Desgranando la escena de Jesse Plemons en ‘Civil War’: ¿Qué clase de americano eres?
Creo que en las próximas dos semanas nos esperan muchos pensamientos intrusivos con Jesse Plemons en Civil War (Alex Garland, 2024) preguntándonos qué clase de americanos somos. ¡Y yo qué sé! El tipo de americano al que no le vayas a pegar un tiro, si es que existe algo así. Afortunadamente no estamos en un Estados Unidos sumido en la Guerra Civil —como si su estado actual no fuese suficientemente aterrador— y nadie me está apuntando con un rifle, así que, después del susto, puedo pararme a recordar esa escena y preguntarme qué narices tiene para seguir quitándome el sueño.
Huelga decir que, si no has visto la película, se vienen muchos spoilers.
La esencia de una buena road movie
En una entrevista para Script Apart, Alex Garland nos cuenta por qué decidió construir la historia de Civil War a partir de una road movie. Un gran viaje como este no es una novedad en sus guiones: en Aniquilación un grupo de científicos recorren la peligrosa ‘Zona X’, en 28 días después unos supervivientes intentan llegar de Londres a Manchester, y, en el viaje más grande de todos, unos astronautas intentan en Sunshine alcanzar el centro de nuestra estrella solar. ¿Qué tienen de especial los grandes viajes?
Garland admite con admirable humildad que toma esas decisiones, sencillamente, porque es la manera más fácil de escribir. Hay que tener mucho talento para escribir un guion con una única historia lineal, como es el caso de Anatomía de una caída, la que admite que es su película favorita del año pasado.
«[…] con lo que terminas es con un claro hilo conductor y después una secuencia de set pieces. Y esas set pieces pueden variar mucho unas de otras. Pueden tener tonos completamente diferentes, localizaciones totalmente diferentes, pueden introducir un personaje que nunca vuelva a aparecer… y al final terminas con un conjunto de cortometrajes unidos fuertemente por un tema».
Esa es la clave de una buena road movie, las pequeñas historias que los personajes se encuentran en el camino. Desde los lunáticos de la gasolinera hasta un breve paseo por el bosque en llamas, cada pequeño «cortometraje» hace del largometraje una pieza heterogénea llena de matices, ideal para asomarse a un conflicto bélico tan complejo como el que plantea. La pregunta ahora es: ¿qué tiene el encuentro con Jesse Plemons para que nos haya marcado así?
Wagner Moura y Jesse Plemons en Civil War
El nacimiento de una reportera de guerra
Como dice Garland, esa escena casi funciona como un cortometraje, pero no podemos olvidar que forma parte de un todo. Se trata del punto más bajo de los protagonistas, un auténtico punto de inflexión en su viaje. Es aquí cuando la joven Jessie entiende de verdad que su papel como reportera no es un juego, que no puede solo fotografiar la guerra, sino que va a ser parte de ella y, sobre todo, que ese momento tan bestia, gateando entre cadáveres en una fosa común, le curte definitivamente como una heroína, como la reportera que se ha comprometido a ser.
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«La consagración», «el abismo», «la gran prueba», «la caverna transformadora», el momento crítico en el viaje del héroe que cada teórico llamará de una forma, pero que viene a decir siempre lo mismo: Jessie queda, definitivamente, curada de espanto. Conoce de primera mano lo que creía saber pero hasta ahora solo era capaz de mencionar: el horror de ser una reportera de guerra. Es por eso que si esta escena resulta sobrecogedora es por el espacio que ocupa entre las demás, lo que significa para Jessie y lo que nos revela Jesse Plemons sobre la guerra.
Cailee Spaeny al final de Civil War ya convertida en reportera de guerra
Civil War a través de los ojos de Jesse Plemons
Pero más allá de su papel en esta road movie, la escena de Jesse Plemons consigue transmitir una tensión absoluta que define a la perfección la identidad de Civil War. Y lo hace respondiendo a —o dejando sin respuesta— las grandes incógnitas de la película. ¿Qué ha provocado esta guerra? ¿Qué quiere exactamente cada bando? Según el propio Garland, hay suficientes pistas a lo largo de la película como para hacerse una idea, pero, igualmente, él prefiere centrar la mirada en otro lugar:
«Si el escritor entiende la secuencia de eventos en la narrativa, es capaz de dejar huecos. Porque los huecos que deje van a ser internamente consistentes, internamente lógicos, y el lector o el espectador será capaz de llenarlos con su imaginación».
Si Garland hubiera respondido a esas preguntas habría hecho, inevitablemente y en sus palabras, «una película demagógica». En su lugar, ha intentando construir un relato interactivo que dialogue con el espectador. Somos cada uno de nosotros los que construimos la historia de este personaje: ¿cómo ha llegado ahí? ¿A qué bando pertenece? ¿Pertenece a alguno acaso? Cada uno encontrará sus respuestas y ninguna nos dirá algo importante de Civil War. Porque lo importante es lo que Garland sí cuenta de este personaje y la manera en la que este vive pegado a la realidad americana.
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Reconocemos su patriotismo, su racismo, su fanatismo por las armas, lo vemos en los telediarios, en el asalto al capitolio, en las elecciones, en lo más profundo de un país totalmente desequilibrado. Lo peligroso de Jesse Plemons es que es de verdad, por eso no importa cómo ha llegado hasta aquí. Es en esta escena cuando sentimos a la vuelta de la esquina un conflicto que antes parecía quedar tan lejos.
Jesse Plemons y Cailee Spaeny en Civil War
Y qué mejor manera de presentarnos esa «clase de americano» que con el miedo. Un Jesse Plemons que se une al rodaje una semana antes y que calca, con su característica expresión calmada y contenida, la mirada impenetrable de un lunático al que es imposible anticiparse. Las gafas de sol, fiesteras e infantiles —y propuestas por el mismo actor—, que le dan el mismo toque maquiavélico que le daba aquel vaso de leche al psicópata de La naranja mecánica. La mancha de sangre en sus manos, sutil pero imposible de pasar por alto, que nos carcome por dentro: ¿de dónde demonios ha salido esa mancha? ¿Qué has hecho, Jesse?
Una tensión que se palpa en cada gota de sudor de los actores, grabados con teleobjetivos para que la cercanía de un equipo inmenso de rodaje no interrumpa el momento, y hasta permitiéndoles improvisar —aunque me resisto a pensar que esas cosas ocurren y no es el marketing tirando flores a los actores a costa del trabajo de los guionistas—.
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En cualquier caso, bravo por un diálogo y una tensión redondas, unas interpretaciones de Oscar, un Garland que se va por la puerta grande con la que es su última película como director, y una escena que ya forma parte de la historia del cine.
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