Elías León sobre ‘El circo de los muchachos’: «Vivimos de los relatos que nos hacemos»
La Ciudad de los muchachos nacía en Ourense hace más de sesenta años, sobreviviendo inexplicablemente a una dictadura franquista y al yugo de la iglesia católica. Se trataba de una ciudad —Benposta (Bien puesta, en castellano)— donde niños y niñas de todo el mundo vivirían juntos y tendrían la oportunidad de estudiar, aprender un oficio e, incluso, montar un circo. Tenían su propia moneda, pasaporte y sistema de gobierno, un oasis autogestionado en un país liderado por el fascismo y un espectáculo circense que conquistaría el globo entero: Nueva York, Japón, Francia, Colombia… Y al frente de semejante invento, un hombre: el Padre Silva.
El ganador del Goya Elías León Siminiani estrenaba en Cineuropa la miniserie documental El circo de los muchachos (Prime Video), una magnífica retrospectiva de las luces y las sombras que acompañaron a este proyecto mastodóntico. Allí tuvimos la oportunidad de charlar con el director y hoy, cuando llegan los cinco capítulos a la plataforma, compartimos con vosotros el resultado.
Por dónde empezar
El reto de una documentación histórica es encontrar las pocas fuentes que no se hayan perdido en el tiempo, pero cuando hablamos de historia contemporánea el problema es otro. Un mar de grabaciones domésticas, imágenes de más de 15 televisiones, formatos de vídeo inexistentes… Y ante todo, la gran dificultad de enfrentarse a una historia tan polémica: la coherencia. «Donde en un medio encontrabas una información, en otro encontrabas la contraria», nos cuenta Siminiani. El objetivo era construir una cronología, «un esqueleto del que tiraría, por un lado la narrativa, y por otro la búsqueda de archivo».
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Así fue el trabajo de todo un equipo durante meses hasta conseguir una base de datos propia en la que encontrar cualquier testimonio, personaje, conflicto o escenario con un solo click. Pero después de aprender a navegar en ese mar de archivos, lo que tenían era solo «una mirada de dron sobre la historia». Lo que había que hacer era construir un relato.
Fotograma de El circo de los muchachos | Prime Video
El guion de un documental
Junto al asesor de guion Pepe Coira (Rapa, Hierro), León Siminiani y Juan Alba fueron dando forma a todo este archivo, pero, asegura el director «el guion se construye en montaje. […] Una de mis grandes reivindicaciones cuando hago series documentales es que los montadores tengan crédito de coguionistas». Está en sus manos —la de los seis montadores que pasaron por este proyecto— la tarea más difícil: darle unidad a esa selva de archivos con la que se encontraron.
¿Y qué unidad se mantiene entre los mil viajes, historias y conflictos que rodean al Padre Silva? Así se lo explicaba León Siminiani a su director de foto: «No es un batiburrillo, es el paso del tiempo. […] La unidad es que todos tenemos en mente que las personas crecen».
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Por eso el documental evoluciona, crece, madura y envejece de la misma forma que lo hace el Padre Silva y su Ciudad de los muchachos. Y así lo hace también el narrador, el gran pilar que sostiene la estructura del documental. «Es de las cosas con las que más contento estoy, la idea de un narrador vivo».
Es la voz de un niño la que nos guía en el primer capítulo, representando a todos esos muchachos y muchachas que pasaron por el circo. La de un adolescente después, y la de los propios periodistas e investigadores en la última etapa, la más polémica, política y adulta de todas. Tanto el narrador como el tono del documental maduran igual que lo hicieron esos muchachos.
Fotograma de El circo de los muchachos | Prime Video
Esto último, por otro lado, es algo común al resto de películas de Siminiani: la presencia de los propios realizadores, sus miedos, debates y avances, en el propio documental. «En los documentales siempre me ha parecido que a veces los procesos eran casi más elocuentes respecto a lo que se estaba contando que el propio contenido».
Un grupo de investigación que toma protagonismo delante de la cámara y que, una vez construido el relato, se enfrenta a la parte más humana, delicada y reveladora de esta historia: las personas que vivieron en sus carnes la Ciudad de los muchachos.
El circo de los muchachos 60 años después
Siminiani no se limita a recoger los testimonios, sino que la propia existencia de este documental supone un capítulo más en la historia de Benposta. Genera encuentros entre los afectados que nunca se hubieran producido, hace evolucionar el debate sobre el Padre Silva y ayuda a sanar las heridas. Si dentro de veinte años hicieran otro documental sobre la Ciudad de los muchachos, esta miniserie sería un episodio más.
«Tenía claro que había que intentar juntarlos. Había que intentar que hubiera encuentros. […] Ellos nacieron desde lo asociativo, desde la asamblea. La serie tenía que tener algo de eso».
El Padre Silva y los muchachos durante una votación
Pero, ¿cómo ganarse la confianza de toda esa gente? ¿Cómo convencerles de abrirse ante una cámara, de hablar de lo que para muchos, a día de hoy, es una herida abierta? León Siminiani tiene clara cuál es la base de cualquier relación entre un documentalista y los protagonistas de su proyecto: la confianza. Y para eso necesitas tiempo. «Lo más importante es el tiempo, tener mucho tiempo con las personas antes de grabar el documental».
Y ahí, reconoce el director, ha tenido la suerte de contar con un presupuesto y un equipo que le permitieron dedicar los meses necesarios tanto a su relación con los entrevistados, como a ese exhaustivo proceso de documentación. Algo que, desgraciadamente, no suele suceder.
«Creo que en general hay bastante desconocimiento de las dinámicas de la no-ficción y se suele mirar por encima del hombro, incluso a nivel de presupuesto».
Ahora bien, una vez te plantas con un archivo inmenso pero bien organizado y una confianza trabajada con los protagonistas, llega el siguiente gran melón: contar la verdad.
Grabar la verdad
«Una cosa es el mapa que tú tengas y otra cosa son las entrevistas. Las personas cuentan su historia como la recuerdan. O como la quieren recordar. La memoria es frágil por sí misma y al mismo tiempo hay una intención sobre ella. Eso quiere decir que hay gente que olvida y es imprecisa. Hay gente que recuerda mal. Hay gente que recuerda mal adrede».
Pancracio y Naranjita en El circo de los muchachos | Prime Video
Es decir, si te acercas a una historia a través de los personajes que la vivieron puede que no obtengas una conclusión lógica, veraz y completa. «La memoria es selectiva, pero también es humana. Nosotros vivimos de los relatos que nos hacemos. En cualquier historia amorosa que hayas tenido, el relato que harías de ella cuando se terminó era uno, y ahora sería otro. Y seguramente no coincidirá». Y da igual qué relato escojas, nunca será un reflejo real de lo que pasó. Y eso es precisamente lo que le importa a Siminiani.
«Yo cuanto más mayor me hago, más me importa la fragilidad de la memoria humana. […] Me parece que es una cosa fascinante».
Lo que nos encontramos entonces es un acercamiento a la historia desde un punto de vista humano, y por lo tanto errático. Pero también capaz de plasmar algo de verdad, tal vez no una verdad histórica, pero sí una emocional. Y esa es una decisión difícil. Al Padre Silva le llegaron a tachar tanto de mesías como de pedófilo. ¿Cómo acercarse a un personaje así sin pretender buscar una única verdad, un juicio de valor sobre el cura, o un posicionamiento en esa guerra civil que se libró en los últimos años de la Ciudad de los muchachos.
«Esto es un poliedro. Cuando me hacen entrevistas, una cosa que me sorprende es que todo el mundo me pide lo mismo, y es un juicio sobre el cura. ¿Pero este tío era bueno o era malo? ¿Lo tenemos que mirar como alguien visionario o como hijo puta? Pues lo tienes que ver como las dos cosas. Porque es un tío contradictorio, lleno de aristas. Y así es el ser humano. Vivimos en una época en la que el juicio siempre va por delante. Alguien tiene que ser siempre un hijo de puta, o un héroe… Y eso es muy pobre».
Eso, según Siminiani, ha sido lo más complicado: la balanza entre todas las posturas. Darle voz a todas las personas que lo vivieron —por naturaleza contradictorias e incongruentes— y dejar que seamos nosotros quienes extraigamos de ellos un atisbo de verdad. «El espectador no es tonto […], hay que dejar que saque sus propias conclusiones»
«La gente quiere respuestas rápidas y rotundas, pero lo siento mucho, la vida no es así».