El nombre de Carlos Vermut no se ha popularizado por casualidad. Desde un cine oscuro e incómodo, que se siente distante y casi irreal, ha firmado con Mantícora su cuarto largometraje como director y guionista.
Vermut, que se ha abierto camino en su propio estilo de terror, consigue la casi imposible tarea de volver a sorprender con una cinta plagada de personajes complejos y ambigüedades morales. Sin lugar a dudas, Mantícora es una de las joyas del cine español de este año. Por eso, desde Milana no podemos hacer más que recomendarla en esta crítica totalmente libre de spoilers.
Julián es diseñador de monstruos para un estudio de videojuegos. Aunque se esfuerza por aparentar normalidad, el motivo por el que debe abandonar su piso y lo que le lleva a acercarse a Diana —una estudiante que se dedica a cuidar de su padre enfermo— es un oscuro secreto que le pesa dentro. Las pulsiones de Julián empañan su relación con Diana, haciéndola cada vez más oscura y compleja.
Mantícora es, al igual que las anteriores películas de Carlos Vermut, una película de un nicho muy particular del terror. Muy alejada del fantástico y con un tono demasiado particular para ser considerado thriller psicológico, Mantícora consigue el asombroso logro de incomodar y epatar sin llegar a enseñarnos en ningún momento lo que sugiere. Todo está encerrado en la profundidad: nada es lo que parece en Mantícora.
Fotograma de Mantícora
Una de las primeras sensaciones que recorren el cuerpo durante Mantícora —especialmente para los fans de Vermut— es que no nos encontramos frente a una película tan incómoda. Vermut no pierde el tiempo para hacernos entender dónde está la oscuridad de los personajes, ni para construir momentos y gestos concretos que nos erizan la piel en menos de un segundo. Y aún así, podría dar la sensación de que la película palidece en comparación con las anteriores del director, por tener una atmósfera menos opresiva.
Esto es, por supuesto, la impresión más superficial que puede causar una película como Mantícora. La construcción del oscuro relato de Vermut está tan anclada en su naturalismo fingido —igual que el de Julián— que es fácil perder de vista el fondo del asunto. No, la atmósfera de Mantícora no es asfixiante todo el rato, ni lo necesita. El valor indiscutible de la película reside en cómo pueden incomodarnos imágenes aparentemente inocuas cuando, de golpe, recordamos el trasfondo de lo que está ocurriendo. El dolor silencioso de la lucha continua que Julián libra contra sí mismo va mucho más allá del propio metraje de Mantícora.
Fotograma de Mantícora
Afortunadamente, el dúo de más que notables protagonistas se encarga de resaltar los momentos en los que todo tiene que salir a flote para hacernos sentir fatal en la butaca del cine. Los momentos en los que se acumula la tensión de Mantícora recuerdan en ocasiones a Titane (Julia Ducornau, 2021), no tanto en su historia como en la relación entre sus respectivos protagonistas: dos personas que, a pesar de (o gracias a) su oscuridad interna, encuentran consuelo el uno en el otro.
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Un último aspecto que resulta imposible no destacar de Mantícora es su cuidado final. Como no podía ser de otra manera, Vermut no piensa dejar que abandonemos la butaca sin tener el corazón encogido, así que termina el relato con el final más estomagante posible (en el mejor de los sentidos, claro). Las piezas se colocan, casi por sí mismas, con una delicadeza contraria a un clímax explosivo. Con apenas unos gestos y unas palabras, la relación entre Julián y Diana se expande y se consolida de la única manera posible, después de un silencioso descenso a los infiernos.
Mantícora está disponible en cines.
Ha despertado mi interés por verla. Buen artículo. Gracias.