Hace 10 años se estrenaba en España El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011). La película no dejó indiferente a nadie. Ganó la Palma de Oro en el festival de Cannes, pero muchos la acusaron de aburrida, incomprensible y pretenciosa. Es más, en un cine de Cornellá, repartían con la entrada el siguiente aviso:
«Si la película le resulta aburrida, por favor no moleste a los demás y salga antes de transcurrir 30 minutos. Le daremos gratuitamente una entrada para cualquier otro título»
Es verdad que El árbol de la vida es una película que nos pide un esfuerzo, nos pide que mantengamos la atención sobre una historia que, por momentos, parece que no avanza, en la que se entrecruzan imágenes sobre el origen del universo, dinosaurios y voces en off con tono solemne. ¿Pero merece la pena el esfuerzo? La respuesta a la pregunta es lo que separa a los que la consideran aburrida y los que la consideran una obra maestra.
«Hay dos maneras de vivir la vida: la de la naturaleza y la de la gracia. Y tienes que elegir cual de las dos vas a seguir»
Fotograma de El árbol de la vida
Una de las cosas que más me gusta hacer al acabar de ver una película es pensar de qué va, en pocas palabras, porque normalmente en una frase podemos decir qué cuenta. Quién es el protagonista, qué le pasa, cuál es el conflicto, el objetivo… Otras veces, con el cine más experimental o menos narrativo, es más difícil.
Al acabar El árbol de la vida se me venían muchas ideas, pero ninguna era precisa sobre lo que realmente es la película. Porque lo que pasa con El árbol de la vida es que va sobre la existencia. Y la existencia es tan amplia, tan inabarcable, que es inevitable contarla desde el sesgo y la total subjetividad. En la película de Malick no hay un protagonista que lucha contra un antagonista: la existencia es la única fuente de placer y de dolor. Habla de una madre que ha perdido a su hijo y busca respuestas en Dios, y de un hijo que perdona a su padre pero vive desconectado de su pasado, de su familia y de la naturaleza. El verdadero conflicto está entre lo terrenal, la naturaleza, lo que percibimos a través de los sentidos, y lo espiritual, los sentimientos, lo que le da sentido a la vida.
Fotograma de El árbol de la vida
Los grandes angulares, los movimientos lentos, picados y contrapicados, el cielo, las nubes, un personaje que aparece y desaparece del cuadro, las palabras de una madre, los gritos de un padre, el abrazo de un hermano... todo lo que Mallick nos enseña le da a la película un halo misterioso que hace que parezca un recuerdo. Porque cuando recordamos algo, no lo recordamos con nitidez ni claridad; recordamos imágenes sueltas, que se combinan unas con otras. Volvemos hacia delante y hacia atrás sin tener muy claro qué fue antes y qué fue después. Es lo que hace El árbol de la vida, como si Terrence Malick hubiera querido volcar sus recuerdos en una película, pero sin ordenarlos, intentando transmitirlos según pasan por su mente.
«Ayudaos entre vosotros. Amadlo todo. Cada hoja, cada rayo de luz. Y perdonad.»
El árbol de la vida también nos habla de Dios y de cómo cada miembro de la familia lo siente y lo hace suyo de una forma diferente. Habla de unos padres que le preguntan por qué ha muerto su hijo, dónde estaba y por qué permitió que eso pasara. Una madre que llega a cuestionarse su propia fe, pero que acaba entendiendo que no puede encontrar respuestas, pero sí consuelo en la naturaleza, en el tacto de las manos con la hierba y los árboles, de los pies con el agua. Y un hombre que conoce a Dios gracias a su hermano, gracias al perdón, y acepta de dónde viene: no sólo de su madre y de su padre, sino de la propia evolución del universo.
Fotograma de El árbol de la vida
El verdadero valor de esta película es que es difícil hablar de ella en términos exclusivamente cinematográficos. Porque aunque Malick sepa manejar con precisión las herramientas del cine y nos esté contando una historia, El árbol de la vida es una película que atraviesa a las personas que le dan una oportunidad. Se sale de la pantalla y los planos angulares se quedan en nuestra retina no tanto por lo que nos han contado, sino por lo que nosotros hemos sentido — y recordado — al verlos. Y, a pesar de todo, El árbol de la vida es una película optimista. No busca respuestas porque sabe que no las va a encontrar, así que nos invita a disfrutar del viaje, a perdonar y a apreciar la belleza de la película, de la naturaleza y de la vida.
¿Dónde puedes verla?
El árbol de la vida está disponible en Prime Video.