«Aquí no eres un contratado, te unes al equipo. Tú eres un miembro más.
No trabajas para nosotros, trabajas con nosotros. No repartes para nosotros, realizas servicios. No hay contrato como tal, no hay objetivos de rendimiento, cumples normas de calidad. No hay sueldo, hay tarifas. ¿Está claro? No tienes que fichar, tienes que estar disponible. Si firmas con nosotros te conviertes en un transportista autónomo franquiciado.
Serás dueño de tu destino, es la diferencia entre perdedores y luchadores.»
Estas son las palabras que escuchamos al principio de Sorry we missed you (Ken Loach, 2019). Sobre la pantalla en negro, el gerente de una gran empresa de transporte le explica a Ricky, el protagonista, la filosofía y las condiciones de su nuevo trabajo como repartidor.
De la misma forma empieza Yo, Daniel Blake (Ken Loach, 2016). También sobre negro, el protagonista le cuenta su situación a una trabajadora que debe evaluar si va a recibir el subsidio por incapacidad. Daniel Blake ha sufrido un infarto y los médicos le dicen que no debe trabajar, pero sin trabajo no tiene de qué vivir, así que sólo le queda la opción de solicitar esa ayuda.
Sorry we missed you y Yo, Daniel Blake son las dos últimas películas de Ken Loach, ambas con guión de Paul Laverty. Tanto Ricky como Daniel son víctimas de un sistema que los putea, que los golpea desde el silencio. Y son dos personajes con los que nosotros, desde un lugar privilegiado, conseguimos empatizar. Pero ¿por qué nos los creemos? ¿Cómo han hecho Ken Loach y Paul Laverty para que nos lleguen estas historias?
Fotograma de Sorry we missed you.
Los defectos y las virtudes
Una de las herramientas que utilizan Loach y Laverty para que nos creamos a sus personajes es hacerlos imperfectos. Ricky es un padre que tiene que recurrir a trabajar transportando paquetes 14 horas al día para poder mantener a su familia. El primer problema al que se enfrenta es que, al no estar contratado, la furgoneta de reparto tiene que ser suya. Pero él no tiene una furgoneta, así que vuelve a casa e informa a su mujer de que va a vender el coche para poder comprársela. Ella trabaja como asistente de personas mayores en distintas casas de la ciudad, por lo que necesita el coche para poder ir de unas a otras a tiempo. Pero Ricky quiere trabajar, que ella trabaje menos y se encargue de los niños, con los que él es especialmente duro. Por otro lado, Daniel Blake es insolente, terco y se mete demasiado en la vida de los demás, aunque sea para ayudarles.
Son dos personajes con defectos, hijos de un sistema injusto. Pero el mensaje de Ken Loach es que da igual que lo sean, porque ante todo son personas. Y que podemos juzgarlas o no estar de acuerdo con ellas, pero no merecen lo que les está pasando. Nadie merece quedarse sin comer para que puedan hacerlo sus hijos, o tener que orinar en una botella para no perder tiempo de trabajo. Aunque sea un mal padre, un mal marido o un mal amigo.
Loach y Laverty realizan un trabajo muy preciso al poner en la balanza las virtudes y los defectos de los personajes. Porque nosotros, como espectadores, también necesitamos empatizar con los protagonistas. Que nos caigan bien para que nos importen sus historias. De esa forma, Daniel se convierte en una pieza fundamental para la familia de la que se hace amigo: les cocina, les enseña, les fabrica una estantería para que puedan poner sus libros. Ricky trabaja duro para mantener a sus hijos y darles oportunidades para que no acaben heredando esa precariedad que él sufre.
Fotograma de Yo, Daniel Blake.
Los matices del drama
Otro de los pilares sobre los que se construye esta empatía es el humor. En Sorry we missed you se introduce desde el principio el elemento del fútbol. Ricky es un forofo del Manchester United y lleva una sudadera del equipo. Al entregar un paquete, el hombre que lo recibe lleva una camiseta del Newcastle y empieza la típica discusión futbolera en la que, entre insultos, ambos se recuerdan cuántas copas y ligas tiene cada uno y aquella paliza cinco a cero en 1996. Y así no podemos no querer a Ricky. Tiene que seguir entregando paquetes a contrarreloj pero hay una fuerza superior en su pasión por el fútbol que hace que se quede allí, en una discusión que sabe que no va a llevar a ninguna parte.
En Yo, Daniel Blake ese momento está cuando, harto de que le digan que tiene que seguir enviando currículums para trabajos que no puede realizar, Daniel decide hacer un grafiti en la fachada de la oficina de empleo: "Yo, Daniel Blake, exijo que se atienda mi apelación antes de morir de hambre. ¡Y cambiad la mierda de música de vuestros teléfonos!" Los empleados de la oficina salen y llaman a la policía, pero la gente de la calle le aplaude, se hacen fotos con él. Es un momento cómico en el que hasta sentimos orgullo de nuestro protagonista. A pesar de lo duro que es tener que recurrir a hacer algo así.
Fotograma de Yo, Daniel Blake.
«Es mi nuevo hobby, ¿lo pongo en el currículum?»
Mirar a nuestro lado
Ricky y Daniel encarnan una realidad mucho más próxima a la nuestra de lo que nos gustaría, porque formamos parte del sistema que permite que todo lo que nos cuenta Ken Loach sea real. Los malos son los de la oficina de empleo, los policías que arrestan a Daniel Blake, el jefe que obliga al trabajador a explotarse a sí mismo camuflándolo de independencia. Y son, en realidad, representaciones de un enemigo mucho mayor al que no le ponemos cara pero todos sabemos reconocer.
Nos creemos estas historias porque nos suenan demasiado, porque están a la vuelta de la esquina. Quien no ha sufrido los trámites burocráticos para conseguir un absurdo papel conoce el infierno de los riders o los falsos autónomos. Y lo que hacen estas películas es insistirnos en que no miremos para otro lado. Porque formamos parte de esa sociedad en la que Ken Loach ambienta sus películas, la misma que convierte en revolucionario defender los derechos humanos.
Ricky y Daniel encarnan una realidad mucho más próxima a la nuestra de lo que nos gustaría, porque formamos parte del sistema que permite que todo lo que nos cuenta Ken Loach sea real. Los malos son los de la oficina de empleo, los policías que arrestan a Daniel Blake, el jefe que obliga al trabajador a explotarse a sí mismo camuflándolo de independencia. Y son, en realidad, representaciones de un enemigo mucho mayor al que no le ponemos cara pero todos sabemos reconocer.
Nos creemos estas historias porque nos suenan demasiado, porque están a la vuelta de la esquina. Quien no ha sufrido los trámites burocráticos para conseguir un absurdo papel conoce el infierno de los riders o los falsos autónomos. Y lo que hacen estas películas es insistirnos en que no miremos para otro lado. Porque formamos parte de esa sociedad en la que Ken Loach ambienta sus películas, la misma que convierte en revolucionario defender los derechos humanos.
Ricky y Daniel encarnan una realidad mucho más próxima a la nuestra de lo que nos gustaría, porque formamos parte del sistema que permite que todo lo que nos cuenta Ken Loach sea real. Los malos son los de la oficina de empleo, los policías que arrestan a Daniel Blake, el jefe que obliga al trabajador a explotarse a sí mismo camuflándolo de independencia. Y son, en realidad, representaciones de un enemigo mucho mayor al que no le ponemos cara pero todos sabemos reconocer.
Nos creemos estas historias porque nos suenan demasiado, porque están a la vuelta de la esquina. Quien no ha sufrido los trámites burocráticos para conseguir un absurdo papel conoce el infierno de los riders o los falsos autónomos. Y lo que hacen estas películas es insistirnos en que no miremos para otro lado. Porque formamos parte de esa sociedad en la que Ken Loach ambienta sus películas, la misma que convierte en revolucionario defender los derechos humanos.
Fotograma de Sorry we missed you.
Ken Loach y Paul Laverty hacen cine con un propósito mucho más allá del entretenimiento. Quieren abrirnos los ojos sobre las injusticias que están ocurriendo a nuestro lado, quieren que salgamos del cine y vayamos corriendo a afiliarnos a un sindicato. Y lo hacen dominando todas las posibilidades que ofrecen el cine y la narrativa para demostrarnos que no, no somos dueños de nuestro destino. Y al final, su mensaje es muy simple y no temen hacerlo explícito, como en el final de Yo, Daniel Blake:
«Soy un ciudadano, nada más y nada menos.»
Puedes ver Yo, Daniel Blake en Filmin y Sorry we missed you en Movistar+ o Filmin Premier.