Ser madre, volver a casa de tus padres, convertirte en tu madre, volverte madre de tu madre. De todas estas cosas habla Cinco lobitos, ópera prima de la vizcaína Alauda Ruiz de Azúa y ganadora de la Biznaga de Oro en el festival de Málaga. Acaba de estrenarse en cines y nos cuenta una historia de familia, de maternidad, y de cómo afrontan todo esto las diferentes generaciones.
La primera media hora es puro terror, avisamos: le quitan las ganas de ser madre a cualquiera. Amaia acaba de tener una hija y vive con su pareja, Javi. Son una familia joven muy del 2022: tienen treintaitantos, viven en Madrid, tienen trabajos algo precarios e inestables —ella es traductora y él diseñador de iluminación de teatro— y hasta que han tenido que enfrentarse a ello, no eran muy conscientes de lo que se les venía encima al ser padres…
Fotograma de Cinco lobitos
Cuando llevan unas cuantas semanas sin dormir, Javi se va a trabajar fuera un par de meses, a pesar de la petición expresa de Amaia de que no lo haga. Amaia termina por “rendirse”. No puede sola con la niña, así que vuelve a casa de sus padres en un pueblo de Bizkaia.
Los padres de Amaia son de otra generación: pragmáticos, resolutivos, protectores pero algo avasalladores. Begoña, su madre, es ama de casa y jefa absoluta del hogar, y su padre es callado, sencillo e incapaz de freír un huevo.
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La otra vida de tus padres
Fotograma de Cinco lobitos
En este tiempo de nueva maternidad, Amaia va acercándose más a su propia madre, la otra protagonista indudable de esta película. Porque Cinco lobitos habla de familias, de la que te toca y de la que formas tú. De cómo se aprende a crear tus propios códigos y tu nuevo lenguaje familiar, al mismo tiempo que aceptas que te vas pareciendo cada vez más a tus padres. Amaia le echa a Javi en cara que le diga tantas veces que le quiere: es como si no significase nada. “Mis padres nunca me dicen que me quieren”. Su lenguaje es diferente.
Pero Amaia también descubre que sus padres han tenido una vida distinta a la que ella imaginaba. Y que probablemente no sean tan diferentes a ella. Cambian las generaciones, cambian ciertas costumbres, pero hay cosas que no han cambiado tanto como creemos… o como nos gustaría.
Begoña es un ama de casa de toda la vida, con todo lo que ello implica, y Amaia es una mujer del siglo XXI con su trabajo y su independencia. ¿Pero han cambiado tanto las circunstancias a la hora de la verdad?
Hombres de ayer y de hoy
Fotograma de Cinco lobitos
Es interesante cómo se muestran las diferentes masculinidades que representan Koldo, el padre silencioso vasco de la vieja escuela, y Javi, un hombre joven, moderno, teóricamente feminista y más abierto con sus sentimientos (recordemos: «No me digas tantas veces "te quiero"»). Porque, al final, Amaia también se ve sola cuando tiene a su hija y Javi decide irse de gira con el teatro. También es la que tiene que responder todo el rato dónde están los pañales, la que organiza las comidas y tiene la última palabra en lo relativo a su hija.
Hay que vivir la vida que nos ha tocado
Fotograma de Cinco lobitos
La vida no es como nos prometieron. Amaia y Javi son millennials, los más perjudicados por las crisis económicas, acostumbrados a la incertidumbre, pero también una generación que puso en duda los valores familiares tradicionales y patriarcales. Sin embargo, vemos que tampoco han sabido, o podido, construir una estructura plenamente satisfactoria.
No es una película reaccionaria porque vemos claramente que la vida de sus padres no ha sido mejor que la suya: su madre no ha sido feliz, pero tal vez su generación estaba más preparada para la resignación. En cualquier caso es ella la que le dice que, por mucho que tendamos a soñar con todas las vidas que pudimos haber vivido, en algún momento hay que aceptar y vivir la vida que nos ha tocado.
Cada día un poco menos mal, le dice Begoña. Es una de las frases que se clavan en Cinco lobitos, una película con muchas capas, una película que —disculpen el cliché— tiene mucha verdad. Tiene drama, tratado sin tremendismos, tiene comedia, una realista y naturalista, porque, como hacemos casi todos, los personajes llevan como pueden las cosas que les pasan. En fin, ya se sabe: tal vez no podamos vivir la vida que nos prometieron, pero habrá que disfrutar de la vida que nos ha tocado.
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