volver de fiesta, cuando el maquillaje se corre, la euforia de la droga se baja y solo queda una mochila de asfixias que pesa demasiado para cargarla. La serie compone un retrato crudo de los millenials tardíos, la generación de Superpop y MTV a la que se adoctrinó en perseguir sueños para toparse con un muro áspero. Una generación llena de fuego pero quemada, compuesta de inseguridades y que se ha pasado la vida construyendo una escalera hacia un callejón sin salida. Y cuando no hay salida, solo nos queda la evasión.
Si algo caracteriza a María es la incomodidad. La protagonista de Cardo no tiene zona de confort ni casilla de salida, vive rumiando un malestar que no entiende, que no sabe expresar y que lleva arrastrando desde su preadolescencia. Vivir en esa incomodidad es desconcertante para ella misma y para su entorno, pero todo esta bien mientras la pueda callar a base de cocaína y compañía. Es ese mecanismo evasivo el que la lleva a acabar con la vida de su acompañante en un accidente con tintes de abuso, que empuja a María en una espiral de la que no sabe escapar.
La caída ha terminado, y tras estrellarse y tocar fondo, sólo puede subir. La cárcel le ha hecho encontrar la fe, y asciende hacia la reinserción social callando esa incomodidad a base de ansiolíticos, que María toma entre rezo y rezo como su sagrada comunión. Intenta desesperadamente alejarse de su antigua vida, pero la adicción vuelve a abrazarla en un envoltorio de drogas legales que no va a ser capaz de ver hasta que sea demasiado tarde.
El camino al infierno está hecho de buenas intenciones
Fotograma de Cardo
La segunda temporada nos muestra a María aferrándose al tercer grado como una vida nueva. Se enfrenta a la misma soledad y la incomprensión de siempre, acompañadas ahora de toneladas de culpa. Es responsable de lo que ocurrió, pero es inocente. Aun así, su entorno no ayuda en nada a olvidar que lleva la palabra asesina escrita en la frente.
El tiempo se paró para María al mismo tiempo que se paraba el corazón de su víctima, pero el resto del mundo ha seguido girando y María ve con pesar como la vida de su entorno se ha encauzado sin contar con ella. Ese reencuentro con su mundo no hace más que agrandar brechas e incidir en la soledad patológica que arrastra. Su único apoyo parece ser Santa, una mujer igual de culpable, responsable e inocente que ella, que ha hecho de madre para María durante su estancia en la cárcel y la ha acercado a la fe.
Santa tiene una hija, Yasmín, una joven que comparte con María la incomodidad, la soledad y la evasión como forma de vida. Sin saber nada de su madre desde la entrada de esta en prisión, reniega completamente de ella. María se ha propuesto unir a madre e hija, en parte como pago a Santa por la nueva vida que le ha otorgado en prisión y en parte como pago con el mundo por haber arrebatado un padre al joven Gabriel en la primera temporada. Dispuesta a conseguir esa unión por todos los medios, con la torpeza y el malestar que la caracterizan, María parece estar a punto de arrastrar a Yasmín a una nueva caída libre. Esperemos, para variar, que esta vez haya alguien para amortiguar el golpe.
Mientras tanto solo nos queda rezar, y cada domingo tendremos misa en ATRESplayer Premium.
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