Tras una primera secuencia oscura y violenta que augura un clímax a la altura, Julio Blanco nos da la bienvenida a su fábrica de balanzas, a su vida (que es casi lo mismo) y a El buen patrón (2021). Y si digo que nos da la bienvenida, que es él quien nos invita a entrar, es porque la película es suya.
En pantalla, claro. Detrás de cámaras, el director y guionista no es otro que Fernando León de Aranoa, un cineasta por cuya mirada social e incisiva, lo confieso, siento cierta debilidad. Lo conoceréis por las tempranas Familia (1996) y Barrio (1998), o la última, Loving Pablo (2017). Pero sobre todo por la conmovedora Los lunes al sol (2002), a la que El buen patrón parece regresar ahora para mostrarnos su reverso: las miserias del desempleo frente a las del empleo, la conciencia de clase que se extingue, el obrero maltratado y el jefe que maltrata.
Esta ácida comedia que va a representar a España en los Oscar, decía, es de Julio Blanco. Es el absoluto y fascinante protagonista, uno muy activo y ajetreado que hace, deshace y manipula todo a su alrededor, desde las vidas de sus empleados hasta, da la sensación, el propio largometraje. Él es de los que decide y dispone, de los que se ha ganado estar en el centro y arriba, y, por supuesto, no será menos en su película.
Fotograma de El buen patrón
El principio de incertidumbre
Cuando Blanco trata de explicarle a su becaria el principio de incertidumbre de Heisenberg, ella lo traslada al comportamiento humano, que se modifica constantemente en función de la situación o la persona a la que se enfrente uno, de forma que es imposible para cualquier individuo conocer la verdadera esencia de su interlocutor.
No es una conversación casual, obviamente, como nada en el guion de Fernando León. El patrón es camaleónico y sabe muy bien adaptarse a su entorno para obtener el máximo beneficio. Hay un Julio Blanco para cada situación. Puede ser un amigo fiel y preocupado, o un consejero matrimonial. Es un marido respetuoso, sereno e intachable para su mujer. Es un hombre moderno pero experimentado, seguro y divertido ante su becaria, y un padrino protector y exigente, en el mejor de los sentidos, de cara a los padres de ella. Puede ser una figura respetable y generosa, pero intocable, para su empleado Fortuna, o un aliado con cierto peligro para el alcalde. Y, por supuesto, un hombre "hecho a sí mismo" del que dependen muchas personas.
Lo que más importa es la imagen pública: la suya y la de su empresa, que es candidata al premio a la excelencia empresarial. Por eso se asegura de hacerla ver integradora, feminista, familiar. Y se desvive por parecer un jefe cercano y comprensivo, genuinamente preocupado por sus trabajadores. Siempre encontrará buenas palabras, o alguna historia nostálgica y conmovedora a la que recurrir.
Fotograma de El buen patrón
Entre tanta interpretación, ni siquiera nosotros somos capaces de eludir del todo el principio de incertidumbre, no podemos saber cuál de sus sonrisas es un poco más real o cuánto hay de verdad en un abrazo a su mujer. Pero sí es el espectador, desde luego, quien más se acerca a conocerlo de verdad, el que ve todas sus facetas, el único que está ahí para mirarlo a través del espejo cuando se abre una grieta en su fachada.
Trucar la balanza
Entonces, ¿quién es Julio Blanco? Lo que sabemos con absoluta seguridad es que tiene un objetivo muy claro (conseguir el premio a la excelencia empresarial y, entre tanto, asegurarse de que su universo de apariencias no se deshaga en cuestión de días) y que está dispuesto a todo para conseguirlo.
A Blanco le ha tocado algo más de poder que a los demás, lo que le lleva a considerarse superior y actuar como tal. Sus trabajadores son, dice, los hijos que no tuvo, así que él adopta las responsabilidades y los privilegios de un viejo padre de familia. Es un rey en su pequeño reino, siguiendo los movimientos de sus empleados desde su despacho en las alturas: siempre por encima, que nadie lo olvide. Pero no tiene problema en mezclarse con ellos y mancharse las manos, no trabajando, sino traspasando todos los límites y enredando una y otra vez, hasta hacer una asfixiante maraña, la vida laboral y personal de sus empleados.
Imagen promocional de El buen patrón
Su experiencia le dice que si quiere algo, lo tendrá; siempre con esfuerzo y sacrificio, que “nadie le ha regalado nada”. Blanco quiere su premio, y lo tendrá, aunque haya que trucar la balanza —con una bala si es preciso—. No tiene reparos en manipular, mentir, negociar con sentimientos, chantajear con una sonrisa, utilizar a otras personas o, en última instancia, recurrir a la violencia física.
Pero aunque Fernando León lo lleve al extremo —es una parodia, al fin y al cabo, aunque asuste lo mucho que se acerca a la realidad—, lo construye de forma que, a veces, nos sorprendemos comprendiendo sus razones, admirando su carisma o buscando comprobar cómo su lista de recursos para salir del paso se revela inagotable. Su completa falta de escrúpulos lo hace, según avanza el filme, cada vez más despreciable. Pero no es fácil escapar a su magnetismo (culpa, en parte, del deslumbrante trabajo de Javier Bardem).
«Esfuerzo, equilibrio y fidelidad»
Fotograma de El buen patrón
«Esfuerzo, equilibrio y fidelidad» es el lema de la empresa de básculas, lo que el jefe querría obtener de sus trabajadores. En cierto modo, lo consigue. Porque el que Julio Blanco sea, como decíamos, dueño y señor de El buen patrón, se lo debe también a quienes le rodean.
Por un lado, aunque Fernando León tiene un protagonista claro, no deja atrás a ninguno de sus otros personajes. Como haría Berlanga, los cuida, los llena de contradicciones y de vida, expone sus miserias sin dejar de quererlos e ilustra a través de ellos toda una sociedad. Y son ellos los que, dramáticamente hablando, sirven y encumbran al personaje principal, de la misma forma que un jefe se sostiene sobre sus trabajadores.
Pero también es el entorno de Blanco el que propicia, dentro de la historia en sí, que su ego y su ambición se lo coma todo. La falta de acusación le permite seguir avanzando hacia lugares abominables. Y, especialmente, la extinción de la conciencia de clase le deja el camino limpio. No solo las relaciones con el jefe están emponzoñadas, también lo están las relaciones entre trabajadores. El grupo era un refugio en Los lunes al sol, aquí todos juegan solos. Al final, poco importa que José se manifieste incansablemente frente a la fábrica, que Khaled desafíe la falsa familiaridad de Blanco o que Liliana, la becaria, le gane en su propio juego: son pequeños desafíos aislados que no pueden cristalizar en una victoria colectiva. El triunfo de la competitividad, el individualismo y el egoísmo es el caldo de cultivo perfecto para que Blanco haga y deshaga a su antojo. Y eso, en esencia, es El buen patrón.
Fotograma de El buen patrón
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