Constantemente denostadas y despreciadas por parte del público y de la crítica, las películas de terror siguen siendo, en general, calificadas de “malas películas”. Pero el terror existe desde que existe el cine. Algunas de las primeras películas buscaban desconcertar e incluso asustar al público, como El esqueleto feliz (1898), de los hermanos Lumière, una extraña mezcla entre terror y comedia, o La casa embrujada (1907), del español Segundo de Chomón. Hoy en día estamos curados de espanto y ya nos tapamos los ojos cuando vemos venir algún jumpscare, pero aun así, más de 100 años después, la casa encantada de Chomón sigue resultando bastante inquietante:
El fantaterror
Paul Naschy, figura imprescindible del cine de terror español, acuñó a finales de los años 60 el término Fantaterror para englobar las películas de cine fantástico y de terror producidas en España. Corresponden a la época de los años 60 y 70, hacia el final del régimen franquista. Las películas se caracterizaban por contener elementos fantásticos, violentos, sangrientos, religiosos y eróticos.
A finales de los 60 la censura española empezó a ser algo más permisiva. El cine de terror, igual que el cine quinqui y las películas del destape, cogió carrerilla y llegó a popularizarse mucho más que hasta ese momento. Aún así, este cine no dejaba de ser, en general, de bajo presupuesto y más cercano a la serie B que a las grandes producciones de terror que conocemos hoy.
Fotograma de El buque maldito (Amando de Ossorio, 1974)
¿Quiénes hacían terror en España?
La primera película enmarcada en el subgénero es Gritos en la noche (1961). Con influencias del cine de Edgar Neville, el expresionismo alemán y el terror clásico, Jesús Franco creó esta cinta fundacional del fantaterror, cuyo protagonista, el Doctor Orloff, fue un personaje recurrente en el resto de sus películas.
Una figura sin la que no se entendería el fantaterror es la de Paul Naschy (nombre artístico de Jacinto Molina), un actor que se popularizó por interpretar a hombres lobo tanto en España como en el extranjero. Acabó pasándose al otro lado de la cámara para dirigir algunas de las películas más interesantes del género, como Inquisición (1976) o El huerto del francés (1977). Tampoco se entendería sin Amando de Ossorio, que dirigió en los años 70 La tetralogía de los templarios. Fue la primera saga del terror español, formada por cuatro películas en las que tenían cabida los zombies templarios vengativos, las mujeres desnudas, mucha sangre y también las críticas encubiertas al régimen franquista.
Fotograma de La noche de las gaviotas (Amando de Ossorio, 1975)
También hubo películas de aquella época con un aura de malditismo no sólo en la trama, sino también desde la propia producción. Es el caso de La campana del infierno (1973), cuyo director, Claudio Guerín, murió al caer de lo alto de un campanario mientras colocaba la cámara justo antes de rodar. De lo poco que quedaba por filmar se hizo cargo Juan Antonio Bardem.
Sin embargo, no hay dudas en que fue Narciso Ibáñez Serrador el director de cine de terror que llegó a alcanzar el mainstream. El popular director triunfó en televisión con Historias para no dormir (1965-1982) y Mañana puede ser verdad (1964-1965). En 1969 rodó La residencia, y en 1976 ¿Quién puede matar a un niño?, películas que marcaron un antes y un después en el género y consiguieron impulsar la producción de terror en España.
El cine de terror tenía que hacer frente a muchos problemas, desde la censura a los bajos presupuestos, pero lo que está claro es que los directores que lo cultivaron sentían verdadera pasión tanto por el género como por el oficio de hacer películas.
¿Qué pasó con el fantaterror?
Fotograma de La campana del infierno (Claudio Guerín, 1973)
Con la muerte de Franco y la posterior apertura, el género fue en declive. Ya en democracia, Pilar Miró pasó a ocupar el cargo de Directora General de Cinematografía y creó la llamada 'Ley Miró', que afectaba a las asignaciones de las subvenciones públicas al cine. Era una ley que pretendía, entre otras cosas, elevar la calidad de las películas españolas y que acabó apartando ese tipo de cine barato que hacían algunos de los directores de cine de terror. Uno de ellos, Mariano Ozores, criticó la ley exponiendo que vetaban su cine «por hacer películas para fontaneros». Aún así, Pilar Miró peleó por que el Goya de Honor de 1997 se le diera a Paul Naschy, algo que nunca llegó a ocurrir.
Hoy, en 2021, hablamos del fantaterror y de aquellas películas de los 60 y 70 con cierta nostalgia, entendiendo el difícil contexto en el que se realizaban y recordando con cariño a aquellos directores que lucharon por un género que no fue más porque no pudo —o porque no le dejaron—.