La impecable The Crown (Peter Morgan, 2016-) lleva casi cinco años sumando espectadores y galardones. Anoche fue la gran vencedora de los Emmy 2021, con siete de los premios principales (incluyendo Mejor serie de drama) que se suman a otros cuatro de las categorías técnicas. No es de extrañar, porque más allá de su brillante factura formal, ha sabido muy bien cómo entretejer el rigor histórico y la emoción. De las 24 nominaciones de su cuarta temporada a los Emmy, tres eran a Mejor actriz o actor principal. Y es que seguro que te has dado cuenta de que Isabel II ya no ostenta el claro protagonismo que tenía en los comienzos del drama que adapta su vida. The Crown ha ido virando hacia lo coral. La Corona, al fin y al cabo, va más allá del monarca, y se sustenta en —y sustenta a— muchas otras cabezas.
El mito de Isabel II
La Isabel de Claire Foy en su coronación
Durante las temporadas encabezadas por Claire Foy, y muy especialmente en la primera, The Crown se dedicó a alimentar el mito, la parte más legendaria y épica de la realeza.
«Cuando llores a tu padre, deberás llorar por alguien más: Isabel Mountbatten. Porque hoy la sustituye otra persona: la reina Isabel. Las dos Isabeles entrarán en conflicto a menudo. La cuestión es que la Corona debe ganar. Debe ganar siempre.»
Eso le advertía en una grave carta la reina María a su nieta, una joven y asustada Isabel sobre la que, sin dejarle tiempo para asumir la prematura muerte de su padre, había caído todo el peso de la Corona. En sus manos estaba la perpetuidad de una institución de la que, según le habían enseñado, dependía todo el pueblo británico. En esta sobrecogedora secuencia del segundo episodio daba comienzo el viaje de nuestra heroína. Y como heroína, se erigía también como protagonista de la serie.
Isabel poco después de la muerte del rey
A lo largo de la primera temporada, su trama se nutría de esa aura de leyenda: la reina que aprende a ser reina en mitad de la adversidad, demasiado pronto, injustamente (su tío abdicó en su padre por motivos egoístas) y con mucho sacrificio. Para ser monarca, Isabel debe renunciar a su individualidad, a sus deseos, a su personalidad. Su deber es ser imparcial, y por tanto no tiene derecho a mostrar su opinión ni sus emociones. El símbolo está por encima de la persona y así ha de seguir, debe parecer intocable para que nadie se atreva a cuestionar la monarquía. En eso insiste no solo la Corona, con su tradición, sus leyes y su ejército de consejeros, sino también Winston Churchill, que hace las veces de mentor para la joven reina:
«Nunca les muestre a la verdadera Isabel de Windsor. A las cámaras, a la televisión, no les deje ver que llevar la corona suele ser una carga. Deje que la observen, pero que solo vean lo eterno.»
Por eso, a pesar de que tanto su hermana Margarita como su marido Felipe apelen en varias ocasiones a la persona que conocieron, más agradable, más sensible, más fácil de querer, Isabel acaba escogiendo el deber y la responsabilidad que se le han impuesto. Aunque eso signifique, como sucede al final de la temporada, romper una promesa que le hizo a su padre y condenar a su hermana a la infelicidad, con todo el dolor que eso conlleva también para sí misma, con el fin de proteger a la Corona. Y con esa desagradable, pero meditada y firme decisión, Lilibet concluye su transformación y se alza como la reina Isabel II.
Las otras cabezas de la Corona
La Isabel II de Olivia Colman, en la cuarta temporada de The Crown
A pesar de que muchos asuntos de Estado y conflictos familiares exijan la atención de Isabel y la mantengan en primer plano, su arco más importante —y emocionante— se ha completado. En la segunda temporada, su recién adquirida estabilidad se ve comprometida por la crisis de su matrimonio. Pero con la llegada de la etapa Colman, más cínica y decadente, la oscarizada actriz pasa a interpretar —maravillosamente— a una Isabel II que ya no necesita adaptarse ni tiene voluntad de cambiar las cosas, una reina que no solo se ha resignado, sino que se ha acomodado en la frialdad e impasividad que exige su puesto. Por eso, la serie necesita nuevos protagonistas que nos den calor.
La princesa Margarita y el príncipe Felipe, que ya habían tenido mucho peso en sus tramas con la monarca, son los primeros personajes en tomar presencia de forma individual. De ella se exploran las secuelas que dejó su fallida historia de amor vedado, los celos hacia su hermana y la frustración que le ocasiona ser la segunda y no encajar en los rígidos moldes de la monarquía. Asistimos al nacimiento y al fracaso de su matrimonio, la vemos refugiarse en amantes, alcohol y ocio, sobrevivir a un intento de suicidio y buscar solución a sus problemas mentales.
Por su parte, con el consorte de la reina (en algunos de los mejores episodios que recuerdo) la serie viaja al pasado para conocer su trágica historia familiar y cómo esta moldeó su carácter, pero también reflexiona sobre su crisis de identidad. Felipe pierde, como apunta su anciana madre, “la fe”. La fe en la humanidad, en su propósito y en sí mismo.
Algunos miembros de la familia real
Pero si alguien ha recogido el protagonismo en esta última temporada, esos han sido Carlos y Diana. El príncipe heredero y su complicada relación con sus padres ya se habían introducido en Paterfamilias (2x09), cobrando importancia en la tercera temporada cuando los sentimientos de inferioridad y abandono del pueblo de Gales frente a Gran Bretaña sirven de espejo para reflejar la situación entre Carlos y la familia real. Su reticencia a perder su voz y su personalidad para convertirse en una figura más de la monarquía nos recuerda a la Isabel más joven (la reina, en cambio, le quita esas ideas con dureza). Sin embargo, al final su conflicto se parece más al de su tía.
El amor prohibido que se profesan Camila Parker Bowles y Carlos lo convertirá en un marido egoísta y cruel para la jovencísima Diana, que no está ni mucho menos preparada para adoptar los fríos modos de su nueva familia. Su complicada historia, que había generado mucha expectación, ha compartido muy dignamente el primer plano con la también muy interesante trama entre Margaret Thatcher y la reina.
Carlos y Diana en The Crown
Así pues, de la misma forma que la Corona se erige sobre la reina pero depende de muchas otras personas, The Crown se cimentó en la figura de Isabel para crecer luego hacia el protagonismo coral. Y lo ha hecho impecablemente, como todo lo demás. Es la serie que ha conseguido que los antimonárquicos nos enganchemos a la vida de la familia real británica, indagando en el lado más humano de una institución tan hermética y rígida. Y eso se debe, en parte y sin duda, a la complejidad de los personajes y sus dinámicas, de los que queremos ver mucho, mucho más, independientemente de quiénes sean en la vida real.
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Las cuatro temporadas de The Crown están disponibles en Netflix.