Hace unos meses hablábamos de las pioneras del cine español y de cómo fueron omitidas en los libros de historia, negándoles a las futuras cineastas la posibilidad de tomarlas como modelo. Y es que lo poco que sabemos hoy de su trabajo y sus logros ha visto la luz muy recientemente (hace solo dos años que conocimos a la primera española en dirigir un film sonoro). Por eso, demostrada ya de sobra la importancia de los referentes, hoy le dedicamos este artículo a las tres directoras de cine españolas cuyos esfuerzos sí pudieron, por primera vez, inspirar a la siguiente generación: las cineastas de la Transición.
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Pilar Miró, Josefina Molina y Cecilia Bartolomé coincidieron en la Escuela Oficial de Cinematografía en los últimos años de la dictadura (licenciándose Miró en Guion, y Molina y Bartolomé en Dirección). Desarrollaron una importante parte de sus carreras en la inquietud de un momento histórico crucial, en el que convivían la voluntad de evolucionar, la resistencia al cambio y el miedo a lo que eso pudiese provocar.
Una lucha aún individual
Fotograma de Función de noche, de Josefina Molina
Las tres directoras tuvieron que enfrentarse primero a la misoginia institucional franquista y, después, pese a los avances sociales de la Transición, a los recelos y la hostilidad de una industria —y un mundo— aún dominada por el hombre. Sin embargo, nunca intentaron unir fuerzas y derribar juntas esos obstáculos. El machismo les había impedido tener madres cineastas que las guiaran en sus carreras, y de alguna forma también las disuadió de buscar hermanas con las que compartir el camino. Al fin y al cabo, una de las grandes armas del patriarcado es educar a las mujeres como adversarias.
Así, Miró, Molina y Bartolomé buscaron solas las sendas para legitimar su trabajo, adaptándose o rebelándose al entorno hostil cada una a su manera. Pero las aportaciones de todas fueron importantes tanto para el enriquecimiento del cine patrio como para la lucha por la igualdad y la modernización.
Josefina Molina
Josefina Molina en un rodaje
«(…) mi discurso ha sido el de la libertad de iniciativa de las mujeres. (…) La libertad de manifestar nuestro punto de vista sobre el mundo en que vivimos, a través de nuestra obra».
Efectivamente, ese fue un tema clave en la extensa producción cinematográfica, televisiva y teatral de Josefina Molina. Desde que empezara a trabajar en la Segunda Cadena de TVE en el 66, se dedicó a contrarrestar, con sutileza pero constancia, la ideología patriarcal, el papel pasivo de los personajes femeninos en el audiovisual o la visión hegemónica —masculina— que se ofrecía de ellos. Pero también reflexionó sobre su época, sobre la libertad y la democracia, a menudo adaptando obras a nuevos contextos históricos para hablar del presente.
Uno de sus trabajos más reseñables es el documental Función de noche (1981). Encerrados en un camerino, los actores Lola Herrera y Daniel Dicenta, que eran expareja y se representaban a sí mismos, hablan sobre su matrimonio, sus hijos, sus carreras, sus vidas. Molina convirtió a Lola en el eje de la trama y, a través de ella, de sus contradicciones y sus reflexiones sobre sí misma, retrató a toda una generación de mujeres que, educadas en la dictadura, aún no habían tenido la oportunidad de expresarse y de ser escuchadas. Pese a la atemporalidad de los temas que trata, apostar por poner en el foco en la libertad, la autonomía y la realidad de la mujer no fue casual en plena Transición.
Josefina Molina fue una de las fundadoras de CIMA y hoy es su presidenta honorífica.
Cecilia Bartolomé
Cecilia Bartolomé rodando en la EOC
«Hay formas de que no se vea una película sin necesidad de prohibirla».
De eso, y de censura pura y dura, sabe mucho Cecilia Bartolomé. Sus películas han sido siempre transgresoras en forma y en temática, y por eso son también mucho menos numerosas y conocidas que las de sus compañeras. Bartolomé nunca tuvo ningún reparo en llenar su cine de protesta, de reflexiones incómodas, de ideas feministas y modernas. La libertad creativa y narrativa con la que abordaba sus trabajos, aún en el franquismo, la condenó al silencio.
En 1969, su proyecto —suspenso— de fin de carrera, Margarita y el lobo (1969), fue censurado y llevó a la autora a las “listas negras” del Ministerio de Cultura franquista, impidiéndole rodar durante varios años. Incluso intentaron destruir los negativos de este mediometraje musical que habla con humor y sin tabú alguno del divorcio, el adulterio, la libertad, la felicidad o la situación de la mujer.
Fotograma de Vámonos, Bárbara
Ya en el 77, su road movie Vámonos, Bárbara se considera el primer largometraje feminista español. Con la premisa de una mujer que abandona a su marido y se va de viaje con su hija, volvió a rebelarse contra las convenciones narrativas y contó a la vez las historias de una persona y un país que buscan su identidad. Pero el documento fundamental de la Transición no es este, sino su documental —dirigido junto a su hermano— Después de (1983), que retrataba las sombras y las contradicciones del periodo, contrastando la información oficial con la opinión de la gente y lo que se veía en las calles. Pese a estar en democracia, el permiso para el estreno tardó tres años y se hizo en un lugar pequeño y apartado.
El valioso trabajo de Cecilia Bartolomé ha sido ignorado durante décadas. Este mismo año, la directora ha recibido el Premio Feroz de Honor.
Pilar Miró
Pilar Miró en un rodaje
«De haber sido yo el señor Miró, nadie hubiera hablado de mis calzoncillos».
Eso dijo Pilar Miró al ser forzada a dejar la dirección de RTVE con la endeble acusación de haber gastado mucho dinero en vestuario. También la rodeó la polémica cuando, como Directora General de Cinematografía, impulsó el decreto conocido como Ley Miró (que favorecía la calidad del cine producido en España sobre la cantidad). Y, en general, durante toda su carrera.
La cita resume bien el examen y el juicio continuos a los que se sometió a Miró desde que empezara, no sin gran esfuerzo, a realizar en televisión. Quizá por eso puso siempre tanto empeño, perfeccionismo e intransigencia en su trabajo, y es la más conocida de estas tres directoras. No estaba dispuesta a renunciar al reconocimiento que se había ganado.
Fotograma de El crimen de Cuenca
Experimentó con diversos tonos y enfoques, se volcó personalmente en todas sus películas y eligió retratar a menudo a personajes femeninos complejos y de cierta “maldad”, que se alejaban de los valores femeninos del modelo franquista y se equiparaban al hombre, también en su “oscuridad”. Tampoco huyó de temas delicados: El crimen de Cuenca (1980) un film basado en hechos reales que tuvo gran éxito, fue incautado por analizar la tortura que llevó a dos pastores a confesar un crimen no cometido. La propia Miró se enfrentó a un juicio por injurias a la Guardia Civil (solo un año antes, recordemos, del intento de golpe de Estado de Tejero).
Tras 9 películas y más de 200 realizaciones televisivas, su carrera, cada vez de mayor calidad, se interrumpió con la prematura muerte de la directora, que acababa de ganar 7 premios Goya con El perro del hortelano (1996).
Muy interesante, Lucía.