Espera un momento, no puede ser cierto: ¿que ya estamos en 2022? Vamos, es que ni de coña. A ver, si 2019 fue hace 6 décadas y Halloween la semana pasada, eso significa que… efectivamente, debemos estar en 2022.
Te pongas como te pongas, el tiempo es una espiral interminable que avanza a cámara lenta y a la vez a toda velocidad hacia la muerte. Así que tus amigos de Milana te decimos que nunca, bajo ningún concepto, pierdas dos horas de tu vida viendo algo que no te apetece. Parece fácil, pero no lo es, teniendo en cuenta que cada semana sale la serie del año y se estrena la peli sobre la que hay que tener una opinión sí o sí. Por suerte todavía nos queda el refugio de las llamadas películas de confort, esas que ponemos cuando el visionado obligatorio nos da demasiada pereza.
Se trata de un concepto que puede significar muchas cosas distintas, pero en este caso nos referimos al fantástico universo del Studio Ghibli, que ya lleva décadas regalándonos películas de confort. Y aunque con el paso del tiempo Ghibli también ha ido sumando títulos imprescindibles como El viaje de Chihiro (Hayao Miyazaki, 2001) o La princesa Mononoke (Hayao Miyazaki, 1997), no hay nada de lo que preocuparse, porque hoy precisamente toca hablar de las películas supuestamente prescindibles del Studio Ghibli.
Puedo escuchar el mar es tan empalagosa como su título sugiere
Aprender a enamorarse de lo cotidiano
El estudio dirigido por Hayao Miyazaki es famoso por producciones en las que dan rienda suelta a la imaginación de sus creadores y les permiten dar luz a todo tipo de criaturas y mundos inverosímiles. Pero no se reduce a eso todo lo que hacen, Studio Ghibli también tiene una cantidad considerable de animes ambientados en lugares tan reales como la vida misma.
Películas como Puedo escuchar el mar (Tomomi Mochizuki, 1993), de tan solo 73 minutos, que nos muestra un amor de instituto y nos devuelve a una época en la que todo era mucho menos complejo. Hay una intención en estas historias de alejarse de ese estilo exageradamente imaginativo por el que es famoso Ghibli, en su lugar optan por un detenimiento en la sencillez y las cosas pequeñas del día a día de los personajes. En Susurros del corazón (Yoshifumi Kondô, 1995), donde vemos consolidado el estilo artístico de Ghibli, usan esta narrativa de lo pequeño para presentar un retrato del proceso creativo y el síndrome del impostor que muchos artistas sufren.
Shizuku tiene que escribir un relato ¿y lo escribe en lugar de procrastinar durante semanas? No entiendo nada...
Pero la verdadera joya de la corona aquí es La colina de las amapolas (Goro Miyazaki, 2011), ambientada en el Japón de los años 60, un lugar y una época marcados por la Segunda Guerra Mundial. Los orígenes humildes de los personajes, de familias devastadas por la guerra, son usados como telón de fondo para una película de amor adolescente, donde el principal conflicto es la restauración de un edificio en peligro de ser derribado. Aquí se ve clara la intención de ir de lo grande a lo pequeño, para volver de nuevo de lo pequeño a lo grande. La colina de las amapolas demuestra con maestría cómo algo tan pequeño como bajar la calle en bicicleta a hacer una compra se puede convertir en la escena en la que dos personajes que se detestan pasan a ser uña y carne.
Cualquier tiempo pasado...
En esta revista condenamos que los personajes de La colina de las amapolas vayan sin casco
Ya hemos hablado del impacto de la Segunda Guerra Mundial en las producciones del Studio Ghibli, un momento en la historia que está presente en películas como El viento se levanta (Hayao Miyazaki, 2013), basada en hechos reales, pero también en historias tan fantasiosas como Porco Rosso (Hayao Miyazaki, 1992), donde tú lo que estás viendo es un cerdo volando.
Hay que tener en cuenta que Japón como país tiene una relación un tanto conflictiva con su pasado imperial; es difícil sentir nostalgia del pasado cuando tu pasado es luchar junto a los nazis. Recuerdos del ayer (Isao Takahata, 1991) es consciente de esto, y usa ese concepto amargo de la nostalgia para contar dos historias paralelas: la de Taeko, una joven de ciudad que pasa las vacaciones en un pueblo, y sus recuerdos de la infancia.
Recuerdos del ayer también es cine fantástico porque va de una persona que se va a su pueblo y no se aburre
Recuerdos del ayer ofrece un reencuentro con las tradiciones japonesas que han ido quedando atrás, y vuelve a ser un relato que ensalza la belleza de lo cotidiano. Pero donde realmente conecta es en el retrato que hace de dos épocas muy concretas de la vida: el momento en el que Taeko pasa de niña a preadolescente; y, en la actualidad, cuando tiene que decir adiós a su juventud y tender un puente hacia la adultez.
Este 2021 ha sido, igual que su infancia para Taeko, una serie de recuerdos agridulces propios de una etapa de transición, con la esperanza de que el futuro traerá mejores días. A todos aquellos que no creen posible que una oruga se pueda convertir en crisálida les deseamos un feliz 2022, que ya toca.
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¿Dónde puedes ver estas películas?
Todo el catálogo del Studio Ghibli puede verse en Netflix.