Hablar de los problemas de nuestra sociedad y de los conflictos que hemos protagonizado es tan necesario como difícil. Las películas nominadas a los Goya 2022 demuestran que el cine español sigue dispuesto a exponer nuestras sombras en una pantalla lo suficientemente grande para que no podamos escapar de ellas. Pero tan importante es enfrentar al público a temas delicados como hacerlo con cuidado. Por eso, quizás, Maixabel (Icíar Bollaín, 2021) aborda el tan dolorosamente cercano conflicto vasco asegurándose de respetar las mismas máximas que guiaron en su día los encuentros restaurativos de la vía Nanclares.
Me refiero a las reuniones que tuvieron lugar en 2011 —y se retomarán pronto— entre víctimas de ETA y terroristas arrepentidos que cumplían sus penas en prisión. El largometraje relata los encuentros reales entre Maixabel Lasa y los asesinos de su marido, Luis María Carrasco e Ibon Etxezarreta. Ellos tenían la voluntad de reparar de alguna forma el daño causado, pero los peligros de una iniciativa así eran innegables. Si no hubo ni un solo fracaso fue gracias a la mediación y a estas “reglas" en las que se apoya hoy la película:
No blanquear ni justificar el delito
Luis Carrasco es el primero en reconocer su responsabilidad individual
Los encuentros pretendían acercar posturas, pero en ningún caso equiparar moralmente a víctimas y victimarios. Aceptar la responsabilidad del crimen cometido era primordial, sin refugiarse en el colectivo para evadir la culpa.
Bollaín y su coguionista, Isa Campo, trasladan esta máxima a su película ya en los primeros minutos, que muestran con crudeza el asesinato a sangre fría de Juan María Jáuregui y sus consecuencias. Se intercalan desgarradoras escenas del sufrimiento de la familia —el nerviosismo de Maixabel con el teléfono, la soledad del pasillo del hospital o la agonía de una hija que entiende sin palabras que ya no tiene padre— con otras en las que los terroristas celebran eufóricos el crimen, o gritan con violencia durante su procesamiento ante las víctimas que aguantan el tipo al otro lado del cristal.
No hay ningún reparo a la hora de retratar la atrocidad de las acciones de Luis e Ibon, porque ellos mismos tendrán que reconocer ese pasado monstruoso para poder dejarlo atrás. Arrancaron una vida pero destruyeron varias: tan difícil es para Maixabel dejar de pensar en ese capítulo y preguntarse si pudo haberlo evitado, como para ellos mismos.
«Después de algo así, ya no hay alegrías plenas en la vida».
Maixabel
Escuchar para poder acercarse
Ibon (Luis Tosar)
El objetivo de las reuniones era propiciar el diálogo entre esas personas que estaban tan lejos pero que querían hacer el esfuerzo de acercarse. Los presos debían conocer las consecuencias personales de sus actos para completar su proceso de autocrítica y terminar de recuperar la empatía y humanidad que habían perdido. Las víctimas necesitaban oír de sus bocas que lo que les hicieron fue una injusta crueldad. Pero ambos escucharían muchas más cosas de su interlocutor, del viejo enemigo que se convertía en ese momento, por fin, en una persona de carne y hueso con historia y sentimientos.
«—¿Sabes? Prefiero ser la viuda de Juan Mari que tu padre.
—Y yo preferiría ser Juan Mari que su asesino».
Maixabel e Ibon
¿Cómo podría también el espectador escuchar y dialogar con ambas partes? Por supuesto, la película le ofrece los dos puntos de vista: sigue desde el principio, desde el asesinato que entrecruzó sus vidas, los caminos diferentes pero conectados de Maixabel e Ibon. Bollaín nos da el privilegio de saber qué piensan, qué sienten, cómo evolucionan y por qué se esfuerzan los protagonistas de ese encuentro que aún no ha sucedido. Los vemos lidiar con su pasado, dudar, temer por sus seres queridos, convertirse a la vez en traidores entre los suyos, reafirmarse, tensarse antes del encuentro, desnudarse en él y respirar después cierta paz.
Eso es lo que nos permite humanizar a un personaje que se nos ha presentado tan duramente y comprobar que su transformación es posible, o comprender por qué Maixabel debía sentarse frente a él, mirarle a los ojos y darle una oportunidad.
Proteger la dignidad de las víctimas
Maixabel (Blanca Portillo)
No creo que haga falta explicar por qué esto era elemental a la hora de abordar un encuentro restaurativo. En lo que a la película se refiere, esta máxima se traslada al tono del guion, la puesta en escena o el estilo. Se resiste a aprovechar el dolor de las víctimas para forzar lágrimas entre el público, no se regodea en él ni lo rodea de música trágica y melodrama. Lo trata, acertadamente, con sencillez, sensibilidad y respeto, casi con austeridad estilística. Y dirige al público siempre hacia la reflexión, y no hacia la pena, hacia lugares desde donde comprender —en vez de llorar— ese dolor y su poder transformador.
Respetar la decisión de las víctimas
María, hija de Maixabel y Juan Mari
Además de asegurar su dignidad, era importante respetar cualquier camino que eligieran las víctimas. Ni Maixabel era una traidora por entrevistarse con un preso, ni eran egoístas quienes no quisieran ni oír hablar del tema. No hay forma fácil de lidiar con una injuria como esta, y por ello todas —salvo pagar con la misma moneda— son válidas.
Maixabel defiende esta idea con la variedad de posturas de sus personajes y, especialmente, con el peso que le da a la opinión y los sentimientos de María, la hija de Lasa y Jáuregui. La vemos romperse con el asesinato, vivir a pesar de ello, alejarse de sus raíces para apartarse del conflicto y temer por la vida de su madre. Ni se plantea exponerse a algo tan invasivo y doloroso, y no quiere abrirle su vida a quien le quitó una parte tan importante de ella. Pero respeta y apoya el compromiso de Maixabel. Y eso también es una lección.
Transformar el beneficio personal en beneficio social
Maixabel e Ibon en el homenaje a Juan María Jáuregui
Esta no es una máxima, pero es la consecuencia más importante que comparten la película y los encuentros restaurativos. A pesar del carácter personal de la iniciativa, los voluntarios coinciden en que una de las razones que les llevó a participar fue facilitar una convivencia futura. La apuesta por el diálogo y la reconciliación de Maixabel no fue solo una decisión personal, también fue una opción política. Para curar la herida de Euskadi, era necesario analizar el conflicto, enfrentar los errores del pasado y seguir adelante sin olvidar, pero sin odiar. Por eso estos encuentros fueron un verdadero ejercicio de patriotismo.
También lo es la película. El cine, como tantas otras manifestaciones culturales, es una valiosa herramienta de transformación social. Por eso hay que agradecerle al equipo de Maixabel que haya querido dar a conocer este nuevo punto de vista, que haya diseñado una película que funciona como reunión restaurativa para todo el público, que anime a escuchar y reflexionar y que colabore en la preservación de la memoria.
Lo bueno de los conflictos es que se puede aprender de ellos. Maixabel sabía que no hay nada malo en reabrir una herida si es para curarla bien, para no cerrarla en falso, una vez la perspectiva que da el paso del tiempo lo permite. Maixabel, la película, lo sabe también. El problema es que no todos lo entienden —tampoco el gobierno que suspendió las reuniones restaurativas—. Si tratáramos así otros conflictos (reconocer la culpa, reparar el daño, proteger la dignidad de las víctimas), quizá podríamos pasar página, aprender y construir una patria mejor y más justa. O dejar de tirarnos piedras a la cabeza, al menos.