El 9 de junio llega a las salas ‘Alma Viva’ (2022), ópera prima de Cristèle Alves Meira. Hablamos con la directora sobre ficción, brujería y naturalismo.
Este 9 de junio llega a las salas Alma Viva, ópera prima de Cristèle Alves Meira que debutó en la Semana de la Crítica de Cannes (2022). Hablamos con la directora franco-portuguesa, que ya cuenta con varios documentales y cortometrajes (como Campo de Víboras o Tchau Tchau) y que da el salto al largo de ficción con un retrato naturalista y mágico. La película, que ha ganado el premio a la Mejor Nueva Dirección en la última Seminci, fue elegida como candidata de Portugal a Mejor Película Internacional para los premios Oscar. Más recientemente, también ha triunfado en los galardones de la Academia de Cine Portuguesa, obteniendo seis premios Sophia. Distribuida por Paco Poch Cinema, esta coproducción entre Francia, Portugal y Bélgica está protagonizada por Lua Michel (la propia hija de la realizadora), Jacqueline Corado, Ana Padrão, Duarte Pina, Ester Catalão, Sónia Martins, Martha Quina y Arthur Brigas.
Una tragicomedia con tintes autobiográficos y naturalistas
Alves Meira, que antes de ser directora ya era actriz, demuestra su sensible tacto a través de un elenco que mezcla actores profesionales y no profesionales. Entre ellos, su hija, que protagoniza esta historia con apabullante delicadeza. Tanto, que la directora afirma que «la personalidad de cada actor influyó en la de su personaje».
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Salomé (Lua Michel) es una niña que pasa el verano con sus tías y primos en la región portuguesa de Tras-Os-Montes. A falta de amigos de su edad, se refugia en la conexión que mantiene con su adorada abuela (Ester Catalão) –que practica rituales de brujería– hasta que esta muere de forma inesperada, desatando consecuencias tanto dentro como fuera de la familia. Dentro, por las confrontaciones en cuanto a la herencia; y fuera, por las acusaciones del pueblo temeroso. Así, el peso narrativo recae sobre los personajes femeninos, unidos por una sororidad más fuerte que sus circunstancias. Salomé se verá obligada a convertir la muerte en aliada y no en enemiga, resultando en un emotivo final bajo una lluvia redentora. Como dice uno de los personajes: «los vivos cierran los ojos a los muertos, y los muertos abren los ojos a los vivos»
La directora, acompañada de su hija y actriz
Dentro de esta tragicomedia hay influencias autobiográficas, empezando por el hecho de que, desde niña, Alves Meira ha tenido un estrecho contacto con la brujería. La propia directora explica que utilizó «recursos propios del documental»: «El decorado es autobiográfico, porque es mi pueblo y es la casa de mi abuela. También la disputa familiar. Pero es ficción, aunque se incluyen sensaciones autobiográficas». Eso sí, la directora no esconde que el rodaje estuvo lleno de sobresaltos: «introducirse en la brujería no está exento de peligro».
La película destaca por desdibujar la línea entre realidad y ficción. Es decir, mantiene un tono muy naturalista a la vez que incluye elementos de lo fantástico, alcanzando un realismo mágico que está presente en toda la cinta. El cuidado naturalismo de la escena —fotografía de Rui Poças— acompaña con un tono velado la imagen, contribuyendo a aumentar la sensación de misterio. Además, se hace con una luz muy pura y a la vez estética, que recuerda a los trabajos de los hermanos Dardenne (Dos días, una noche; El niño).
La observación de lo ordinario como extraordinario
Desnudando la dicotomía entre el mundo adulto y el de Salomé, lo importante en este filme reside en la mirada de la niña, observadora de un mundo indiferente a su inocencia. Unos ojos que, como los de Ana Torrent en las películas de Saura, tratan de descifrar aquello que no llegan a entender del todo y que, sin embargo, comprenden mejor que el resto. La directora resalta esta comparación, afirmando que «con Cría cuervos (Saura, 1976) hay una relación muy directa, porque es la infancia, el mundo imaginario. Y también con Kiarostami, indirectamente, porque hace realidad la ficción, con un naturalismo muy controlado». Al igual que este último, Alves Meira consigue hacer de lo ordinario algo extraordinario. Para ello, «dejé espacio a lo aleatorio o imprevisto. Por ejemplo, con los animales, o el uso de planos largos, que permiten que pasen más cosas. Lo imprevisto es lo extraordinario, aunque haya un control».
Las actrices, Ester Catalão y Lua Michel, en un fotograma de la película
Así, la cámara ofrece el punto de vista de Salomé, influenciado por un elemento clave: la magia negra. Esta simbología, que atiende tanto a religión como a brujería, está especialmente presente en la figura de la abuela, que traslada esta tradición o don a su nieta, llegando a poseerla una vez muerta. Pero Salomé, aunque tenga miedo, no es vulnerable. Mientras avanza en solitario, su visión del mundo está influenciada por el vínculo que mantiene con lo oculto. Temas como el odio, la emigración, la violencia, la culpa o el dinero contribuyen a este estudio humanista e incluso antropológico, donde el campo y la familia son el eje de la vida. Como dice la directora, «es una crítica tierna, que explica unas dificultades banales. Lo que queda por encima es la ternura de la historia».
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Con todo esto, la directora trata al espectador como parte activa. En vez de dar explicaciones concretas, termina por dejar al público «la opción de escoger la interpretación realista o la mágica». Por ejemplo, sobre si la protagonista está poseída o es sonámbula, o el motivo de la muerte de su abuela. Y, aunque se trate de una tragicomedia, encontramos un ligero terror muy dosificado con la música. «La brujería estremece tanto como fascina. Hay un equilibrio ahí. Por eso trabajé con la música, junto al gran compositor Amin Bouhafa, sin perder la esencia de la película. Y aunque es una niña que tiene miedo, no es una película de terror, porque quiere a su abuela». Así, desde el guion hasta la puesta en escena, se encuadra un subtexto capaz de contar mucho con pocos elementos.
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