Aunque no busquemos lecciones de historia en la pantalla, la falta de rigor tiende a generar controversia cada cierto tiempo.
Hace no pocas semanas, navegando en el pozo de sabiduría eterna e incuestionable de Twitter, me topé con una pregunta que se me ha quedado clavada hasta ahora en la cabeza: “¿Le gustaría a Cristina la Veneno lo que han hecho los Javis con ella en su serie?” (Lo que la autora del tuit se respondía a sí misma me lo reservo para más tarde). Un poquito más cerca en el tiempo, la pregunta fue reformulada a los Javis en la 26ª edición de los premios Forqué. El asunto de fondo es algo que creo que todo el mundo que se haya plantado delante de un biopic se ha preguntado alguna vez: ¿Qué pensaría Freddy Mercury de Bohemian Rhapsody (Bryan Singer, 2018)? ¿Y Alan Turing de The Imitation Game (Morten Tyldum, 2015)? ¿Le gusta a Isabel II lo que ve en The Crown (Peter Morgan, 2016 - )? Y de aquí al meollo del asunto: ¿hasta qué punto necesitamos como espectadores que la pantalla nos muestre las cosas tal cual sucedieron?
Fotograma de Veneno (ATRESplayer)
La Verdad y la verdad
Aquí es donde la cosa se complica, porque para escribir un biopic no basta con trasladar los hechos reales a la pantalla. No funciona, porque la vida no tiene el ritmo de una serie de televisión, ni las personas tenemos arcos de transformación (al menos no siempre). Nuestras vidas pueden contener drama, pero no son dramáticas. Entonces, ¿qué pasa? Parece que los Javis, Peter Morgan o Graham Moore tienen que recurrir a ese acto violento que todo amante de La Verdad odia con toda su alma: deformar y corromper la realidad para ponerla al servicio de otra cosa. Una cosa que no es ni la divulgación histórica ni el saber por el saber. Como espectadores tenemos dos opciones: olvidarnos de nuestros prejuicios y conocimientos previos sobre la vida o la época que retrata la ficción, o sufrir por cada imprecisión histórica que capte nuestro radar.
The Crown (Netflix) abre espacio para ficcionar lo especulable
Para qué sirve el cine, o qué buscamos cuando nos sentamos a ver una película o serie son preguntas cuya respuesta depende de innumerables variables. Lo que yo busque y encuentre a la hora de ver Veneno probablemente difiera en gran medida de la experiencia de una persona trans, o alguien cinco años más joven que yo. Lo que no difiere es el punto de partida: los Javis toman como base la vida de Cristina Ortiz para contar una historia. Sin embargo, la historia que alguien, o un equipo de álguienes, se ha propuesto contarnos probablemente no haya buscado ser un reflejo de la realidad que retrata. Dicho de otro modo: para contar Veneno no hace tanta falta la documentación histórica (que también) como tener una verdad emocional, nuclear y básica, a partir de la que se articula toda la narración: el dolor de una persona que, por el mero hecho de existir, es expulsada de su familia y se convierte en el alimento de la bestia mediática.
Es esta verdad, en el caso de Veneno, la que converge tanto en nuestra realidad como en la de la serie, y al tratarse de una narración ficticia es, en mi opinión, la única que de verdad importa, porque es la que nos hace conectar con el personaje, y hacernos saber un mínimo de la persona, aunque esté contextualizado en un marco de imaginativas soluciones dramáticas.
Una cuestión de responsabilidad
¿Significa esto que no le debemos ningún respeto a los hechos reales en los que se basan nuestras historias? Si toda la realidad de un personaje o una época es susceptible de ser distorsionada, ¿dónde acaba el retrato y empieza el uso de un nombre como marca? ¿Por qué no, para contar Amadeus (Miloš Forman, 1984), nos inventamos un nuevo músico, en lugar de arrastrar la historia de Mozart por el fango? Cierto es que, si bien creo que un biopic no tiene por qué tener un anclaje férreo en la realidad, sería ingenuo pensar que la forma en la que representamos personajes y acontecimientos históricos no moldea en cierto modo la imagen que tenemos de ellos. Si no conoces la historia de Cristina Ortiz, o no te marcó en su momento (debo reconocer que hasta el estreno de Veneno no era consciente de su importancia en la cultura popular española), es fácil dejarse llevar y asumir que lo que cuenta la serie es, sencilla y llanamente, lo que ocurrió. Sin matices.
Veneno (ATRESplayer) habla de Cristina Ortiz y de nuestra relación con su verdad
Quizá la parte más importante en este asunto sea quién tiene la responsabilidad de mantener viva la memoria real de las personas cuyas vidas se adaptan a la pantalla. Una de las razones por las que he empezado hablando de Veneno es precisamente porque esta cuestión es uno de los pilares dramáticos y argumentales de la ficción. ¿Es suficiente conectar con el dolor de Cristina para saber quién fue realmente? No, pero eso no desluce que se la haya reivindicado, después de tanto tiempo, como persona en lugar de juguete roto de la televisión. Puede que como espectadores debamos restar un poco de peso sobre los hombros ajenos y dejar de asumir que a la Veneno no le gustaría Veneno por ser, exactamente, lo que pretende ser. Quizás esa usuaria de Twitter tenga razón, pero a lo mejor es hora de que aprovechemos el interés que generan estas historias e indagar, por nuestra cuenta, en lo que nos fascina de su narración, y qué pasó en realidad, si es que ese es nuestro interés.